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La base está

El agro ha dado un “salto productivo” excepcional en los últimos 15 años. Y tiene potencial para seguir creciendo… si bajan los costos.

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Ing. Agr. Nicolás Lussich.

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Arrancan en estos días las cosechas de cultivos de invierno y se espera -junto con la soja que se está plantando-, que la agricultura recupere la producción después de la pésima cosecha pasada. Mientras, la producción lechera está cerca de su récord histórico y la producción ganadera capitaliza buen clima y buenos precios, aunque -ambos- siempre pueden dar una sorpresa. En el sector forestal, que ha adquirido cada vez mayor protagonismo en la producción del campo, las empresas de celulosa -Montes del Plata y UPM- buscan ampliar sus alianzas y acuerdos con los productores, para expandir la forestación en establecimientos donde puede constituirse como rubro complementario, diversificando riesgos.

Esta dinámica, permanente, compleja, ilustra la capacidad productiva del sector agropecuario, que ha dado un gran salto en los últimos años. Muchas veces las preocupaciones del momento -insoslayables- por el clima, los costos, los mercados, impiden apreciar con suficiente objetividad este avance. En el cuadro adjunto se muestra la evolución de la producción en los principales rubros, comparando la situación actual con la de otros escenarios del pasado. Allí se registran los niveles de producción promedio en cada momento (evitando años excepcionales, tanto de picos de producción como de caídas por clima, etc., y en cifras redondas). No se trata de promedios matemáticos, sino de valores que reflejan de la mejor manera -a nuestro juicio- la evolución de la producción de los distintos productos.

Y los aumentos son impactantes. En algunos productos, el avance es relativamente reciente, caso de la soja, cuya producción ha aumentado en la última década, respondiendo a la demanda asiática. En otros casos, el proceso viene de antes y es más paulatino, caso de la producción láctea o la carne, pero no por eso menos contundente.

Los distintos rubros conviven en el campo, en las diferentes regiones y establecimientos, pero sus fundamentos de crecimiento son muy diversos. Como decíamos, la producción de granos ha crecido principalmente al impulso reciente de la demanda externa, principalmente en el caso de la soja, que ha promovido a su vez la expansión de la producción de otros granos, a través de las rotaciones y el doble cultivo.

En el caso de la forestación, su avance es consecuencia de una política de Estado que tiene ya tres décadas, y que -aplicando subsidios y definiendo áreas de prioridad- puso al rubro como uno de los mayores motores del crecimiento económico. Esta política, configurada en los años 80, no se hizo con una visión antojadiza y por la sola voluntad del desarrollo, sino haciendo prospección, mirando al futuro y proyectando que el mundo demandaría madera, celulosa y otros productos. Fue una política exitosa que tuvo correcciones paulatinas y que tiene como cuenta pendiente proyectar mejor otros rubros, más allá de la celulosa.

En la carne tenemos a un sector tradicional, configurado hace más de un siglo, que a su competitividad innata sumó una demanda externa firme y creciente, que impulsa mejoras en la productividad y la calidad de los cortes que el país exporta. También es un rubro en el que las políticas públicas han tenido un impacto insoslayable; décadas atrás, trabando el crecimiento -con stocks reguladores, prohibiciones, intervención estatal en la industria (recordada recientemente por el presidente Vázquez como un antecedente negativo), etc.. Luego -en los 90- con una política liberalizadora cuyas virtudes se fueron apreciando paulatinamente (las sequías, la crisis de la Aftosa y otros problemas, impidieron vislumbrar su impacto en lo inmediato. Hoy tenemos un sector ganadero modernizado, de mayor productividad y que tiene potencial para crecer más.

Los comienzos del último ciclo de crecimiento coincidieron con la llegada de la izquierda al gobierno (2005), que puso su impronta en la política agropecuaria; modificó aspectos de la política forestal, limitó la adopción de transgénicos en la agricultura -con altos costos- y apuntó a fortalecer el Instituto de Colonización, entre otras numerosas políticas específicas para el campo. Más recientemente, con el Ing. Aguerre en el MGAP, se enfatizó en el crecimiento sostenible, horizontalmente y para todos los rubros, incorporándose con más énfasis la necesidad de cuidar y -por qué no- mejorar el ambiente, algo imprescindible ante la mayor presión productiva. En ese marco se impulsaron los planes de uso y manejo de suelos y la ley de riego, no para avasallar las cuencas -como ahora se cuestiona erróneamente- sino para su mejor gestión y para producir lo mismo o más, con proyectos multiprediales más eficientes, cuidando mejor el agua y los cauces.

Los mayores controles y exigencias ambientales, bienvenidos, cargan más costos a la producción, obviamente. Pero hay que verlos también como una oportunidad de agregar valor y de competitividad, porque -cada vez con mayor énfasis- los grandes mercados del mundo piden estándares ambientales superiores.

Hoy el campo es otro, produce mucho más y cuida más el ambiente. Pero sus números son muy finos. Los costos de producir en Uruguay han aumentado más que los precios y los aumentos de productividad -en muchos casos notables como en arroz y lácteos- no alcanzan a cubrir la diferencia. Si el resto de la economía no mejora su productividad en una dimensión parecida, la cuesta seguirá siendo empinada para el agro. Sería una pena porque el avance de la economía en la última década llegó, en buena parte, de la tierra.

Pablo Mestre
Pablo Mestre

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