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Atrasos y adelantos

La suba de costos por la baja del dólar preocupa y hay expectativa por la decisión de esta semana por parte del Banco Central. Mientras, se aguarda que largue a pleno la cosecha de soja.

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El tiempo sigue acompañando a la producción, si bien las lluvias fueron excesivas en algunos lugares, complicando algunas tareas. Particularmente en el caso de los tambos, donde el barro complica mucho y las apariciones se han visto algo retrasadas. En todo caso -como lo hemos comentado ya- siempre es mejor que llueva: el agua está sustentando un gran aumento en la producción forrajera lo cual es muy bienvenido para la lechería y -por supuesto- para la ganadería. En el caso de la agricultura, las chacras bien manejadas, con agricultura continua, hacen un aprovechamiento a pleno del agua.

La producción de granos de verano es muy buena, más allá de las variaciones lógicas por cultivo y por zona. Para lograr una cosecha excepcional las lluvias llegaron algo tarde, pero de todas maneras habrá rendimientos entre buenos y muy buenos en general. Los que no están acompañando son los precios, es sabido, aunque en las últimas los últimos días el precio de la soja repuntó levemente dando algo de aliento a las expectativas de los productores.

En el caso del Maíz, el precio pasó de paridad de importación a paridad de exportación, lo que implica una baja abrupta en los valores de un año al otro. Y como en la mayoría de los casos, la alegría va por barrio: para el productor maicero será el rendimiento que defiende el ingreso, mientras para los consumidores de este grano forrajero son buenas noticias (en realidad, muchos productores están de los dos lados del mostrador). El alimento barato reduce costos en los tambos y particularmente en los corrales (feedlots) donde las cifras están apretadas por el aumento en el precio de la reposición y un precio del ganado terminado que todavía no convence mucho. Pero lo que no convence nada, es el valor del dólar.

En caída.

Si bien mostró un leve rebote en los últimos días la cotización del dólar en la plaza local muestra un retroceso notorio: en marzo cayó casi 2% respecto al mes anterior y en lo que va de este mes se mantiene en el promedio de marzo, sin mayores avances. Cuando pasamos el dólar a valor real -esto es, ajustado por inflación- como se ve en la gráfica adjunta, el billete verde ha tenido una caída fuerte en el último año (5%) y respecto al año 2019 el retroceso es del 20%.

Con estos movimientos, la discusión o polémica pública se ha vuelto más intensa, en particular luego del informe de la Federación Rural denunciando el atraso cambiario. Uruguay está con un tipo de cambio real promedio en caída, más allá de las fluctuaciones y matices en la forma de medirlo y con qué país. En cierta medida, la situación es esperable si se tiene en cuenta la política monetaria que está llevando adelante el Banco Central del Uruguay (BCU) enfocado directa y exclusivamente en la baja de la inflación, cosa que ha logrado llevándola a niveles históricamente bajos y por un tiempo que no se había visto hasta ahora: la inflación ya lleva 10 meses dentro del Rango Meta y el BCU proyecta que seguirá allí en los próximos 24 meses. Hace casi 3 años que el Central no interviene en el mercado cambiario y -pese a los reclamos empresariales y políticos- seguramente seguirá sin hacerlo. Técnicos de la autoridad monetaria piensan que una intervención haría perder credibilidad a su política y tendría -en cierta medida- el efecto contrario al que se busca a largo plazo: que el tipo de cambio fluctúe con total libertad y comience a adoptarse cada vez más el peso como moneda de transacción, con baja inflación. Con esta estrategia el BCU se juega en buena medida su credibilidad, pero también el Uruguay se juega su competitividad.

Dólar atrasado o costos adelantados.

Los beneficios de bajar la inflación son innegables y que haya bajado del eje del 8% en el que se movía en años previos, al actual 5% es un logro significativo: hay menos costos para los asalariados y la formación de precios es más transparente, lo que permite a la economía responder mejor a los cambios en las señales de precios y mercados, con -eventualmente- más inversión y productividad.

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El dilema es si la política monetaria no está siendo excesivamente contractiva. Desde el BCU la respuesta es que miran las expectativas de inflación, que aún están por encima del rango meta, por lo que la tasa debe persistir alta para dar una señal firme a largo plazo. Y con tasa alta, dejando el resto de los factores estables, es difícil que el dólar levante.

El problema -ya lo comentamos- es cómo acompaña esto el resto de las políticas. Por su propia historia inflacionaria Uruguay es una economía que está muy indexada, desde las jubilaciones y salarios hasta las tarifas y otros precios clave, que ajustan por inflación pasada más que por el escenario previsto a futuro. En cierta parte, esto explica el nivel récord de salario real que se ha dado en los últimos meses, más allá de que la suba era un compromiso del gobierno y así lo pautó en los Consejos de Salarios.

Nos enfocamos en los salarios porque, por un lado, son los que definen el enorme gasto jubilatorio, que se lleva la mayor proporción en el presupuesto estatal. Pero además porque definir atraso cambiario, esencialmente, implica decir que los costos locales de la producción -directamente asociados al salario-, son excesivos en términos internacionales y dificultan que la economía compita y crezca. Los productores bien lo saben: la baja del dólar no es un problema en sí mismo, porque baja el precio real del producto, pero también de varios insumos que cotizan en dólares. El problema son los costos locales: servicios, tarifas, impuestos, aportes, comercialización y muchos otros rubros o ítems que, directa o indirectamente, se vinculan a los salarios y al nivel de gasto estatal.

Para juzgar si hay o no un exceso en el costo local, el tipo de cambio real es una primera referencia y allí estamos retrocediendo. Pero la hora de la verdad la define la propia actividad de la economía. Y allí el asunto está entreverado: el PIB creció muy poco en el último año y la dinámica de crecimiento de fondo de la economía uruguaya es bastante modesta. El crecimiento postpandemia tuvo aportes excepcionales como las inversiones en celulosa y algunos otros rubros. No negamos que la economía uruguaya avanzó en productividad en algunos ámbitos y se destacan rubros como tecnologías de la información, con buenos fundamentos de competitividad, más allá de los vaivenes habituales en cualquier sector. Pero la situación da para preocuparse. Es cierto que la sequía y la crisis argentina son asuntos insoslayables que golpearon nuestra economía y se espera un buen crecimiento este año. Sería un mentís al atraso cambiario. Pero una cosa son las proyecciones y otra de la realidad.

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En cualquier caso, no hay duda de que el BCU seguirá con la línea que ha definido desde que comenzó esta administración y en particular luego de la pandemia, apuntando a bajar la inflación de manera permanente (más en un año como este, electoral y de mucha sensibilidad política). La semana próxima su Comité de Política Monetaria deberá decidir sobre la tasa de interés y -si baja- sería un descenso modesto. Las expectativas empresariales de inflación bajaron (6,2% según el dato del viernes) pero siguen fuera del rango meta y eso al BCU no le gusta.

Desde la autoridad monetaria la concepción es que, si Uruguay tiene problemas de competitividad, no es el Banco Central el responsable, sino que hay que tomar medidas en otras áreas, abriendo mercados y mejorando el ambiente de inversión. Esa meta sí que es ambiciosa.

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