Lo importante no es ser una buena madre, sino criar buenos hijos, al fin de cuentas poco importa que alguien diga: “¡qué buena madre!” sino que criemos buenas personas.

Milagros Herrera.

No hay fórmulas y sin dudas hay diferentes situaciones, porque estoy convencida que hay tantas formas como madres.
Madres que crían hijos en campaña como compartíamos en el artículo anterior, madres que crían sus hijos en la ciudad y madres que alternan como en mi caso. A veces por elección y en otras ocasiones no.
Aunque siempre pensé que campaña era el mejor lugar para hacerlo, la educación académica de los hijos, las posibilidades laborales y la vida misma de alguna manera me llevó por otros caminos. Y me quedó pendiente... Seguramente tenga que ver con que los mejores recuerdos de mi madre fueron en campaña. Aquellas cálidas noches de verano, o cuando tapados con mantas soportábamos las heladas noches de invierno y nos hacía salir de la casa, tirarnos en el pasto, mirar el cielo estrellado y luego de algunos minutos de silencio del campo, (que no es el mismo que el de la ciudad), se oía un suspiro y decía: “no hay cielo como el de Cerro Colorado”. Nosotros sabíamos que estábamos viendo un cielo único, de alguna manera nuestro, y viviendo un momento especial.
Era poco lo que salía con nosotros de a caballo pero cuando lo hacía, lo vivíamos como todo un evento especial. Lo era, armaba picnic y nos llevaba a una cañada donde antiguamente sus padres también lo iban. En el trayecto, a medida que iba reconociendo los lugares, nos contaba historias de aquella época sobre recuentos de ganado, esquilas, puestos. Historias que nos mostraban el valor que generación tras generación tenía el campo y el lugar que ocupó siempre en nuestra familia.
Nos trasmitió el valor de la tierra, siempre dijo este lugar no se vende, no tiene precio.
Y cuando andábamos de capa caída aparecía la típica frase: “bueno mijo/a, ahora te vas a campaña, dormís y comés bien, te despejás y volvés a empezar…”.
Hubo, claro que sí, épocas difíciles donde el agujero del piso por donde se veía correr la línea de la carretera en el viejo Volkswagen modelo escarabajo, era tapado con su voz diciendo: “¡qué divertido, nos vamos a campaña!”. Cargados con bolsos, recados, perros, comida, aquello se parecía más a un carro de mercachifle que a un auto. Épocas de baños “friazos” con agua calentada en ollas, sin luz eléctrica, algunas veces con poca agua por falta de viento que mueva el molino; no importaba, estábamos con mamá y en campaña. Hoy, lo recordamos con cierta nostalgia.
Los tres hermanos heredamos ese sentimiento, aunque lo vivamos de distinta manera, algunos más cercanos y otros no tanto, el sentimiento sin duda se lo debemos a mi madre.
Hoy como madre me toca trasmitirlo. Porque sé que el día que no esté, el campo va a hacer de alguna manera de madre.
La verdad que nunca me llamaron mucho la atención los niños, nunca fui de las mujeres que se enternecen con bebes o que saben calcular la edad de los niños por ejemplo.
Sí siempre quise formar una familia, pero entendía como un desafío la parte de los hijos.
Un día llegó Clara. Era grande, muy grande, así que nació por cesárea. Recuerdo que la sacaron, me la mostraron y se la llevaron en seguida a limpiarla y esas cosas, mientras, yo quede en el block terminando la operación. Al poquito rato oí un bebe llorar, nunca dudé que era Clara, reconocí su cara, su llanto y su olor inmediatamente.
Cuando la trajeron al cuarto no podía ser otra que ella.
Me la dieron, y no nos separamos más. Varias veces venían, en la noche, las enfermeras a decirme que la ponga en la cuna, que yo descanse, que era peligroso que la aplastara dormida...
Para mí, era imposible, era mi cachorro, ni en el sueño más inconsciente podía olvidarme que estaba junto a mí. Y así fue, desde ese momento y para el resto de mi vida.
Ese día mi vida cambió, porque cambió el objetivo de ella.
Casi 4 años después, llegó Diego y la historia se volvió a repetir. Aún más grande. Otra vez cesárea. Cuando me lo mostraron era exactamente como me imaginaba, lo podrían haber puesto entre 100 bebes distintos que lo iba a reconocer automáticamente.
A medida que fueron creciendo compartimos distintas cosas, pero sobre todo el amor por el campo. Allí, en nuestro lugar en el mundo, aprendí a enseñar y ellos a aprender, compartimos mates temprano, campereadas, paseos, asados charlas y, por supuesto, el cielo de Cerro Colorado.
Posiblemente como me pasó a mí con mis hermanos, su vida será más cercana o más lejana al campo, pero me juego la cabeza que el día que no esté, ese mismo campo hará también de madre, que cuando algo no salga bien irán a encontrarse con sus raíces y si lo necesitan repetiré la frase de mi propia madre y volverán a empezar.
Si todo sale bien, habré cumplido mi objetivo: criar hijos sensibles, generosos, fuertes y sobre todo que valoren y disfruten la vida. Criar buenas personas.
No sé si alguien dirá que fui buena madre. En realidad, no importa. Tengo buenos hijos.
Hoy es un día para, sobre todo, valorar el vínculo, las dos partes, ya que ellos sin dudas seguro me convirtieron a mí en una buena persona.
Para todas las madres en sus diferentes formas, tipos y situaciones, ¡Feliz día!