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Ni tan calvo, ni con dos pelucas...

Ing. Agr. Rafael Tardáguila | rafael@tardaguila.com.uy

Estados Unidos es referencia ineludible en los principales mercados agrícolas y un jugador clave en el mercado internacional de la proteína animal. Tanto desde el punto de vista de la oferta como de la demanda su incidencia es marcada; importa si está seco, si llueve, si los farmers sembraron más o menos área de cada cultivo o si hay poco o mucho ganado en los corrales. No es para menos, es la principal potencia mundial y tiene una cultura agropecuaria que se esfuerza por mantener. Logra rendimientos en los principales cultivos que llaman la atención a todos, con una especialización en maíz, fundamentalmente en el cinturón maicero del país, que parece a prueba de todo.

Pero no es oro todo lo que reluce. Al observar más de cerca se advierten situaciones que distan bastante de lo que, a la distancia, parecen ser productores en la punta del uso de la tecnología.

Quien escribe formó parte de la gira ganadera organizada por la Agropecuaria de Dolores por el estado de Texas, una delegación de 19 personas integrada fundamentalmente por productores de distintas zonas del país (Soriano, Río Negro, Paysandú, San José, Canelones, Tacuarembó), además de proveedores de insumos y vendedores de servicios, que recorrió el estado del 1 al 10 de abril. La gira visitó varios establecimientos criadores, un corral de engorde, dos cabañas, además de la Universidad de Texas A&M, que tiene un claro sesgo hacia el sector agropecuario e incluye, entre sus instalaciones, su propia planta de faena en la que procesa unos 700 animales por año con fines educativos y de investigación, y vende lo producido en su propia tienda dentro del predio universitario.

Algunos de los sistemas que se vieron son destacados y avanzan en la cadena de procesamiento hasta llegar al producto final. Es el caso de la cabaña Aberdeen Angus negro 44 Farms, que comercializa 3.000 toros por año (a un valor medio de US$ 12.000 por cabeza) y tiene un acuerdo con 1.400 productores a quienes les vende sus toros y les compra la producción para terminar vendiendo con su sello propio la carne en la cadena de supermercados Wallmart. El producto, que además es libre de hormonas, cotiza con un sobreprecio, lo que le permite a 44 Farms pagar a sus socios unos US$ 40 centavo más por kilo carcasa que el valor medio del ganado a faena.

Wendt Ranch, que incluye una cabaña de la raza Santa Gertrudis, hace algo similar, comercializando la carne con su propia marca que la produce en una pequeña planta frigorífica de la región.

Son ejemplos de productores que trabajan en la punta de la cadena y que avanzaron en la integración vertical agregando valor al producto.

Hay otros, en cambio, que no tienen esas ambiciones y que trabajan de una forma más tranquila. En algún caso, la producción ganadera es un subproducto, con la extracción de petróleo como principal ingreso del establecimiento. El subsuelo en Estados Unidos, contrariamente a lo que pasa en Uruguay, es propiedad del dueño de la tierra. La producción allí dista de ser la mejor. En un predio de 10.000 hectáreas hay un rodeo de cría Angus (con temperaturas que en verano superan tranquilamente los 40° C) y con un tremendo problema de mosca de los cuernos que se intenta controlar (sin resultados) mediante fumigación con avioneta.

Las vacas pasan mal y eso se refleja en una tasa de preñez que oscila en 50%, con un entore que se extiende por alrededor de ocho meses. Los potreros parecen estancias por su extensión y no hay una inversión en la mejora de las pasturas.

No fue el único caso observado, hubo otros en los que la cría alcanzaba números similares.

Es que, para Estados Unidos, el objetivo principal es que los farmers se queden en su establecimiento, por lo que les dan ayudas que, en muchos casos, son subsidios encubiertos. El éxito es relativo: la edad promedio de los farmers es 60 años.

En la producción agrícola esta situación se ve con claridad. El uso de los seguros es una forma en la que se le asegura al productor que, por lo menos, no va a perder plata. Se asegura todo: por área, por rendimiento, por avatares climáticos y varios más. Incluso se paga el seguro cuando no se dan las condiciones para sembrar, sin que se haya incurrido en el costo de los insumos. Un ejemplo son campos arrozables en Texas, donde si el agua no es suficiente para el uso en las chacras, se le paga al productor sin que haya hecho nada. Esto da una tranquilidad que les permite a quienes quieran sacar altos rendimientos invertir para lograrlos y a quienes trabajan a media máquina, no esforzarse demasiado y, a pesar de ello, alcanzar márgenes más que razonables.

No hacer una producción más intensiva es, en estos casos, una decisión lógica, dado que los resultados económicos serán igualmente positivos. Seguramente sin los subsidios encubiertos la situación sería muy distinta y quedarían en la producción quienes sean más eficientes.

Por lo tanto, lo del título: ni tan calvo ni con dos pelucas. Y una clara diferencia en la comparación con la producción en Uruguay, donde los productores no tienen esas ayudas y su resultado económico favorable se basa exclusivamente en su esfuerzo y en que las cosas les salgan bien.

Tiene su lógica; en Estados Unidos, la producción agropecuaria representa 1% del PBI, por lo que ayudarla a sostenerse le sale al país relativamente barato. En Uruguay es la base de la economía, por lo que, muy por el contrario, es el que, en buena medida, sostiene al resto del país. Uruguay se salva con el agro o con él perece, como dice el dicho. En Estados Unidos la situación es muy distinta.

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