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Otra vez, correr de atrás

Por exceso e inercia en el gasto y por postergar reformas, Uruguay cae nuevamente en complicaciones. Se expresa en los planos fiscal, laboral y comercial.

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Ing. Agr. Nicolás Lussich.

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La situación de la economía uruguaya se ha deteriorado en los últimos meses, con un estancamiento de la actividad. No sería extraño que las cifras del PBI muestren una caída en el primer semestre de este año. La mejor cosecha y las perspectivas del comienzo de obras del Ferrocarril Central no serían compensación suficiente ante el impacto de la crisis argentina y los problemas propios de competitividad.

El freno en la actividad hace caer la recaudación de impuestos, que en años previos había subido por los ajustes fiscales, en especial a través de los impuestos a la renta. Pero ese efecto se agotó, mientras el gasto siguió creciendo, generando un aumento del déficit fiscal, que se encamina al 5% del PBI (casi US$ 3.000 millones), cifra insostenible en el mediano plazo, que puede cubrirse por el buen acceso que tiene Uruguay al mercado financiero, con Grado Inversor para su deuda.

Esta calificación puede ser un arma de doble filo: bienvenida si nos da tiempo para emprender correcciones, pero engañosa si nos lleva a seguir postergándolas. El problema es que -para corregir el déficit- ahora hay que tomar medidas más drásticas: el próximo gobierno -sea cual sea su signo político- deberá aplicar una fuerte corrección fiscal bajando el gasto total y -casi inevitablemente- aumentando impuestos. Es lamentable porque echaría para atrás una línea positiva de política tributaria establecida a partir de la Reforma de 2007, que apuntó a una simplificación de la estructura de impuestos, la inclusión del impuesto a la renta personal y tasas a la renta empresarial más parejas para todos los sectores, con una tendencia a la reducción del IVA. Esa trayectoria ya quedó malherida con los ajustes recientes y todo indica que seguiremos retrocediendo.

Los rasgos más complicados de este escenario se habrían evitado si se hubiera tenido más cautela en el gasto. En este sentido, hay una preocupante confusión en la gestión -y también en la discusión pública- sobre cómo inciden las partidas de gasto en el problema fiscal. No todos los gastos tienen las mismas consecuencias: las inversiones tienen un horizonte acotado, se hacen en un determinado momento; en cambio, los compromisos con las personas (jubilaciones, salarios, partidas diversas) son más rígidos, legal y políticamente. Así, estamos con un gasto excesivo pero con escasa inversión (la que hacemos, la financiamos con deuda). Faltó también una dosis mayor de vigilancia sobre la eficiencia del gasto en sectores como salud, educación y seguridad, entre otros. Ahora hay que correr las cuentas de atrás.

Algo muy parecido sucede en el plano laboral con un escenario de deterioro en el mercado de trabajo que ha sumado nuevos casos de empresas que entran en problemas o directamente cierran su actividad. Esta semana emergió una preocupación especial en la industria frigorífica, por el fuerte aumento en los costos de ganado y costos laborales muy superiores a los de la región; que suba el precio del ganado es buena noticia, pero si queda mal arbitrado respecto a las posibilidades de venta, la industria entra en problemas y -como sucede con los tambos, los agricultores o las tiendas- caen primero los más chicos. En cambio, los grandes grupos pueden sostener -al menos un tiempo- costos mayores, si es que tienen margen en otros mercados.

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El caso de las curtiembres es aún más grave: a los problemas de competitividad y sobrecostos en energía, mano de obra, etc., se suma un mal escenario de mercados, por la caída en la demanda y los precios. Los empresarios ya se lo habían advertido a las autoridades, pero -como lamentablemente ha sucedido en otros casos- para el gobierno la visión empresarial tiene una credibilidad acotada, y las cosas tienen que llegar a un extremo grave para que se asuma la situación.

En este marco emergen los problemas en el frigorífico Florida, curtiembre París y -el caso más impactante- la curtiembre Zenda (ex Branaa) que decidió despedir a 370 trabajadores. Las empresas curtidoras han tendido a reducir empleo y los niveles de transformación para subsistir, tendiendo más a los cueros curtidos (semiprocesados) que a la terminación completa, en una tendencia parecida a la que se ha visto en la lana. Pero ni aún así se ha logrado estabilizar el negocio. Asimismo, han tenido problemas sindicales recurrentes.

En este plano, tal vez el caso reciente más grave fue el conflicto que se desató en la empresa Friopan, que comercializa panificados precocidos congelados, un rubro de creciente dinamismo dadas las nuevas tendencias del consumo. La radicalización irracional del gremio ante la decisión de la empresa de invertir en nueva maquinaria derivó en una ocupación con gente ajena a la empresa, que causó graves daños y pérdidas, un episodio triste que -lamentablemente- no es aislado: muchos gremios -en otras industrias y agroindustrias- han caído en estrategias radicales que terminan destruyendo empleo; es necesario cambiar la legislación laboral en el sentido que plantea la OIT, dando garantías a los trabajadores que quieran trabajar -en este caso eran la mayoría- y a los empresarios el acceso a sus instalaciones. Esto fomentaría un accionar sindical más razonable y coherente, con movilizaciones obreras por causas justas y bien fundamentadas. Uno de los mayores avances para el sindicalismo y los trabajadores que trajo el Frente Amplio en sus primeros gobiernos es garantizar el accionar sindical, por lo cual este debería ser mucho más responsable y genuino.

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Pero el gobierno se ha resistido a cambiar la legislación (como pidieron los empresarios y planteó la OIT) y ahora también corremos de atrás en este tema: en lugar de establecer un marco proclive al empleo, el agregado de valor y la preparación de los trabajadores ante la revolución tecnológica, se termina promoviendo la confrontación y ninguneando la productividad, con un escenario de fragilidad productiva preocupante que también resulta en un problema cultural, al no valorarse el trabajo, la inversión y la gestión inteligente para producir mejor.

Decíamos que las curtiembres tienen problemas específicos por caída en la demanda y problemas de mercado. Varias de nuestras curtiembres venden a terminales automotrices, para el tapizado de automóviles de alto nivel. Pero el mercado automotor ha tenido problemas y eso afectó el negocio. La nueva guerra comercial complica aún más la situación; México, por ejemplo, es un demandante clave de cueros uruguayos desde sus terminales automotrices, pero ahora está jaqueado por Trump. También se está registrando cierta aversión al consumo de cuero por parte de algunos grupos de consumidores que lleva a que algunas marcas como Tesla no incluya el cuero en sus modelos.

Para superar esto se necesita una estrategia comercial más clara y agresiva y allí también corremos de atrás: se ha avanzado poco en conseguir aranceles menores y acuerdos de libre comercio que faciliten las ventas de manufacturas; en realidad, hemos retrocedido porque también perdimos las preferencias en mercados como Europa y EE.UU., porque nuestro ingreso per cápita aumentó, una consecuencia negativa de nuestros propios avances.

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Las exportaciones totales se han sostenido y la suba del dólar ayuda (cuadro), pero hay que hacer mucho más para reactivar la economía y mejorar el escenario de varios rubros que están en problemas, desde el arroz al turismo, pasando por buena parte de la industria local. Como en otras ocasiones, años atrás, postergamos decisiones y ahora hay que encarar en desventaja. Es difícil correr de atrás, pero más vale tarde que nunca.

Pablo Mestre
Pablo Mestre

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