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La tradición de una yerra que vive en la melodía de la memoria

Porque en abril es más bonita, a casi 50 años recordamos la canción del minuano Chalar y viajamos hasta el sitio en donde ocurría todo...

Estancia, campo.
El campo del que habla la conocida canción de Santiago Chalar, La Yerra, continúa en manos de la familia Ramos. Esa estancia, ubicada en el Paraje El Soldado, de Lavalleja, comenzó en 1900.
Manuela García Pintos

En los pagos del soldao’, allá metido en la sierra, es costumbre de una yerra que el tiempo no la ha borrao’, ver paisanos bien plantaos’ tendiendo un rollo tras otro, y en el medio ‘el alboroto en un zainito y al tranco, el Doctor Ramos Barranco... cum’ba esa yerra don toto!.

“El zainito del que habla la canción es ese que te mostré la foto. Era la petiza mía, la Chingola. Para ese entonces era nuevita y papá no me la daba todavía, porque era nueva, entonces andaba él”, comentó María del Rosario Ramos, hija del doctor Ramos Barranco, Don Toto, propietario del campo en donde se hacían las yerras más famosas de país.

La historia que les traigo este domingo habla la nostalgia por una época dorada del campo.

El campo del que habla la conocida canción de Santiago Chalar, La Yerra, continúa en manos de la familia Ramos. Esa estancia, ubicada en el Paraje El Soldado, de Lavalleja, comenzó en 1900 de la mano de Ascensión Barranco y Ricardo Ramos Latorre, padres de Don Toto, abuelos de Rosario.

Su padre tenía tres hermanas y fue médico pediatria y anestesista, profesión que lo acercó a Carlos Alfredo Paravís Salaverry, más conocido como Santiago Chalar, médico traumatólogo, poeta, compositor, músico y cantante uruguayo.

“Vos le decis Santiago Chalar, pero para mí era Carlos. Era médico y fue a parar a Minas, al sanatorio, era traumatólogo. Y papá era médico, era pediatra y el único anestesista que había en esa época. Y de ahí se hicieron muy amigos”, recordó Rosario.

A raíz de esa amistad, Chalar comenzó a ir al campo familiar, a juntarse a guitarrear.

Yerra de setiembre de 1975.
Yerra de setiembre de 1975.

“A él le encantaba el campo. Hay miles de anécdotas de Chalar. Un día él estaba en el molino viejo acostado, era un día soleado precioso y justo habían ido a buscar los toros. Se despertó de la siesta rodeado de toros mirándolo. Se pegó un susto y salió corriendo”, contó.

Hay tantos cuentos como fotos que evidencian los recuerdos. La yerra era sagrada, casi como una tradición y, en una de esas juntadas, salió de una conversación entre todos la letra de la canción.

Santos Inzaurralde escribió la introducción y Wenceslao Varela hizo la letra de la canción.

“Esa canción describe tal cual eran las yerras. Las yerras eran famosas”, recordó Rosario, quien formó parte de todo esto cuando era una niña.

Doctor Ramos en su zaina.

“Me acuerdo que empezaba a caer gente de todos lados. Con mis padres veníamos unos cuantos días antes para preparar la casa. Llegaban unos a caballo, otros de Barriga Negra, otros de otro lado... Y se juntaban los animales de todos. No era que fuera una yerra de papá. Era de todos los vecinos, que juntaban el ganado y hacían una gran yerra. Era de dos, tres p hasta cuatro días de joda corrida. De Minas venían camiones, autos de médicos conocidos, amigos del sanatorio, enfermeras, todo. Hacían trucos de noche. Había gente por todos lados. Mucha gente se quedaba en casa, y mucha otra en la casa de los vecinos también. Las yerras se fueron haciendo famosas. Quedaron como tradición y todos los años eran iguales. En esa época era como la gran fiesta del campo. Eran fechas sagradas”, recordó.

Una cerrazón helada lenta empieza a levantarse

Y en el cielo al despejarse cenicientas pinceladas

La arboleda está rodeada por una densa humadera

Y como rojiza esfera que va asomando una orilla

Corona el sol la cuchilla que baña en luz la pradera

Rosario recita la canción al pie de la letra. Recuerda cada estrofa, porque cada palabra revive la memoria.

Se hacía, más o menos, por esta época. Hacía frío, por lo que era otoño o invierno, cosa de que no se abicharan los animales. La letra describe aquellas mañanas a la perfección.

“‘Una cerrazón helada lenta empieza a levantarse´. Era tan cual. Eran de esos días que empezaban horribles y después quedaban espectaculares, con el sol explotado”, expresó.

En la verde rinconada donde va a empezar la yerra

Hay un balerío que aterra de la hacienda amontonada

A una cuadra aproximada hay un gran fogón prendido

Con los tres fierros metidos, que es la marca de la casa

Confundidos con las brasas de los talas encendidos

Estamos sentadas en el patio interior de la estancia. Señala la esquina, en donde detrás de la casa de los peones, están las mangueras y el cerco de piedra que sigue en pie y forman parte del paisaje, testigos silenciosos de una memoria ganadera.

“Allá se juntaba el ganado, se encerraba y lo enlazaban para traerlo. Abajo del ombú hacían el fogón y todo lo demás. Con cantarolas, por supuesto, siempre”, expresó.

Corral de piedra.

Todo se hacía con la salvedad de cómo eran los caminos antes: impasables. No había una sola calzada. Había que entrar en la portera del campo del fondo. Llegabas hasta la esquina, costeaban el arroyo del Soldado en donde hace un ángulo recto y ahí se cruzaba para luego subir el repecho hasta llegar a la casa. “Las de auto rotos ni se sabe. Ahora creo que no se puede pasar, pero en esa época se pasaba”, expresó.

En los pagos del soldao’, allá metido en la sierra

Es costumbre de una yerra que el tiempo no la ha borrao’

Ver paisanos bien plantaos’ tendiendo un rollo tras otro

Y en el medio ‘el alboroto en un zainito y al tranco

El Doctor Ramos Barranco... cum’ba esa yerra don toto!

Una cerrazón helada lenta empieza a levantarse

Y en el cielo al despejarse cenicientas pinceladas

La arboleda está rodeada por una densa humadera

Y como rojiza esfera que va asomando una orilla

Corona el sol la cuchilla que baña en luz la pradera

En la verde rinconada donde va a empezar la yerra

Hay un balerío que aterra de la hacienda amontonada

A una cuadra aproximada hay un gran fogón prendido

Con los tres fierros metidos, que es la marca de la casa

Confundidos con las brasas de los talas encendidos

Allí está como siñuelo de la gente comedida

La carreta desuñida con el pértigo en el suelo

Al rodeo sin recelo entran lo’ enlazadores

En pingos escarceadores que al ver revolear los lazo’

Se balancean al paso como pisando entre flores

Uno se viene sacando un pampa negro machazo

Viene sentao’ en el lazo, la lengua afuera y balando

Los pialadores formando dos filas a sus costados

Revolean entusiasmados dándose tiempo y lugar

Siempre el que sabe pialar es el menos apurao’

Con dos rollos un volcao’, se le cierran las dos manos

Y a su culero el paisano la cimbra ‘el lazo ha llevao’

Se empina el mamón pialao’ ante el tirón que lo humilla

Duebla dispués la rodilla, muestra la barriga blanca

Y chicotea con el anca sobre la verde gramilla

Brota el humo en nube espesa sobre del cuadril quemao’

No era ma’ el toro apretado en su indómita fiereza

Allí se ve con destreza, muy común en nuestros criollos

Cuerpear sin capa ni embrollo a un toro en ágil gambeta

Y por sobre las paletas pialar con tuito’ los rollos

Lentos zumbidos de armada, ruidos secos de carona

Triste crujir de llorona, balar de reces quemadas

Y la porfía de la perrada con los toros de la sierra

Ruidos de casco en la tierra que repercute el zanjón

Y guitarra y acordeón al terminarse la yerra.

Es Licenciada en Comunicación, egresada de la Universidad ORT en 2017. Trabaja en Rurales El País, sección a la que ingresó en agosto de 2020. Antes fue periodista agropecuaria en El Observador y productora en el programa radial Valor Agregado, de radio Carve. Escribe artículos para la revista de la Asociación Rural y se desempeña como productora del programada #HablemosdeAgro, que se emite los domingos en Canal 10.

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