La administración estadounidense encabezada por Donald Trump anunció la imposición de aranceles adicionales a todos sus socios comerciales, incluyendo las otras principales potencias económicas globales, China y la Unión Europea.
En su presentación de las medidas, Trump argumentó que EEUU ha estado por muchos años en desventaja comercial con la mayoría de los países del mundo. Dijo que no es responsabilidad de los otros países, que defienden sus intereses, sino de los errores y falta de liderazgo de las administraciones anteriores de EEUU. Insistió -una y otra vez- que el comercio desigual causó en EEUU la pérdida de miles de industrias y millones de empleos industriales. Dijo que, con los nuevos aranceles, eso se recuperará, se sumarán inversiones y EEUU “será rico nuevamente”.
Leído en clave estrictamente económica, el proteccionismo que desató ahora a fondo y con un radicalismo histórico el presidente estadounidense, causará un duro golpe a la economía global, con riesgos de recesión en varios países. Por décadas, con el protagonismo de los propios EEUU y China, la economía mundial profundizó en el camino de la globalización, a través de la cual la producción de bienes físicos y servicios se repartió por todo el planeta; aumentó el uso de recursos y la incorporación de gente a la producción, con más especialización, lo que generó un aumento de la productividad global y una baja real en los precios de muchos productos, beneficiando a millones de personas.
Por supuesto, como sucede en este tipo de procesos cuando tienen gran alcance y escala, hay ganadores y perdedores. Notoriamente y hablando en términos generales, los países asiáticos y principalmente China han estado entre los ganadores. Desde que en el año 1979 el pequeño gigante Deng Xiaoping encauzó a China en el capitalismo empresarial y el comercio, el gigante asiático no paró de crecer, y en las últimas décadas sacó de la pobreza a millones de personas por año, en un hecho único en la historia de la humanidad. De ese aumento del consumo chino se beneficiaron decenas de países, entre ellos Uruguay.
Los trabajadores chinos y asiáticos comenzaron a ingresar en la economía global y mejoraron sus ingresos y capacidad de consumo. Pero los trabajadores de las industrias tradicionales en países en Europa y Estados Unidos sufrieron la competencia; muchos perdieron el empleo o vieron estancados sus ingresos, a pesar de que otros sectores en esos países crecían con la globalización. Esto generó tensiones sociales que se tradujeron en movimientos políticos de diversa índole. Nuevos liderazgos populistas, recurriendo a medias verdades, comenzaron a enfatizar en lo negativo del comercio abierto, añadiendo críticas a la inmigración y otros componentes. La confrontación con un enemigo externo es típica del nacionalismo populista.

El caso de Trump es muy claro en este sentido. Machacó una y otra vez en la necesidad de que Estados Unidos “vuelva a ser nuevamente grande”, una evocación a un pasado industrial y económico glorioso, añorado hoy por esos sectores que sufrieron la competencia. La promesa de recomponer la malla Industrial de EEUU ha sido central en su campaña y en su éxito electoral; las medidas que está tomando son coherentes con esas promesas. En un pasaje de su discurso dijo explícitamente: “antes los trabajadores de las Industrias y sindicalizados votaban a los demócratas ahora me votan a mí”.
Por todo esto, analizar las medidas de Trump exclusivamente del punto de vista económico es un análisis parcial y equívoco: es un proyecto político sísmico que es difícil saber dónde va a terminar.
De hecho, lo económico luce bastante burdo. Horas después de conocido el mazazo arancelario, se divulgó cómo fue el increíble método para definir los aranceles: no son recíprocos o “espejo” de los aranceles de los otros países, sino que surgen de dividir el déficit por las importaciones de EEUU en cada país, siendo el arancel anunciado (en general) la mitad de ese porcentaje.
Recurrir a los aranceles es una medida directa y simple de recaudar; lo reconoció el propio Trump: “vamos a recaudar billones de dólares de aranceles”. Efectivamente, EEUU tiene un grave problema fiscal y los asesores del presidente estadounidense piensan que esto puede ser una medida que mejore las cosas en este plano.
Pero seguramente es un grave error. La desarticulación de las cadenas globales de valor y el aumento de los costos y precios que traerán los nuevos aranceles para la economía de EEUU pueden provocar un desbarranque histórico, con pérdidas para todo el mundo. Peor aún si los otros países replican con la misma moneda, como ha hecho China. Es lo que sucedió en los años 30, profundizando la Gran Depresión. Sin embargo, es posible -la esperanza es lo último que se pierde- de que años y años de discursos sobre las virtudes del libre comercio en todo el mundo hayan calado más de lo que a veces se percibe.
Por lo pronto, el proteccionismo de EEUU puede motivar a comerciar más entre terceros. De hecho, en las horas previas a los anuncios de Trump -cuando ya se veía venir el mazazo- el ministro de economía de Brasil Fernando Haddad, estuvo con su par francés Eric Lombard, quien le señaló que, si bien Francia sigue teniendo reparos, la nueva guerra comercial podría acelerar las negociaciones para aprobar el Acuerdo UE-Mercosur. En realidad el acuerdo ya está firmado y ahora depende de que los europeos (sobre todo Francia) lo aprueben. Trump no es el único proteccionista en el mundo.
¿Y Uruguay?
Mientras el mundo escuchaba atónito a Trump blandiendo los cartones con los nuevos aranceles, en Uruguay los técnicos del MEF, MRREE y MGAP, entre otros, buscaban bajar al papel el nuevo panorama para elevar prontos informes a las autoridades y ver, en un un primer análisis, dónde estamos parados.
Uno de los puntos que se destacó en esos primeros borradores es que en el caso de todos los países del MERCOSUR (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), el arancel adicional fue establecido en 10%. “Este es el porcentaje más bajo que se estableció”, remarcaron, destacando que Vietnam fue el más perjudicado con un 46%. Agregaron que a China se le estableció 34% y a la Unión Europea 20%.
Los técnicos uruguayos remarcaron, además, que el único acuerdo comercial que se respeta es el acuerdo con México y Canadá, por lo que estos países son los grandes ganadores de esta medida. En segundo lugar, los “menos perdedores” son los países con el referido 10%. Así, en el gobierno observan que -si bien en términos absolutos todos los países fueron perjudicados-, en términos relativos el MERCOSUR se ve beneficiado ya que empeora menos que muchos otros países proveedores de EEUU. A partir de este análisis, en los días siguientes se escuchó al ministro de Economía, Gabriel Oddone, remarcar que -si bien es un nuevo escenario complejo- puede haber oportunidades.

El presidente Yamandú Orsi -que en estos días viaja con empresarios arroceros a Panamá- planteó que Uruguay va a buscar negociar. Es una posición razonable y -seguramente- lo que quiere Trump del resto de los países. Obviamente, Uruguay es una economía pequeña en todo este baile y por eso en el gobierno tenían la esperanza de que pasáramos “bajo el radar” del mazazo arancelario; pero allí estaba el nombre de Uruguay en el cartón.
En principio, el arancel del 10% se aplicaría en toda la línea, incluyendo las cuotas hasta ahora libres de aranceles como la cuota cárnica de 20.000 toneladas. La carne que va fuera de cuota (que hasta ahora tenía un arancel de 26%) pasaría a un arancel del 36%. Así con el resto de los productos. Sin embargo, tanto los expertos en comercio exterior que observan el panorama, como los propios jerarcas de gobierno, aspiran a que Uruguay negocie y mejore su posición. De hecho, la propia orden ejecutiva de Trump establece la posibilidad de negociar bilateralmente reducciones a estas medidas. Es decir, Uruguay también tendría que ceder algo; en el documento del USTR que blandió Trump en la conferencia de prensa, se señala -entre otros puntos referidos a nuestro país- que Uruguay “aplica una tasa consular de 5% ad valorem a las importaciones, lo que perjudica las exportaciones de EEUU, aumentando costos e imponiendo formalidades adicionales en aduanas que no tienen vínculo con los servicios aduaneros de la autoridad”. Agrega que “los exportadores avícolas de EEUU han reportado serios problemas para acceder a la documentación de importaciones, limitando las ventas de ese producto en 2023 y 2024”.
Los EEUU representan el 14% en los destinos de las exportaciones de Uruguay, con un balance comercial bastante parejo: exportaciones anuales por casi U$S 1.200 millones y una cifra parecida de importaciones, que a veces es mayor si suben las compras de petróleo. A EEUU estamos exportando principalmente carne vacuna y sus subproductos, celulosa, productos de madera y concentrados de bebida (en ese orden de importancia). Mayor aún es la relevancia en servicios, pues los EEUU son el principal destino de las ventas del sector software y TI (casi U$S 1.600 millones anuales).
Volviendo al comercio de bienes, es interesante observar que a países como Australia y Nueva Zelanda se les aplica también un arancel de 10%. Allí no hay muchas diferencias o ventajas… habrá que ver. En cualquier caso, el juego fuerte es entre EEUU, China y la UE. Allí el ánimo para negociar, al menos por ahora, no se ve: China, como decíamos, replicó con un arancel “espejo” (este sí) de 34% a EEUU. Eso motivó la fuerte caída en el precio de la soja el viernes (el precio se había mantenido aún con el anuncio de Trump), que se trasladó al mercado local. Justo ahora que viene la cosecha (que, además, tiene poca venta adelantada) llega esta baja en el precio, mala noticia para los productores locales y de la región.
En cualquier caso, habrá que ver cómo sigue esto y qué va a hacer China; es razonable pensar que volcará su demanda a la región, y que -por lo tanto- el precio no debería agudizar la baja; veremos.
A su vez, Trump tiene un capítulo candente con sus propios “farmers”, que pueden verse muy perjudicados por su guerra comercial. Tal vez para mitigar esto, ha trascendido que el Gobierno Federal de EEUU estaría considerando aumentar las mezclas de biocombustibles, aumentando así la demanda de granos. En particular, se estaría analizando aumentar la mezcla en biodiesel (aceites vegetales para mezclar con gasoil) de manera significativa. Hoy, la mezcla implica un consumo de 3.350 millones de galones por año; los trascendidos apuntan a que aumente a 5.500 millones, un aumento de más del 60%. Esto motivó en su momento un aumento (la semana anterior) un aumento en el precio de la soja, que luego cayó.
En este punto, como en muchos otros, son más las dudas que las certezas. Para los agronegocios uruguayos, es un momento de alta incertidumbre y que exige pericia en calibrar fortalezas y debilidades, amenazas y oportunidades. Éstas últimas existen, pero para aprovecharlas también hay que hacer tareas dentro de fronteras.