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Cio de Souza: “El arroz me conecta con mis orígenes, pero también es cuidar lo que crece, es sembrar futuro”

Es productora arrocera en el norte y lo define como un lugar que le permite "estar cerca de la tierra y el trabajo real"

Cio de Souza.
Cio de Souza.

—¿Cómo se da tu llegada al rubro arrocero?

— Mi llegada al arroz se fue gestando con el tiempo. Me crié entre chacras, cosechas y máquinas, acompañando desde chica el trabajo de mi padre como productor. Sin embargo, durante mucho tiempo sentí que ese ambiente, atravesado por dinámicas tradicionales y liderado exclusivamente por hombres, no contemplaba un lugar real para una mujer que quisiera tomar decisiones, liderar y crecer desde su propia voz. Pero hubo un momento que lo cambió todo. Estaba cursando facultad, atravesando una etapa de mucho agotamiento y falta de rumbo personal. Fue ahí cuando mi padre, con la claridad que lo caracteriza, me dijo: “Vení conmigo, acompañame. Esto te va a dar una vida mejor, el arroz no falla, tenés que aprender a conocerlo”. No fue solo una propuesta laboral: fue una invitación a volver a mis raíces, a reconectar con lo que alguna vez me pareció lejano, y descubrir que también podía ser un nuevo comienzo. Con el tiempo entendí que el campo no solo podía ser un lugar para mí, sino también una forma de reconciliar mi historia con mi identidad. El arroz me conecta con mis orígenes, pero también con mi deseo de hacer las cosas de forma distinta: con responsabilidad y con alma.

—¿Por qué decidiste quedarte y dedicarte a esto?

— Porque entendí que no tenía que dejar de ser quien soy para estar en el campo. Durante mucho tiempo creí que para “pertenecer” debía endurecerme, dejar mi sensibilidad de lado, hablar con otro tono, ocultar la parte más intuitiva y emocional de mí. Pero ese molde me apretaba, me desgastaba. Y cuando por fin lo solté, me encontré. Comprendí que podía estar en el campo sin perder mi esencia, que mi forma de ser podía ser una fortaleza, no una amenaza. Mi padre me dio el primer impulso, sí, pero la elección fue mía. Fue una decisión nacida desde el amor por la tierra, por nuestras raíces, y también desde un deseo muy genuino de construir algo propio. Estoy donde tengo que estar porque esto no es solo producir arroz: es sostener un ciclo. Es cuidar lo que crece. Es sembrar futuro.

— Contame de tu familia, ¿también vienen de la producción?

— Sí. Mi padre es productor, y verlo trabajar fue parte del paisaje cotidiano: ruidos de tractores, los silencios largos después de una jornada dura, las preocupaciones por el agua, por el clima, por los rendimientos. Él fue mi primer referente. Me mostró que el trabajo en el campo exige presencia, decisión y un vínculo real con la tierra. Pero también fue, sin quererlo, el primer límite. Porque viene de una generación de hombres que decidían solos, que aprendieron a llevar adelante la producción con fuerza, pero sin abrir espacio al intercambio con otras miradas. Y en ese modelo, muchas veces, las mujeres quedaban al margen. Yo crecí observando eso. Y aunque lo admiro profundamente, su forma de hacer me desafió. No porque no valore su historia, sino porque sentí la necesidad —y la responsabilidad— de abrir otro tipo de espacio.

— ¿Qué es lo que más disfrutás de ser productora?

— Lo que más me gusta de ser productora es acompañar un proceso vivo, en constante transformación. Mover tierras, sembrar, regar, esperar, cosechar… suena simple, pero detrás de cada etapa hay decisiones que exigen presencia, entrega y una confianza muy profunda en lo que todavía no se ve. El campo me está enseñando a tener paciencia, a adaptarme, a sostener incluso cuando todo parece incierto. Disfruto la parte técnica, la planificación, el análisis, pero también lo humano. Me importa cómo está la tierra, pero también cómo están las personas que trabajan a mi lado. Ser productora no es solo producir: es liderar, resolver, contener, escuchar.

— ¿Cuáles ves que son los principales desafíos del sector arrocero en su conjunto?

— El sector arrocero, como muchas áreas del agro, enfrenta desafíos estructurales que no se resuelven de una zafra a otra. El primero —y quizás más urgente— es la incertidumbre climática. Dependemos del agua, del tiempo, de factores que escapan a nuestra voluntad, y eso hace que cada decisión tenga un margen de riesgo que no siempre se ve desde afuera. A esto se suman los altos costos de producción, tanto a nivel de chacra como en la cadena industrial. La presión sobre la rentabilidad es constante, y muchas veces se siente que, por más eficiencia que logremos a nivel productivo, el margen se define en otros eslabones. En este contexto, destaco el trabajo de la Asociación de Cultivadores de Arroz, que viene haciendo una tarea fundamental en la representación del sector, defendiendo los intereses de los productores con responsabilidad, visión y compromiso. Pero hay otros desafíos más silenciosos, igual de importantes. Uno de ellos es el recambio generacional. No es sencillo motivar a las nuevas generaciones a quedarse cuando sienten que no hay lugar para nuevas ideas. Si no abrimos espacio a lo nuevo —a la innovación, a otros liderazgos, a una producción más sostenible— el sector corre riesgo de estancarse. También veo como un gran desafío lo humano. La gestión de personas, los vínculos en las empresas familiares, el reconocimiento del otro, la capacidad de diálogo. Muchas veces se asume que con saber producir alcanza, pero el campo también necesita relaciones sanas, equipos sólidos, decisiones compartidas.

— ¿Cómo es vivir y producir en un lugar que es lejos de Montevideo y que mucha gente no conoce en profundidad? ¿Cómo me definirías el norte arrocero?

— Vivir y producir en el norte es elegir todos los días un camino que no es el fácil, ni el cómodo, ni el más visible. Es estar lejos de los centros, de las decisiones y de los aplausos, pero cerca de la tierra, del trabajo real, del olor a tierra mojada, de lo que se hace con la pala y con el cuerpo. Es ver a tu gente levantarse antes de que salga el sol para recorrer la chacra y realizar un trabajo que —como bien lo nombró mi padre— es una verdadera artesanía: la de conducir el agua, de forma precisa, paciente, silenciosa. Un trabajo que —aunque nadie lo vea— alimenta a alguien. Y eso lo vuelve valioso. El norte arrocero tiene una fuerza silenciosa. Es tierra de gente que se sacrifica para sacar adelante cada zafra, que aprende a no depender de que la miren para saber que vale. Que sabe que lo esencial no se muestra, se vive. Para mí, producir acá es una forma de decir quién soy. Es quedarme cuando podría haberme ido. Es también romper con la idea de que lo importante pasa solo en las ciudades. Acá pasan cosas valiosas todos los días. Y si tengo que definir al norte arrocero con una palabra, elijo esta: verdad. No hay filtro, no hay pose. Solo trabajo, tierra y alma. Y en ese cruce, yo me reconozco.

Chacra de arroz - Cio de Souza.
Chacra de arroz - Cio de Souza.
Cio de Souza.

“Soltar en lo que no depende de uno...”

--¿Cómo estuvo la Zafra 2024/25?

--Fue una zafra muy buena a nivel país, y también histórica: se alcanzó el mayor volumen de producción de arroz registrado hasta ahora en Uruguay. A nivel técnico, el clima acompañó más de lo habitual, y eso se reflejó en los rindes altos y en una cosecha récord que habla del trabajo sostenido de todo el sector. Pero más allá de los números, cada zafra tiene su pulso, su energía. Y esta, para mí, fue intensa. Hubo días de mucho desgaste, donde el cuerpo y la cabeza iban al límite, y aún así había que tomar decisiones. Pero también hubo momentos de orgullo, de claridad, de sentir esa conexión única con el campo que me recuerda por qué elijo estar acá. En este rubro uno aprende a la fuerza a soltar el control sobre lo que no depende de uno —el clima, los precios, el ánimo de los demás— y a enfocarse en lo que sí se puede cuidar: el equipo, el trabajo bien hecho, la forma en que se camina el proceso.

--¿Qué expectativas tienen para la próxima campaña?

--Después de una zafra tan intensa y movilizadora, mi expectativa para la próxima campaña es poder transitar con más equilibrio. No busco hacer más, sino hacer mejor. Afinar los tiempos, ordenar los procesos, tomar decisiones con más claridad y seguir fortaleciendo la confianza en lo que sé hacer, en lo que aprendí, y también en lo que todavía me falta por aprender. Espero, como todos los años, que las condiciones acompañen. Pero también sé —y acepto— que hay muchas variables que no están bajo nuestro control. En el campo, uno se vuelve buena en adaptarse, en recalcular sobre la marcha, en sostener aún cuando no todo sale como se planificó. Quiero una campaña que me encuentre entera: lúcida para elegir, presente para acompañar cada etapa, y con espacio —aunque sea pequeño— para disfrutar el proceso. Que haya lugar para lo técnico, sí, pero también para lo humano. Porque al final del día, lo que queda no es solo lo que se cosecha, sino cómo se vivió lo que se sembró.

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