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Alimentos, agro e inflación

Se han sumado aumentos en el precio de los alimentos en las últimas semanas y crece la preocupación por la inflación. El agro está vinculado a la dinámica alimentaria y -más que del problema- es parte de la solución

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La inflación es la suba general de los precios, medida como tasa de aumento en un período de tiempo. Es un rasgo común a cualquier economía y el problema es cuando esa tasa sube por encima de lo deseado, lo que complica la formación de precios y erosiona el poder adquisitivo de aquellos con ingresos fijos (básicamente los asalariados). Desde el punto de vista monetario, implica la depreciación de la moneda y -si la inflación es muy alta- lleva a que la moneda del caso deje de usarse como reserva de valor.

Uruguay había tenido muchos años de inflación muy alta, hasta que en los 90 comenzó a implementarse un plan de ajuste que -más lentamente de lo deseado- finalmente logró llevar la inflación a tasas anuales de un dígito, con costos importantes (se ancló el tipo de cambio y eso complicó la competitividad). Más recientemente -en los últimos años- Uruguay ha tenido una inflación que ha oscilado en torno a 8%. Para nuestra historia no es alta, pero para el mundo sí lo era, pues en los países desarrollados la inflación no superaba el 2-3% anual. Hasta ahora

Con la pandemia y su salida, comenzaron a emerger problemas de inflación agudos. La recuperación impulsó la demanda, pero la oferta no creció al mismo ritmo. Hubo y hay problemas logísticos y de abastecimiento. Además, la política de expansión monetaria para enfrentar la pandemia que impulsó EEUU aumentó el circulante de dólares de manera abrumadora. Bueno para salir de la crisis, malo para la inflación. Se pensó que ésta iba a ser transitoria, pero se ha tornado más persistente de lo esperado.

En este contexto, se suma el efecto de la guerra. La invasión de Ucrania por parte de Rusia elevó el precio del petróleo y varios alimentos. Pero no todas las cadenas agroalimentarias están afectadas de la misma forma.

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Sector por sector

La carne vacuna es uno de los principales alimentos en la canasta de consumo. Responde por casi 5% del IPC. En los últimos años el sector ha mostrado una dinámica virtuosa, reafirmada en los últimos meses con una valoración récord en el precio de exportación. El desempeño es indiscutiblemente positivo para toda la economía, por el aumento en los ingresos, la actividad y el empleo, desde el campo hasta las carnicerías.

Sin embargo, el aumento de precios de exportación se ha trasladado a los precios al consumo, con el consiguiente impacto en la inflación. ¿Podría haber sido de otra manera? Difícilmente: en los mercados de exportación, la carne vacuna es -cada vez más- un producto de lujo, lo que choca directamente con la tradición uruguaya de tener a la carne de res como un alimento popular. A fuerza de apertura comercial y exportaciones, esto está cambiando: la carne vacuna se ha valorizado y el consumo baja. Si los precios internacionales siguen firmes, los años de 60 kg de consumo por habitante habrán quedado en la historia.

Lamentaremos comer menos cortes del trasero, las deliciosas colitas de cuadril, bifes o pulpas, pero lejos está esto de constituir una crisis alimentaria ni nada parecido. Siempre hubo, hay y habrá cortes populares de carne vacuna cuyo valor nutritivo es casi el mismo que el de los cortes valiosos, más caros por su terneza y facilidad de uso. Además, la cadena cárnica funciona también en sus fronteras: hace ya muchos años que -ante el éxito de la exportación- se importa carne vacuna, en especial desde Brasil y Paraguay. Y los hermanos guaraníes (que no exportan a China y sí a Rusia) están complicados por la guerra, el ganado en Paraguay bajó de precio y es posible que aparezcan más cortes paraguayos vendiéndose en Uruguay. Esto si el negocio es atractivo: si pueden conseguir un precio mejor aquí, y los uruguayos tener una oferta económica ante las subas. Los precios buscan el punto de equilibrio y esto no es resorte del gobierno: cumplidas las condiciones sanitarias, se puede importar carne por parte de cualquier agente comercial.

En cualquier caso, el consumo de carne en Uruguay está cambiando: baja el de vacuna y sube el de pollo, cuyo precio se ha movido mucho menos (gráfica). Sin embargo, también en la cadena avícola hay presiones al alza en los precios. La terrible ola de calor de enero causó la muerte de miles de pollos y ponedoras y el problema comenzó a trasladarse ahora a los precios del consumo, llamando particularmente la atención en los últimos días el aumento en el precio de los huevos.

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En este punto es oportuno recordar que la oferta de huevos venía muy alta y con precios relativamente bajos de años atrás. Luego de los problemas que acarrearon los negocios con Venezuela, muchos productores de pollo se pasaron a ponedoras y creció la producción. La ola de calor de enero afectó particularmente a este sector, que tiene altos niveles de informalidad. Se estima que murieron unas 600.000 ponedoras, de un total de unos 4 millones. La producción se achicó y los precios subieron notoriamente (el último promedio de INE marca 120 $/docena).

En el caso de los pollos para carne la producción venía creciendo ante al mayor demanda, con precios que también se mostraban estables. En esta rama hay empresas de gran escala y la mortalidad por calor fue más acotada (se estima un 4%). Así, el impacto por este factor sería menor que en el caso de los huevos, aunque puede notarse en estos días; dado que el ciclo de incubación + engorde lleva 20 y 40 días respectivamente, es ahora que puede estarse registrando el faltante (60 días desde la ola de calor).

En este escenario llega el aumento de precios del maíz, que subió de 150 a 250 US$/ton ya el año pasado. Esa suba logró ser amortiguada por la industria, pero los nuevos aumentos por la guerra serán más difíciles de moderar. Además, la industria avícola no puede recurrir tan fácilmente al maíz partido argentino, por problemas de calidad en el alimento en animales muy sensibles. En cualquier caso, el consumo de carne de ave subió notoriamente en los últimos años (está en 24 kg/cab/año) y seguramente seguirá avanzando.

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Pan caliente

Ucrania es uno de los principales exportadores de trigo del mundo y está en vilo por la guerra. El USDA redujo en 4 millones de toneladas la estimación de exportaciones de dicho país, de 24 a 20 millones. También redujo la proyección de exportaciones rusas, de 35 a 32 millones. Esto elevó drásticamente los precios internacionales del trigo, lo que se trasladó (lógicamente) al mercado local.

Así, se prevé un aumento en el precio de la harina, pero cada cosa en su justa medida: el trigo representa entre 60 y 70% del precio final de la harina, y ésta un 15 a 20% del costo del pan. De manera que el trigo no incide mucho más que un 10% en el precio final del pan. De manera que si el precio del trigo aumenta un 25% (como sucedió en los últimos meses) el pan no debería aumentar más de un 3% para el consumidor final, muy diferente al aumento internacional del grano. Esto no quiere decir que sea despreciable, porque los márgenes minoristas son bajos, pero hay que precisar las ponderaciones. En el caso de la carne -producto fresco- la incidencia del precio al productor en el precio minorista es mucho mayor (en torno a 40-45%).

El precio de los aceites también subió drásticamente, en el exterior y al consumo (30% al público, en el último año). Su incidencia en la canasta total es baja (0,5%) pero el aumento es agudo, y no cederá pronto porque Ucrania también es un productor importante de girasol y ahora esa producción estará afectada. Además, hay pocos stocks globales y alta demanda. El aumento en el consumo de aceite es un indicador de mejora en el consumo alimentario, como sucedió en los últimos años en China.

En el dato del IPC de febrero, frutas y verduras dieron un fuerte empuje a la inflación con una suba promedio de 20%. Son precios esencialmente volátiles, aunque se habla más cuando suben que cuando bajan (así con todos los productos). En esta ocasión, la sequía primero y los excesos de lluvia y tormentas luego, tuvieron a mal traer a muchos chacareros, con pérdidas importantes en especial en hortalizas de hoja.

El problema con estos empujes de precios es que luego se trasladan, parcialmente, al resto de los productos. La economía uruguaya tiene múltiples mecanismos de indexación por inflación pasada (desde las negociaciones salariales hasta los ajustes jubilatorios), de manera que un aumento transitorio se vuelve, en parte, permanente.

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Desde la política monetaria (Banco Central) se ha comenzado a poner en juego el aumento de la tasa de interés para controlar la inflación. Es correcto, con el riesgo de retrasar el dólar, que ya está 4% debajo de lo que estaba un año atrás, en su valor nominal (quiere decir que los precios en dólares en Uruguay han subido 12% en promedio).

Para el agro, lo clave es no incursionar en “soluciones” que no lo son (controles de precios, trabas comerciales) y facilitar la producción reduciendo costos y mejorando la productividad. Los alimentos se han encarecido pero si la producción crece en cantidad y variedad, el abastecimiento estará garantizado y eso es lo principal para que el problema sea transitorio y no se haga permanente. Mientras en Venezuela y Argentina las góndolas de muchos productos suelen estar semivacías, la provisión aquí se sostiene, aunque los precios se hayan elevado.

La inflación impone un desafío importante. El presidente Lacalle Pou planteó en el Parlamento que éste será el año en que comience la recuperación salarial, tarea difícil si la inflación no baja (gráfica). Una baja que no puede ser a costa de la caída en la competitividad y la actividad.

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