En Salto, con más de sesenta años de experiencia en la profesión y una mirada forjada en la frontera, el médico veterinario Adolfo Bortagaray celebró que el problema de la garrapata “vuelva a estar arriba de la mesa”. Durante años, señaló, el tema se mantuvo en segundo plano. Las normas existían, pero se aplicaban poco, hasta que en 2015 el hallazgo de residuos de plaguicidas en carne encendió las alarmas: el riesgo ya no era solo sanitario, sino también comercial.
El veterinario trazó una línea histórica que explica la situación actual. En los años 70 y 80, la resistencia a los fosforados generó “una frustración profesional enorme”. Luego llegaron el amitraz, los piretroides, las avermectinas y el fluazurón, que marcaron avances importantes, pero el uso indiscriminado llevó al mismo punto: resistencias múltiples y eficacia en caída. Hoy, una nueva molécula abre una oportunidad, aunque con advertencia incluida: si se usa mal, también se perderá.
Bortagaray recordó que la garrapata no solo causa tristeza parasitaria; también “preda”. Las razas británicas, tolerantes a cargas altas, pueden sufrir anemia, pérdida de peso y baja eficiencia. A eso se suma el riesgo de errores en el control: aplicaciones mal espaciadas, mezclas inadecuadas o falta de respeto a los tiempos de espera, con consecuencias que pueden ir desde decomisos hasta trabas de exportación.
Frente al diagnóstico de “multirresistencia”, el especialista aclaró que rara vez hay resistencia total. “Se trata de niveles medios a distintos productos que, bien combinados, pueden controlarse”. La receta: diagnóstico de resistencia, asesoramiento técnico y disciplina. Con una estrategia coherente, aseguró, en 18 meses se puede reducir drásticamente la carga parasitaria y prevenir muertes o pérdidas.
En esa hoja de ruta también entran las vacunas: la hemovacuna contra la tristeza y las futuras vacunas anti-garrapata, que —aunque no sean infalibles— podrían aportar eficacia complementaria y reducir el uso de químicos.
El control sostenido, dijo Bortagaray, depende de “hacer los deberes”: diagnósticos, rotaciones, registros sanitarios, buen manejo y respeto a los tiempos de espera. “Esto no es brucelosis. Si se trabaja bien, el problema se controla en un año y medio”.
El desafío más difícil, reconoció, es cultural. “Los números están, pero cuesta asumir lo que se pierde con garrapata”. Por eso, valora el nuevo impulso del plan nacional: devolverle prioridad a un tema que define la competitividad del país. “La sanidad, la inocuidad y la trazabilidad no son opcionales: son parte del valor de la carne uruguaya”.