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Más ventas, menos rentabilidad

“Empresas tienden a descartar procesos de transformación, que se podrían realizar si las condiciones de competitividad fueran otras”.

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Por Nicolás Lussich.

Lideradas por los agronegocios, las exportaciones de bienes de Uruguay alcanzaron casi US$ 9.100 millones en 2018, cifra similar a la del año previo. Dado el contexto regional y los problemas de competitividad de la economía nacional, el dato luce positivo. Hay que considerar que la cifra está afectada por la sequía, que bajó a la mitad las exportaciones de soja. Sin ese efecto, las ventas habrían aumentado un 6%, según la estimación de Uruguay XXI.

En 2018 jugaron a favor las exportaciones de celulosa, que subieron un 25% por el fuerte aumento en los precios; y las exportaciones cárnicas, que crecieron especialmente en volumen. También se incrementaron las colocaciones de lácteos por una mayor producción, pese a las dificultades del sector. Resulta un buen ejemplo: el aumento en las ventas no implica, necesariamente, una mejora en la rentabilidad de los negocios.

El dólar subió un 4% por encima de la inflación y eso ayudó al desempeño exportador, en un contexto en el que los precios de venta no tuvieron variaciones significativas respecto al año previo, salvo en el caso de la celulosa. Esto permitió moderar el retraso cambiario, en especial con el resto del mundo. Con la región, el tipo de cambio real sigue bajando, lo que complica las exportaciones de bienes y de servicios (ver gráficas).

Que la moneda uruguaya se haya valorizado en los últimos años puede ser, en parte, comprensible por el buen desempeño de la economía. Pero en los últimos meses el crecimiento se ha moderado y los datos recientes indican un estancamiento. En este contexto, que el peso mantenga fortaleza puede deberse más a la divergencia entre una situación fiscal desbalanceada, con un déficit cercano a 4%, y una política monetaria contractiva que busca bajar la inflación. La primera obliga a captar dólares para financiar el déficit, la segunda restringe la circulación de pesos, llevando ambas a una menor cotización del dólar. Para que la inflación baje de forma más sostenible y sin retrasar tanto el tipo de cambio, el déficit fiscal debe reducirse.

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Aún en este escenario, el desempeño de las exportaciones de base agropecuaria es para destacar: la celulosa se afirma a partir de las grandes inversiones industriales de años previos, y la agricultura, si el clima es mínimamente normal, retomará buenos niveles de producción; luego de un ciclo histórico de inversiones en maquinaria y logística.

La carne mantiene la dinámica comercial, captando todas las oportunidades posibles. La confirmación de que la Cuota 481 seguirá este año con el mismo régimen y la reciente apertura del mercado japonés, son buenas noticias para encarar un año en el que el desafío será sostener las ventas. El problema con las menudencias para China es un tropezón, de los evitables si el gobierno y las empresas trabajan con mayor coordinación. Uruguay no puede darse el lujo de malos entendidos propios.

En lechería la producción crece y con ella las exportaciones, a pesar de la caída de varias empresas. Los precios internacionales esbozan una leve recuperación, dato alentador para encarar el 2019 con algo más de optimismo.

Con estas y otras consideraciones, Uruguay XXI estima que las exportaciones totales crecerían en torno al 4% en este año, medidas en dólares.

A pesar de ciertas correcciones a la baja en los últimos meses, el precio internacional de la celulosa se mantiene en niveles elevados, lo que reafirma las posibilidades de que se concrete la nueva planta de UPM. Se espera que comiencen en breve las tareas de construcción del Ferrocarril Central, obras que impulsará la economía este año, junto con la recuperación de las cosechas.

Para el sector cárnico el panorama luce más exigente, aunque continúan buenos fundamentos: Uruguay tiene una producción de carne basada en pasturas naturales, sin hormonas, y puede acreditarlo. Esto se valora cada vez más en los mercados, dado que los consumidores demandan en forma más explícita conocer el origen y la forma en que se producen los alimentos.

El desafío es lograr que estas oportunidades se integren mejor en la economía. Los problemas de competitividad y retraso cambiario son, en el fondo, síntomas de un encarecimiento del salario más allá de su productividad. Así, las empresas tienden a incrementar la automatización y descartar ciertos procesos de transformación que se podrían hacer sí las condiciones de competitividad fueran otras.

Y no es una cuestión de “transformar por transformar”: es posible que en muchos casos no se trata de retraso cambiario, sino que las condiciones de escala o acceso a mercados no hacen la transformación industrial viable. Pero todo indica que se está perdiendo la oportunidad de sumar más gente a la dinámica exportadora en todos los rubros, lo que conlleva el riesgo de agudizar las asimetrías sociales y la exclusión. Por eso, aunque suene raro, mejorar la competitividad debería ser una política social prioritaria.

Guillermo Crampet

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