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La proteína animal vuelve al centro del plato

Ing. Agr. Rafael Tardáguila | rafael@tardaguila.com.uy

Durante tres décadas, los Baby Boomers (hoy personas de entre 60 y 78 años) fueron el grupo que marcó el rumbo del consumo alimentario en Estados Unidos y el mundo desarrollado en general. Pero el escenario está cambiando, y con ello los factores que terminan definiendo qué y porqué se compran los alimentos, así como también dónde se comen. Las noticias son buenas para quienes producen y exportan proteína animal: la carne está volviendo al centro del plato.

Durante la reunión anual del Meat Importers Council of Americas (MICA), celebrada en Texas, Anne-Marie Roerink realizó una presentación denominada Percepciones y realidades en las ventas minoristas y el foodservice en Estados Unidos. Roerink es una prestigiosa analista sobre el consumo de alimentos en Estados Unidos, titular de la firma 210 Analytics.

La especialista define la situación como el paso “del dilema ético al pragmatismo proteico”. En los años recientes, el debate sobre si “está bien comer carne” cedió terreno ante la preocupación por el valor nutricional y la accesibilidad. En 2025, el costo volvió a ser la principal razón para reducir su consumo, por encima de los motivos éticos o de salud. Y, sin embargo, las ventas de carne vacuna (la proteína más cara) crecieron 14% interanual, duplicando el ritmo del pollo (más barato). La conclusión es clara: los consumidores siguen queriendo carne, pero la eligen con nuevos criterios.

Y la base de estas tendencias está en el recambio generacional y en cómo piensan y definen sus decisiones en la forma de alimentarse. La especialista dijo que la generación denominada los Millennials -entre 29 y 45 años- están a punto de convertirse en la de mayor peso en el gasto total de alimentos, y en particular de carne vacuna. Detrás de ellos, la Generación Z (menores de 28 años) comienza a ganar influencia con hábitos y expectativas muy diferentes a las de sus padres y abuelos.

El estudio muestra que los Millennials ya representan el 44% de las nuevas unidades de carne vendidas y el 38% de las nuevas unidades de carne vacuna. En tanto, los Boomers conservan cerca del 26% del mercado y la Generación X (46-60 años) un 23%, pero con tendencias descendentes. A este cambio demográfico se suma un fenómeno cultural más amplio: el regreso de las proteínas animales al centro del plato.

Más que un producto.

Para los Millennials, la carne debe ser algo más que un producto: buscan transparencia, historia y propósito. Quieren saber de dónde viene, cómo fue producido y con qué impacto ambiental. Prefieren cortes con valor agregado -porcionados, marinados o listos para cocinar-, eligen con frecuencia productos de animales terminados a pasto u orgánicos y se interesan por el bienestar animal. Además, son los grandes impulsores de la cocina global: tacos, birria, bowls, pho o ramen aparecen con fuerza en sus preferencias. Su consumo es menos rutinario y más experimental.

La Generación Z, criada en la inmediatez digital, se relaciona con la comida de otro modo. Más del 60% pide delivery o takeout cada mes y prefiere opciones “instagramables” o asociadas a experiencias. Esta generación responde a marcas que hablan “su idioma” y así lo están haciendo algunas de las cadenas más influyentes en Estados Unidos, caso de Wendy’s o KFC. Su vínculo con la carne está ligado a la conveniencia, la autenticidad y la diversión, no tanto a la tradición familiar.

En cambio, la Generación X y los Boomers siguen valorando la seguridad, el precio y el sabor clásico. Son más leales a los supermercados tradicionales, menos propensos a probar sabores exóticos y con menor sensibilidad hacia reclamos éticos o ambientales. No obstante, continúan siendo un segmento clave por su poder adquisitivo y por sostener el consumo de cortes convencionales como el asado, el roast beef o el pollo entero.

De hecho, los datos presentados por Roerink en la jornada de la MICA revelan que todas las generaciones están recuperando el interés por los alimentos proteicos, pero desde motivaciones distintas. Mientras los mayores se aferran a la tradición y a la sensación de saciedad, los jóvenes ven la proteína como sinónimo de rendimiento físico, salud y autenticidad. El auge de las dietas hiperproteicas, el declive de los sustitutos vegetales y la nueva percepción de la carne como “nutriente vital” confirman ese viraje.

Objetivo claro.

El estudio concluye que el futuro del mercado cárnico no dependerá tanto de convencer sobre el “porqué” de comer carne, sino de ofrecer un “cómo” alineado con los valores del consumidor moderno: practicidad, trazabilidad y propósito.

Para un exportador de carnes como Uruguay, quien además tiene en Estados Unidos uno de sus principales clientes, por supuesto que se trata de buenas noticias. Aquellos años en los que en algunos lugares y sociedades del mundo había que comer carne prácticamente a escondidas, quedaron atrás. Fueron años en los que el impacto del mal de las vacas locas y su vínculo con la enfermedad en humanos denominada mal de Creutzfeld-Jacobs tuvieron una marcada incidencia en la disminución del consumo de carne vacuna. Luego, la demonización de la vaca como “gran culpable” del deterioro ambiental tuvo su auge la década pasada, junto con las noticias -de endeble base científica- sobre el impacto negativo del consumo de carnes en la salud. Las cosas vuelven a su cauce, las verdades prevalecen y las tendencias vuelven a lo que se sabe desde hace centenares de años: la carne es indispensable para la salud, en especial en los primeros años de vida de las personas. Y las nuevas generaciones lo saben.

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