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Opinión de Nicolás Lussich: La Europa Verde

La preocupación de los ciudadanos del mundo por el ambiente no es nueva, pero cada vez adquiere una significación mayor”.

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Carne en góndolas europeas.

Nicolás Lussich

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Bruselas | Temprano en la mañana, en una esquina en la zona de Dansaert, un par de comerciantes de frutas y verduras acomodan la mercadería para la venta del día. La variedad es amplia y mezclados con los productos locales -descriptos en flamenco y francés- aparecen frutas españolas y de otros países de la UE.

En la Unión Europea el mercado único funciona hace décadas, aunque no sin tensiones entre los países, cada uno de los cuales defiende profundamente a sus productores. Aún así, la agricultura europea ha evolucionado de manera significativa, en buena medida según lo esperable al componer un mercado integrado: más especialización y productividad, y más competencia. A eso hay que sumarle el inexorable proceso de inmigración, que para el campo europeo ha sido clave por el aporte de trabajo, tanto a nivel rural como en el comercio minorista. El proceso ha generado tensiones, y los nacionalismos de derecha y el propio Brexit son -en parte- consecuencia de esta nueva realidad de inmigración creciente, en el viejo continente. “Marroquí”, me aclara Mounir sonriente, mientras acomoda un par de cajones de manzanas.

Es que la realidad predominante en la producción del campo europeo es bastante diferente a la bucólica imagen de los pueblos ajardinados, donde cultivos y animales conviven en un paisaje de esplendor. Esto existe, pero la mayor producción surge de establecimientos especializados, de alta productividad, en todos los rubros; allí el trabajo tiene el soporte de maquinarias sofisticadas, con creciente automatización tanto en la producción animal como vegetal. Como plantea, entre otros, el urbanista holandés Rem Koolhaas “para que las grandes ciudades existan y crezcan, el campo tiene que ser brutalmente productivo”.

Aún así, la relevancia social y cultural que para los europeos tiene la producción del campo, se respira en cada esquina. Con alta sofisticación o en las propuestas más populares, la alimentación es parte esencial de la cultura europea en todos los países, de gran fuerza simbólica y -por tanto- de alta relevancia política. Desde los asuntos meramente productivos y comerciales (volúmenes, aranceles, cuotas) hasta las denominaciones de origen, el capítulo agroalimentario tiene enorme peso. Y ahora que está culminada la negociación para un Acuerdo de Asociación entre el Mercosur y la UE, en el viejo continente la sensibilidad está a flor de piel, porque saben que el Mercosur tiene una enorme capacidad para suministrar alimentos. Todo esto explica las dificultades que ha tenido la UE esta última semana para definir nuevos recortes en la Política Agraria Común (PAC); los agricultores se oponen y -por esta y otras causas- han salido a las rutas a manifestarse.

Los resquemores de los paisanos europeos sobre el impacto del Acuerdo UE-Mercosur son comprensibles, pero resultan exagerados. Por un lado, el acuerdo establece cuotas y un proceso de apertura paulatina para varios productos sensibles. Por otro lado, un asunto clave: Europa va a mantener sus estándares de calidad, seguridad, inocuidad, y los aplicará a las nuevas importaciones del Mercosur. Tal vez este es un asunto más relevante aún que las propias cuestiones arancelarias y pone al Mercosur, y en especial a Uruguay, ante un desafío y una oportunidad.

El desafío es estar a la altura de las circunstancias garantizando esos estándares a los consumidores europeos; la oportunidad es avanzar en mercados de alto valor. A Uruguay esto no le es extraño: en el mercado cárnico -por ejemplo- se han dado avances a todo nivel. Desde el campo, con las garantías de la trazabilidad, la mejora en la calidad de la propia carne y los sistemas de producción, hasta el marketing y el posicionamiento del producto para los consumidores; por ejemplo con el excelente posicionamiento que ha logrado la carne uruguaya en Alemania. Logros similares se han dado en otros rubros.

¿Qué ambiente?  Tanto en Europa como en otros mercados de altos ingresos, las nuevas exigencias están asociadas -la mayoría de las veces- a la creciente inquietud por la situación ambiental. Se trata de un verdadero cambio de paradigma, en el que los nuevos consumidores quieren saber, más que nunca, cómo se produce el alimento que compran, y en especial su impacto en el ambiente, la biodiversidad y el bienestar animal. En las góndolas de los supermercados crece la presencia de carnes y productos lácteos “free range” (de animales que tienen libertad de desplazamiento) o -mejor aún para Uruguay- “grass fed”, alimentados a pasto, ¿Será que la imagen bucólica e ideal de la producción rural finalmente se impondrá? Tal vez, pero sin resignar productividad, pues la población necesita alimentarse todos los días.

No se trata de una tendencia que afecta exclusivamente al agro, sino a toda la economía. La inquietud por el ambiente y el cambio climático está impulsando nuevos métodos de construcción, producción industrial y causando una verdadera revolución en la industria automotriz, donde el modo eléctrico se viene a las zancadas, por su menor polución química y sonora, y porque se sostiene en la expansión de las energías renovables (a pesar de que Suecia y Francia, por ejemplo, basan el 40% de su consumo eléctrico en energía nuclear).

Europa se ha propuesto liderar en esta tendencia, con el nuevo objetivo de ser un continente climáticamente neutral (sin emisiones netas de gases invernadero) para 2050. El nuevo Green Deal europeo pone a la UE a la vanguardia de este asunto, a pesar de que Trump no acompaña y los chinos -pese a sus compromisos formales- son la principal economía emisora de gases invernadero.

En todo caso, y como siempre, para sostener los agronegocios y ampliar las exportaciones, Uruguay tiene que tener siempre la capacidad de responder a las nuevas tendencias y demandas de los consumidores, en todos los mercados: Europa, China, EEUU, etc.. En tiempos en que los nuevos espacios comerciales son cada vez más estrechos, este principio es clave.

Guillermo Crampet

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