El cortoplacismo es una droga muy tentadora, porque puede ser la llave para mantenerse en el poder. Lo de Argentina es una clara decisión política populista que mira el corto plazo y le importa un comino lo que pase después
Rafael Tardáguila
Cuando se habla de un “hombre de Estado”, o “estadista”, se hace referencia a un político con capacidad de liderazgo y con una visión de largo plazo que va más allá de las divisiones sectoriales o partidarias. Cuando se habla de “políticas de Estado” se apunta en el mismo sentido a políticas que trascienden gobiernos que pueden tener distintas inclinaciones ideológicas.
Esas “políticas de Estado” se oponen a las “políticas populistas” que, justamente, apuntan a conquistar adhesiones en el corto plazo, anteponiendo el hoy aunque eso implique comprometer el mañana. La mira de los populistas está puesta en las siguientes elecciones y en eso le pueden sacar ventaja —lamentablemente— mediante la conquista de votos a quienes diseñan políticas pensando en las próximas décadas de un país. El cortoplacismo es una droga muy tentadora para los gobernantes, porque puede ser la llave para mantenerse en el poder.
La decisión del gobierno argentino de Alberto Fernández de suspender las exportaciones de carne vacuna por un plazo de 30 días con el objetivo de bajar el precio de la carne a los consumidores y votantes es una clara decisión política de corte populista que solo mira el corto plazo y le importa un comino lo que pase después. Los argentinos no tienen que irse muy atrás en el tiempo —solo 15 años— para recordar lo nefasta que ha sido esa misma política para uno de los sectores emblemáticos de la riqueza del país como es el de la carne vacuna. Saben que les terminará jugando en contra, pero la toman igual. La decisión de Néstor Kirchner de suspender las exportaciones cárnicas en 2006, a la que siguieron políticas que restringieron de diversa forma esta corriente comercial, terminó en una descomunal liquidación de existencias vacunas que provocó, en el corto plazo, el efecto deseado —bajó el precio de la carne— pero que en el mediano y largo plazo significó una brutal escasez de carne y, lógicamente, precios muy altos por ese producto. El rodeo vacuno argentino perdió 10 millones de cabezas entre 2008 y 2010, entre ellos 3,7 millones de vientres, y el precio de la carne subió 54% en términos reales, según cifras manejadas por la Sociedad Rural Argentina. Y, también en el mediano y largo plazo, significó la pérdida de credibilidad de los exportadores argentinos, lo que fue bien aprovechado por sus competidores, entre ellos Uruguay. Les llevó más de 10 años volver a ser un jugador de peso en el mercado internacional de la carne vacuna.
Hoy, Argentina es un jugador clave del mercado internacional y un competidor relevante del producto uruguayo en todos los principales mercados, sea China, Europa, Israel o Estados Unidos. De acuerdo con estadísticas del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) es el quinto principal exportador mundial, estimándose que este año colocaría en el mercado internacional unas 770 mil toneladas peso carcasa. Es el segundo principal proveedor del mercado chino y la referencia del precio de la carne enfriada, de alto valor unitario, que importa Europa.
El momento de la decisión es trascendente, porque las condiciones de oferta y demanda ya eran bastante explosivas para los precios —como se comentaba hace dos semanas en esta misma columna— y la salida de escena de Argentina no hace otra cosa que agregarle más leña al fuego. Cuatro de los cinco principales exportadores mundiales de carne bovina están con alguna restricción de oferta. Ya sea por atravesar una fase de recomposición de existencias de su ciclo ganadero (caso de Brasil y Australia), por las restricciones debido al colapso del sistema sanitario por el Covid-19 (la India) o por limitaciones autoimpuestas (Argentina), los países que colocan 58% de la carne bovina en el mercado internacional están con problemas. De los cinco principales, solamente Estados Unidos está trabajando de forma fluida y con buenos niveles de oferta.
Si a eso se le agrega una demanda muy firme, vinculada fundamentalmente con las necesidades de proteína animal en el sudeste asiático, el contexto es de extrema firmeza para los precios globales.
El impacto sobre el mercado fue inmediato. La decisión del gobierno argentino se supo pocas horas antes de que comenzara la edición 2021 de la feria de la alimentación SIAL en la ciudad china de Shanghái, una de las más importantes del mundo. La primera reacción de los exportadores fue quitar todas las ofertas, retirarse de la feria y retornar al día siguiente con precios mucho más altos. La segunda reacción fue tomar los recaudos del caso mediante la exigencia de un aumento en el anticipo del pago. Del 30% que se estaba solicitando, se pasó a 50%. Está muy fresco el recuerdo del trago amargo que significó el parate del gobierno chino a la financiación de las empresas importadoras sobre fines de 2019, lo cual derivó en la cancelación y renegociación de muchos contratos.
En el corto plazo la autoexclusión argentina determinará la posibilidad de cerrar algunos negocios a mejor precio. Pero el contexto es de total incertidumbre. ¿Serán 30 días de suspensión, más, o menos? ¿Cómo reaccionarán los compradores? ¿Tomarán represalias? ¿Qué se negociará entre el gobierno y las grandes empresas exportadoras argentinas? En una cosa coinciden, y es en el inconveniente que les generan los exportadores pequeños, ocasionales, acusados de competencia desleal por evasión y subfacturación para cambiar los dólares de parte de la venta al tipo de cambio paralelo. Por ese lado podría haber un acuerdo entre gobierno y grandes exportadores, un “camino del medio” que reduzca la evasión del sector y quite a las grandes empresas exportadoras —más limitadas en las posibilidades de subfacturación— esa competencia desleal.
Sea como sea, esa coyuntura será de vuelo corto para los exportadores uruguayos. La apuesta más interesante debería ser a que, como país, se resalte la seriedad y el cumplimiento de los negocios, las reglas de juego claras que le den certezas a quienes compran el producto uruguayo y, eventualmente, a quienes quieran invertir en el país. Al fin de cuentas, “políticas de Estado” que miran el largo plazo.