La decisión del gobierno de Alberto Fernández de cerrar las exportaciones de carne por un mes, significó poner un cepo que va más allá del vecino país por lo que significa en el mundo del comercio.
Pablo D. Mestre
Editor Rurales El País.
En momentos que una inesperada pandemia azota al mundo desde hace por lo menos año y medio con fuerte incidencia actualmente en la región, aunque parezca increíble, cada día es mayor la “grieta” que se genera en las distintas sociedades. Esa que refleja una creciente separación entre las personas. Ya no basta pensar distinto, ni justificar el razonamiento propio, sino más bien denostar al del “otro lado” de esa división. Con, o sin razón. ¿Qué importa la razón en épocas de 280 caracteres? Algo así pareciera es lo que está pasando en Argentina. El país vecino, que por estas horas padece lo más crudo de la pandemia en cantidad de contagios, de muertes y de falta de certezas en cuanto a las vacunas, ahora se enfrenta a otro virus que quizás solo tenga explicación en esa “grieta”. El reciente anuncio del presidente Alberto Fernández sobre la intervención en el mercado ganadero, una vez más, les trajo a los productores y a todos los actores de la cadena, recuerdos no muy felices. Ya en el año 2006, con los mismos argumentos de contener la inflación, el gobierno del entonces presidente Néstor Kirchner había suspendido temporalmente la exportación de carnes. Lo que se dijo era una medida por 90 días, terminó siendo por varios años. ¿Sirvió para contener la suba de precios internos? No. Y no solo eso, provocó una catástrofe en el sector primario de lo que se reconocía como la mayor fábrica de carne natural del mundo. Según cifras dadas a conocer en estas horas por la Sociedad Rural Argentina, mostrando datos del MAGyP y Senasa, esa medida provocó que el stock ganadero bajara, en tres años de 57.583.122 cabezas a 47.972.661 vacunos. Y demandó 7 años para volver a superar los 53 millones, sin llegar aún a la cifra inicial del 2008. La Rural Argentina estima en US$ 30.700 millones la pérdida en activos ganaderos causados por dicha medida. Además, mostró Daniel Pelegrina, titular de la SRA, esa medida de hace 15 años provocó que, en tres años, se perdieran 3,7 millones de vientres (de 23.712.136 cabezas a 20.060.138). Recién en el año 2011, comenzó la remontada de esta categoría fundamental para la producción ganadera, llevándole al sector 7 años recuperarse. También fue evidente la pérdida de empleos por el cierre de un centenar de plantas frigoríficas, estimándose en más de 10.000 puestos menos. Y la no menos importante pérdida de credibilidad en los mercados internacionales. ¿Y el precio de la carne? El consumidor argentino terminó pagando más del 54% por el kilo de carne (de 395 pesos argentinos, pasó a 609), según datos del IPCVA. Por lo cual, tampoco tuvo el efecto buscado. En nuestro país ya vivimos un hecho similar cuando el recordado “asado del Pepe” que, aunque fuera barato al momento de comprarlo, llevado a cotización de la carne que contenía el corte era más caro que una buena pulpa… Este nuevo cepo a las ventas de carne que impuso el gobierno de Alberto Fernández por 30 días, si bien dejó afuera las cuotas que tiene Argentina: Hilton, 481 y Estados Unidos, si bien en lo inmediato quizás favorezca a Uruguay, se puede convertir en un boomerang con el tiempo. Pero, además, más allá de conveniencias o no, marca una clara intromisión a la libertad de comercio. Y eso es peligroso. Porque, además, si se analizan los antecedentes, si a todas luces se comprueba que no es una medida efectiva para el fin buscando, ¿Cuál es el motivo de esa intervención? Quizás, la respuesta esté en que a los vecinos, más que la pandemia, les afecta el virus del populismo… Contra el que no hay vacunas…