La tarde en Carmelo se envuelve en un aire de celebración. Entre los viñedos, las tijeras de podar suenan acompasadas con las risas y el bullicio de quienes, una vez más, se reúnen para cosechar. El sábado 8 de febrero, la familia Marzuca celebró la 15ª vendimia de Bodega El Legado, un sueño que trasciende generaciones y que hoy mantiene viva la pasión por el vino y la tierra.
“Esto no es solo un negocio, es un proyecto de vida”, dijo María Marta Barberis, la matriarca de la familia, con la espontaneidad de quien tiene una historia para contar. A su lado, sus hijos Federico (28), Santiago (26) y Juan Marzuca (19) asienten, sumando anécdotas a medida que avanza la conversación.
Es época de vendimia, el momento en que el trabajo de todo un año se convierte en vino y en historias que quedarán en la memoria de quienes pisan estas tierras. En este rincón de Colonia, donde la vid se entrelaza con la historia familiar, María Marta junto a sus hijos han convertido un legado en una visión de futuro. El camino no ha sido fácil. Pero en cada vendimia, con cada nueva cosecha, hay una certeza que los une: el valor del trabajo en familia.
Durante la conversación, entre recuerdos, desafíos y brindis por quienes ya no están, la historia de esta bodega se desgrana como un buen vino: con tiempo, con matices y con la certeza de que lo mejor está por venir.
Todo comenzó en 1968, cuando Luis Marzuca, abuelo de los tres jóvenes, adquirió las tierras con el sueño de fundar una bodega. "Mi suegro compró esto en el '68. En esa época, en Carmelo había mucha tradición vitivinícola. Viñedos por todos lados, familias italianas y españolas que hacían vino", recordó María Marta. Luis no solo tenía pasión por el vino, sino también un comercio mayorista llamado Casa Marzuca, con distribución en todo el departamento. Pero los sueños, como las cosechas, también dependen de los tiempos.
La crisis financiera de 1982 golpeó fuerte. "El comercio dio quiebra y los proyectos quedaron en la nada. Hubo tierras que se vendieron y otras, como esta, que quedaron en manos de Irurtia durante 25 años", contó María Marta. Luis falleció poco después, dejando en suspenso el sueño de la bodega.
A pesar de los vaivenes económicos y familiares, la pasión por el vino nunca se extinguió. Fue en 2007 cuando la familia logró recuperar parte de las tierras. "Mi marido, que durante más de 20 años se dedicó a la exportación de limón siciliano, siempre tuvo la idea de volver. Cuando finalmente pudimos, decidimos cambiar el concepto: de un proyecto industrial pasamos a algo mucho más familiar", explicó María Marta.
La transformación fue radical. "Pasamos de 44 hectáreas de viñedos a concentrarnos en pequeñas parcelas. Trajimos plantas de Francia, de Tannat y Syrah, y plantamos apenas una hectárea y media. Todo pensado no solo en la producción, sino en el turismo, aunque en ese momento nadie apostaba por eso en Carmelo", comentó Federico, el mayor de los hijos.
El turismo enológico creció casi de manera orgánica. "No es que dijimos 'vamos a hacer publicidad'. Carmelo fue creciendo y la gente empezó a venir", añadió Santiago, el hijo del medio. "No apuntamos a crecer en volumen, sino en calidad. Mantener lo exclusivo, hacer la vendimia a mano y estar presentes en cada detalle", enfatizaron los hermanos.
El menor de los hermanos, Juan, de apenas 19 años, se suma a la charla en silencio. "Dale, ¡sumate!", le animaron. Porque acá todos hacen todo. Aquí, el legado no es solo una marca o una bodega: es una historia de resistencia, amor por la tierra y un sueño familiar que, vendimia tras vendimia, sigue escribiéndose.
La bodega nació con la visión de mantener un proyecto familiar, enfocado en vinos de alta calidad y en el turismo enológico, una idea que en su momento parecía arriesgada. "Nosotros éramos chicos cuando todo esto comenzó, pero siempre supimos que queríamos mantener el legado de nuestro padre", relató Santiago. "Él soñaba con una bodega en este lugar, no en cualquier otro".
El crecimiento de la bodega ha sido paulatino pero sólido. En los últimos años han incorporado mejoras como una nueva recepción, una piscina entre los viñedos y más alojamiento para los visitantes. "No buscamos crecer desmesuradamente, sino mantener la exclusividad y la cercanía con quienes nos visitan", explicó Marta.
El concepto de la marca está intrínsecamente ligado a la historia familiar. "El nombre 'El Legado' cobró aún más sentido cuando, mi esposo, Bernardo falleció", confesó Marta. "Era su sueño, y aunque él no pudo verlo completamente realizado, nosotros lo llevamos adelante con el mismo espíritu".
Para la familia Marzuca, la clave es la autenticidad y la calidez. "La gente que nos visita no solo viene a degustar vino, sino que vuelve año tras año porque siente que forma parte de nuestra historia", dijo Federico. "La bodega puede evolucionar, pero la esencia debe seguir siendo la misma: familia y tradición".
La cosecha de este año tiene un significado especial para la familia. No solo marca la 15a época de vendimia desde que la bodega comenzó a operar, sino que también confirma el crecimiento de un proyecto que ha sabido enfrentar desafíos y consolidarse en la región.
El año vitivinícola ha sido desafiante, pero prometedor. "Fue un muy buen año. Hace unos días tuvimos una lluvia de 90 milímetros, que en esta época no es lo mejor para la uva, pero veníamos de un enero bastante seco, así que lo soportó bien", comentó uno de los integrantes de la familia. "Ahora necesitamos que los próximos días sean secos para que la uva retome su madurez y el proceso continúe sin inconvenientes".
La anticipación de la cosecha ha sido una de las particularidades de este ciclo. "Venimos adelantados, porque estos años han sido un poco más secos. En el viñedo, a diferencia de otras producciones agropecuarias, necesitamos lluvias moderadas, de entre 15 y 20 milímetros, bien distribuidas. Cuando llueve mucho, aparecen problemas como hongos y enfermedades, que afectan la madurez de la uva y su calidad"-
A pesar de los desafíos climáticos, el sector del enoturismo y de las bodegas boutique sigue en crecimiento. "No solo en lo económico, sino también en estructura. Nos hemos dado cuenta de que la clave está en darle valor agregado al producto. Hoy en día, el sector vitícola tradicional enfrenta dificultades: la uva por sí sola no tiene un gran valor comercial. Pero si logramos generar una experiencia alrededor del vino, el impacto es diferente".
Este enfoque es el que ha caracterizado el trabajo de la bodega desde sus inicios. "Todos hacemos todo. Ese es el problema -o la ventaja- de la empresa familiar", dijeron entre risas. "Cada uno tiene ciertas inclinaciones: algunos se enfocan más en los números, otros en la comunicación y redes. Pero en esencia, todos participamos en cada aspecto del negocio".
Uno de los puntos fuertes de su propuesta es la experiencia que ofrecen a quienes los visitan. "El diferencial está en la atención personalizada. No queremos que la gente simplemente venga, pruebe el vino y se vaya. Lo que buscamos es que se lleven algo más: una historia, un vínculo, un recuerdo".
En esa filosofía radica el corazón del proyecto: una bodega que trasciende lo comercial para convertirse en un legado familiar, donde la pasión por el vino se entrelaza con la historia de quienes la construyen día a día.
La herencia del vino: pasión, aprendizaje y legado
En el corazón de la bodega, la tradición y la pasión por el vino continúan de generación en generación. La familia Marzuca, que lleva adelante esta vendimia número 15, no solo ha heredado el trabajo en los viñedos, sino también el espíritu innovador y la filosofía inquebrantable de su fundador, Bernardo Marzuca.
El conocimiento sobre la elaboración del vino se ha transmitido con el tiempo. "Nosotros fuimos aprendiendo con papá a lo largo de los años", contó Federico. "Él no tenía un conocimiento académico, pero trabajó con amigos enólogos y tenía un amor profundo por el vino. Nos inculcó esa pasión". Hoy en día, Daniel, el enólogo responsable de la bodega, sigue siendo una figura clave en el proceso, pero la familia ya domina cada paso de la producción.
Bernardo Marzuca no solo hacía vino, lo vivía. "Él no hacía vinos de moda. Siempre decía: 'Yo hago los vinos que me gustan y que están bien, no me guío por tendencias'", recordaron. Ese compromiso se mantuvo incluso en momentos difíciles, como en 2014, cuando las incesantes lluvias afectaron la calidad de la uva. "Ese año fue un desastre para toda la producción en Uruguay. Papá decidió no etiquetar el vino y venderlo a granel porque no quería comprometer la calidad".
Esa misma mentalidad se mantiene intacta en la nueva generación. "Hoy seguimos con esa filosofía. Nos interesa hacer las cosas bien, aunque implique tomar decisiones difíciles", afirman con convicción. La recompensa está en la fidelidad del público. "La gente lo valora. Tenemos clientes que nos visitan desde hace años, que nos traen fotos de sus primeras visitas, que vuelven con sus familias".
Un ejemplo de esa conexión especial fue el de un colombiano que, años atrás, prometió traerle una botella de un vino de su país a Bernardo. "Pasaron los años, papá falleció, pero él cumplió su promesa. Viajó desde Colombia solo para traernos esa botella. Fue un momento muy emocionante".
Ese vínculo con los visitantes se refleja en la cava de la bodega, donde se guardan botellas traídas por amigos y clientes de todas partes del mundo. "Papá tenía la costumbre de intercambiar vinos con otros productores. Traías una botella y él te daba una de las nuestras. Hoy, la gente sigue dejando botellas ahí en su honor", contaron.
A pesar de las dificultades, las largas jornadas y las inevitables discusiones familiares, la pasión por el vino sigue siendo el motor de esta bodega. "Es un trabajo de 24 horas, 7 días a la semana, pero es lindo", expresaron. "Es nuestra vida y nuestro legado".
Carmelo y el turismo del vino: resistir, reinventarse y consolidar un destino
Cuando la pandemia golpeó al mundo, el turismo fue una de las industrias más afectadas. En Carmelo, donde la oferta enoturística depende casi en su totalidad de visitantes extranjeros, el golpe fue duro. "Ese sí fue un punto de incertidumbre bastante fuerte y que se salía un poco del libreto", contó uno de los integrantes del proyecto, recordando aquellos meses en los que las fronteras cerradas significaban una pausa abrupta en la llegada de turistas.
Sin embargo, abandonar el emprendimiento nunca fue una opción. "Esto es un proyecto de vida", afirman con convicción. El desafío era reinventarse. "Nos sentamos a afinar el lápiz, a hacer números de nuevo, y ahí quedó claro que la familia estaba comprometida con esto. Ninguno dijo ‘me voy a hacer otra cosa’, seguimos apostando", recordaron.
A pesar de la incertidumbre, hubo una oportunidad inesperada: el turismo interno. "Nosotros recibíamos 100% extranjeros, un uruguayo acá no sé si había venido", explicaron. Pero con los cierres de frontera, los propios uruguayos comenzaron a explorar su país. "Fue como un descubrimiento. Se quedaron, les gustó y recomendaron. Eso dejó una base de clientes nacionales que antes no teníamos", comentaron. "Mucha gente descubrió que Uruguay tiene lugares preciosos y que vale la pena recorrerlos".
Con la paulatina reactivación, los turistas brasileños volvieron a ser la mayoría. "Para ellos, la atención personalizada es clave. Valoran la seguridad, la amabilidad de la gente, sentirse como en su casa", explicaron. Pequeños gestos que en Uruguay parecen cotidianos, para el visitante extranjero son diferenciadores: "Poder dejar una cartera, olvidarse el teléfono y que siga ahí... eso les impacta y los hace volver".
El crecimiento de Carmelo como destino turístico es innegable. "Hoy el departamento de Colonia tiene 15 bodegas dedicadas al turismo, 13 de ellas dentro de la Asociación de Bodegas de Colonia. En la zona de Carmelo hay un núcleo fuerte de 6 o 7 bodegas que trabajan en conjunto, lo que es clave para atraer más visitantes", destacaron.
La cercanía de los distintos atractivos es otro punto a favor. "En Mendoza, para ir de una bodega a otra, a veces hay que recorrer largas distancias. Acá, en un radio de 15 kilómetros, tenés bodegas, un campo de golf, hoteles, restaurantes y hasta un aeropuerto. Eso suma muchísimo", mencionaron. Y agregaron: "Cada vez hay más inversión, más interés y más desarrollo. Falta un poco más de integración regional, pero sin dudas Carmelo va en ascenso".
La historia de esta bodega es la historia de la resiliencia, de un sector que supo adaptarse y salir fortalecido. "Siempre hay días en los que uno se siente agotado, pero después pasa algo que te reconforta. Al final, lo que nos motiva a seguir es eso: la gente que viene, que vuelve, que recomienda. Saber que estamos construyendo algo que perdura".
Un brindis por el legado: el cierre de una vendimia con historia
El sol comienza a descender sobre los viñedos y la música a subir el volumen. En la bodega, la vendimia llega a su fin y el momento de reflexión se impone casi de manera natural. Cuando se les pregunta qué pensaría su padre si viera el recorrido que han hecho, la respuesta no tarda en llegar.
—Yo creo que estaría sorprendido —dijo Marta con convicción—. A veces, la libertad de las nuevas generaciones permite hacer algunos cambios que antes no se podían, por estar arraigados a ciertas ideas. Nosotros tardamos en mover algunas cosas que él había proyectado, pero una vez que empezamos, avanzamos rápido. Creo que estaría contento con el rumbo que tomamos y con lo rápido que hemos avanzado.
Y entonces, llega la última pregunta, esa que se impone al cierre de cada vendimia, cuando el esfuerzo del año se convierte en vino y las copas se alzan al cielo: ¿por qué brindarían esta vez?
—Capaz que tenemos que brindar por papá —respondió Santiago, y un silencio breve pero elocuente se instala en la sala—Por él y por toda la gente que nos ha acompañado en esta vendimia y en todas las anteriores—añadió Federico.
Se miran, asienten. La familia, los amigos, los trabajadores que han sido testigos y parte fundamental de esta historia. La bodega sigue en pie, las generaciones avanzan, los cambios llegan, pero el espíritu permanece. El brindis es un acto simbólico, una forma de agradecer, de recordar y de seguir adelante.
—Sí, y porque estamos todos juntos. Por más peleas que haya, vamos y vamos. Y la cosa sigue—acotó Marta.
Las copas chocan suavemente y el eco de ese brindis se mezcla con el murmullo de los invitados que comienzan a llegar. La vendimia termina, pero la historia continúa.