“El foco de nuestro trabajo ha sido, desde hace muchos años, hacer que los sistemas de producción sean sostenibles desde el punto de vista ambiental, pero que eso a su vez repercuta en la sostenibilidad económica”, señaló Blumetto. Ese enfoque, explicó, no surge de una mirada teórica, sino de un proceso de investigación acumulado a lo largo de más de 15 años, en el que INIA fue incorporando indicadores, capacidades y herramientas para entender cómo funcionan los ecosistemas ganaderos y cómo impactan las decisiones de manejo.
Según el investigador, el desafío estuvo siempre en vincular lo ambiental con lo económico para alcanzar la sostenibilidad desde el punto de vista social. “Si no logramos que el productor vea que cuidar el ambiente también tiene sentido económico, es muy difícil sostener esos cambios en el tiempo”, afirmó.
Indicadores que el productor pueda interpretar
Blumetto sostuvo que el esfuerzo está puesto en ayudar al productor a interpretar cómo su manejo impacta directamente en esos parámetros. Entre los desarrollos más relevantes mencionó el Índice de Integridad Ecosistémica, un indicador que resume en un valor numérico aspectos complejos como la estructura de la vegetación, el suelo y la diversidad de especies. “Cuando llevamos eso a un número que va de 0 a 5, los productores entienden perfectamente que cinco es más que cuatro, y cuatro es más que tres”, explicó.
El trabajo técnico, agregó, consiste luego en desarmar ese número para mostrar qué decisiones de manejo están influyendo positiva o negativamente en el sistema. “Tenemos que ayudarlos a interpretar qué cosas estamos viendo dentro de ese indicador complejo para que les haga ‘ficha’ en el sistema”, remarcó.
Intensificar sin degradar el campo natural
Blumetto fue claro al señalar que el camino no pasa por intensificar sustituyendo el campo natural por praderas implantadas o cultivos. “Hablamos de intensificación ecológica, que es un concepto más preciso”, indicó. En ese enfoque, las pasturas sembradas cumplen un rol estratégico, pero ocupan solo una parte del sistema, con el objetivo de potenciar el mayor porcentaje del predio que sigue siendo campo natural.
“El objetivo es que el sistema exprese su potencial sin transformarlo”, explicó, subrayando que la clave está en el manejo y no en la sustitución del recurso. Esa visión, sostuvo, permite mantener la funcionalidad ecológica del campo natural y, al mismo tiempo, sostener niveles competitivos de producción.
Dentro de los indicadores utilizados, la biodiversidad ocupa un lugar destacado. En particular, las poblaciones de aves se han convertido en un termómetro ambiental privilegiado. “No es porque las aves sean más importantes que otros grupos, sino porque tenemos mucho más conocimiento y más especialistas para evaluarlas”, aclaró.
El estado de esas comunidades, explicó, aporta información valiosa sobre la salud del ecosistema. “Si algunas especies desaparecen es porque algo está cambiando negativamente”, afirmó.
Un diferencial productivo
El profesional destacó que estos sistemas generan un diferencial productivo que pocos países pueden ofrecer. “Convivir con un ecosistema natural, con muy poca modificación, que conserva la mayor parte de la fauna autóctona y además produce, es un sello distintivo”, sostuvo.
Ese diferencial, reconoció, no siempre se traduce directamente en un mejor precio, pero sí en algo cada vez más valioso: el acceso a los mercados. “Hoy hay muchas más exigencias de los mercados y de las sociedades hacia los sistemas de producción, y nosotros estamos en una condición óptima para cumplirlas”, señaló.
En ese contexto, el reconocimiento internacional funciona como un factor de preferencia frente a otros sistemas productivos, incluso cuando no se refleja de inmediato en un diferencial económico explícito.
Ovinos, vacunos y el manejo del ecosistema
Ante la creencia de que la oveja, por su manera de seleccionar su alimentación, es responsable de la degradación del campo natural, Blumetto afirmó que "el que degrada es el que maneja el ganado, no el ganado”.
Explicó que los sistemas ganaderos del país son mayoritariamente mixtos, combinando vacunos y ovinos, y que la clave está en saber jugar con esa combinación. “Si sobrecargo con cualquiera de las dos especies, voy a degradar”, advirtió.
El verdadero problema, según el investigador, es cultural y conceptual. “Quizás una de las cosas que más cuesta es romper ese círculo vicioso de que lo que a mí me da ganancia es tener más animales”, señaló. En contraposición, planteó que la rentabilidad sostenible pasa por más producción con menos costos, apoyada en un manejo ajustado del recurso forrajero y del ecosistema.
“Hay formas de mantener el campo natural o los ecosistemas ganaderos en buena salud ambiental, manejando vacas y ovejas sin problema”, afirmó, aunque dejó claro que eso requiere decisión y objetivos explícitos. “Si no lo tenemos como objetivo, muchas veces la trayectoria es de degradación”, concluyó.