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El desafío comercial

Mientras la pandemia marca las urgencias, hay asuntos importantes que van más allá del virus. La inserción comercial del país es clave para los agro negocios y Uruguay sigue buscando espacios para avanzar. El Mercosur no ayuda y es necesario cambiarlo. Todos los socios están de acuerdo, menos Argentina.

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Nicolás Lussich

Ing. Agrónomo MBA / Periodista

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Los avances en la política comercial generan fuertes cambios en la economía y la sociedad, aún para los países más ricos. Pueden generar grandes oportunidades de producción y empleo, pero también exponer a la competencia sectores no competitivos, lo que puede afectar a ciertos grupos y ciertas localidades. En realidad, si el cambio es relevante, las dos cosas pasan al mismo tiempo. Es lo que le sucedió al Uruguay con el Mercosur.

Después de un largo período pactado por la sustitución de importaciones, Uruguay tuvo un primer capítulo de apertura comercial durante la conducción del ingeniero Vegh Villegas en el Ministerio de Economía, a partir del año 74, cuando comenzaba la dictadura. La apertura vino asociada a la promoción de nuevos sectores no tradicionales de exportación, muchos de base agropecuaria.

Casi al mismo tiempo Uruguay firmó acuerdos comerciales y económicos bilaterales con Brasil y Argentina, el PEC y el CAUCE, que son considerados preliminares del Mercosur, si bien establecían pautas de comercio administrado, con cuotas y diferencias sectoriales.

Años después, cuando Argentina y Brasil comenzaron a avanzar bilateralmente para su propio acuerdo de integración comercial, el gobierno de Luis Alberto Lacalle Herrera decidió sumarse a la iniciativa y se conformó el Mercosur junto con Paraguay. Se cumplen 30 años de aquel Tratado de Asunción.

El espíritu inicial del bloque era de integración y apertura, y tuvo efectos de transformación económica muy profundos en el Uruguay. La discusión económica y empresarial se planteaba en un permanente “de cara al Mercosur”.

Con el acuerdo, el país resignó buena parte de su actividad industrial volcada al mercado interno, en aras de un mayor acceso a los mercados regionales. La industria también se especializó e integró a las cadenas de valor regionales, algo que persiste hasta hoy en plásticos, autopartes, alimentos.

El impacto del Mercosur demoró en visualizarse y no fue fácil de evaluar, porque por esos años transcurrieron también los importantes planes de estabilización de las economías regionales, para salir de la inflación endémica; primero la Convertibilidad Argentina y luego el Plan Real de Brasil. El proceso ocupó toda la década de los 90 y las exportaciones a la región eran impulsadas no sólo por el nuevo acuerdo regional sino por el aumento transitorio de la demanda que implicaban esos procesos de ajuste. Cuando Brasil devaluó en el año 99, el período terminó de forma abrupta, con las consecuencias ya sabidas.

Superada la crisis 1999-2002, el comercio del Uruguay comenzó a recomponerse, pero más volcado a mercados extra regionales, como América del Norte (EEUU, Canadá) y la UE. Y pronto -y cada vez con mayor importancia año a año- comenzó a predominar un nuevo actor que al día de hoy es el principal socio comercial de Uruguay: China.

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Un nuevo escenario.

Más allá de ese periplo, la región siguió siendo importante por el lado de Brasil. En ciertos años -en especial entre 2010 y 2015- los norteños fueron destino clave de las exportaciones uruguayas. El ciclo de auge de los commodities que se vivía por aquellos años, era captado por Uruguay directamente y también a través de Brasil, que desplegó sus ventas de minerales y alimentos por todo el mundo. Eso -junto con las políticas de expansión del mercado interno promovidas por el PT- aumentaron fuerte el consumo y, en consecuencia, sus importaciones. Uruguay lo aprovechó.

Argentina tomó un rumbo muy distinto, con esquemas proteccionistas y que buscaban priorizar la industria local (en una nueva versión de la sustitución de importaciones). El agro cargó con fuertes detracciones y el incumplimiento de las reglas del Mercosur se hizo reiterado. Además, la estabilidad de precios -costosamente ganada en los 90- se comenzó a perder y la inflación en el país vecino vuelve a ser insosteniblemente alta. Un síntoma más de la larga crisis económica argentina.

Se argumenta que Uruguay vende en la región más productos de “valor agregado”, pero esto es equívoco, por un lado porque el trigo o la carne tienen tanto valor agregado como una autoparte o cualquier otro producto manufacturero. Segundo porque esos productos industriales que Uruguay coloca en Argentina (también en Brasil) tienen un alto componente importado, en general bastante mayor que los productos del campo que acumulan de la tierra al puerto. Además, el déficit comercial con Argentina es abultado y permanente. Con Brasil el asunto ha sido más equilibrado (gráficas).

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En definitiva, el Mercosur es importante, no porque compre “valor agregado”, sino porque es el único mercado libre (y esto muy imperfecto) y relativamente grande al que accedemos, en especial por el vínculo con Brasil. El problema actual más serio es que el bloque ha radicalizado su perfil “político” por encima de su condición de herramienta comercial y de plataforma de negociación conjunta con otros bloques. Para Argentina y Brasil tal vez no sea un asunto grave. Para Uruguay sí.

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Tirando lastre.

Potencialmente, el Mercosur puede ser un fuertísimo jugador en el comercio internacional y negociar juntos siempre es mejor. Pero su historia en este plano es frustrante. Por falta de vocación comercial y de apertura (y seguramente porque reconocen implícitamente sus problemas de competitividad) los grandes socios no han impulsado una política de acuerdos con otros bloques. Lo de la UE es la gran apuesta, pero el acuerdo viene lento y con múltiples dudas.

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Así, más allá del acceso al mercado brasileño y alguna otra ventaja, hoy para Uruguay el Mercosur es más una traba que un apoyo. Por eso nuestro país (este gobierno y varios de los anteriores) pide “flexibilidad”: poder negociar independientemente, tener más márgenes, ir a otra velocidad que el resto. Hasta ahora se lo ha ninguneado.

Decirle a los socios que el bloque es un “lastre” y un “corsé”, seguramente no es lo más diplomático, aunque es 100% cierto. En la última cumbre del Mercosur, ante estos conceptos vertidos por nuestro presidente Lacalle Pou, el presidente argentino Alberto Fernández reaccionó iracundo, y lo invitó a “dejar el barco, si no le gusta”.

Fue un claro desvío del foco comercial al plano político, donde “estar juntos” es un fin en sí mismo y cuestionar la situación del Mercosur, casi una traición.

Ante estos exabruptos, no hay que perder el rumbo: lo clave es ganar flexibilidad y en eso Brasil, Uruguay y Paraguay coinciden, aunque siempre queda la duda de hasta dónde irá el hermano mayor. Con paciencia y técnica -diplomática y comercial- Uruguay tiene que seguir insistiendo en ganar más mercados. Para el agro son múltiples los ejemplos del positivo impacto que tendría siquiera una cuota agregada en EEUU, la UE, o un acuerdo más amplio con China o cualquier país asiático. Serían muchos millones de dólares más y si la contraparte es abrirnos más, no habría problema: ya lo hemos hecho con nuestros vecinos.

Uruguay tiene que cuidar la relación con Argentina, que va más allá del Mercosur: inversiones, puertos, turismo, servicios, etc., los vínculos fueron, son y serán estrechos, a pesar de que el rumbo económico en ambas orillas nos separa cada vez más. Pero este cuidado con los hermanos platenses no puede paralizar la necesaria agenda de flexibilización del bloque. Hay que seguir insistiendo.

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Pablo Mestre
Pablo Mestre

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