El acuerdo entre la UE y el Mercosur rompe con años de estancamiento comercial regional y puede relanzar las economías del bloque. Para aprovecharlo, Uruguay y sus vecinos tienen muchas tareas pendientes.
Ing. Agr. Nicolás Lussich.
Luego de 20 años de negociaciones la Unión Europea y el Mercosur lograron un acuerdo comercial de amplio alcance, un hito histórico para los países involucrados dada la magnitud de los socios y el cambio drástico que implica en cuestiones comerciales, en especial para el Mercosur. El bloque que integra Uruguay no tenía hasta ahora ningún acuerdo significativo con otras grandes economías.
¿Por qué ahora? Varios acontecimientos globales recientes coincidieron para empujar a los protagonistas a sellar el pacto, superando reservas de ambas partes. Por un lado, la crisis del Brexit (la salida del Reino Unido de la UE) y la guerra comercial que desató el presidente de EE.UU. Donald Trump (principalmente con China, pero también con México, Canadá y Europa) llevaron a la UE a acelerar las negociaciones con el Mercosur, ante el riesgo de perder posiciones en el movido tablero global.
El Mercosur es una pieza muy importante para correr el riesgo de que acuerde con otros; habría dejado a la UE con menos margen de maniobra, a pesar de que ha firmado recientemente acuerdos de libre comercio con Japón y Canadá, y ya los tiene hace tiempo con países de la región como Chile, Perú, Colombia y México. En lugar de resistir pasivamente los giros proteccionistas de la nueva administración estadounidense y del Reino Unido, la UE decidió ‘huir hacia adelante’ y acordar con el Mercosur, lo que puede implicar costos acotados en su sector agrícola y algunos otros, pero abre amplias oportunidades para las empresas europeas.
Por su parte, el Mercosur estaba ya arriesgando su propia existencia: al funcionamiento interno deficiente se sumaban varios años de pasividad casi total en negociaciones comerciales, mientras los países sudamericanos del Pacífico (Chile, Perú, Colombia y el propio México) avanzaban sin pausa en acuerdos de libre comercio con las grandes economías del mundo (China, EEUU, la propia UE).
El cambio político en Brasil y Argentina hacia gobiernos más liberales abrió la posibilidad de renovar negociaciones comerciales, pero no era claro el rumbo que tomarían: ¿EE.UU., China, otros países asiáticos? A priori se presumía que la afinidad de Macri (y luego Bolsonaro) con Trump los acercarían a un acuerdo con EE.UU.. Asimismo, la complementación de las economías de la región con China (alimentos por manufacturas) era un fundamento potente para firmar un acuerdo con el gigante asiático. Sin embargo, Trump se ha mostrado particularmente beligerante con casi todos sus socios comerciales y China es una amenaza mayor que la UE para las industrias de Brasil y Argentina (parte de las cuales está en manos europeas).
Todo este contexto revivió las negociaciones y -en pocos meses- se superaron fuertes resistencias internas. El consenso en la UE no era claro: esta misma semana un grupo de presidentes europeos (Alemania, España, Suecia, Portugal, Holanda, Letonia y República Checa), liderados por la canciller alemana Angela Merkel y el presidente español Pedro Sánchez, plantearon la necesidad de cerrar el acuerdo con el Mercosur, confrontando con la posición más cautelosa de Francia, Irlanda y otros países. “Es preciso aprovechar el impulso político actual en los Estados del Mercosur”, decía su carta, enviada al presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.
Esta posición se impuso y el acuerdo se firmó, para sorpresa de muchos escépticos. Ayudó la nueva vocación aperturista de Brasil y -principalmente- Argentina. También incidieron los problemas económicos en ambos países: no acordar con la UE los habría dejado muy relegados de los grandes flujos comerciales mundiales. En este contexto, el presidente argentino Mauricio Macri aparece como uno de los principales ganadores, dado que impulsó el acuerdo desde el comienzo de su presidencia.
La parálisis comercial del Mercosur era difícil de sostener y el acuerdo con la UE tiene varios corolarios que vuelven más aceptable el comercio para posiciones más proteccionistas que aún persisten en nuestros países: exigirá altos estándares ambientales y laborales, y garantizará el acceso recíproco a las compras estatales de los países. Obviamente habrá mayor competencia, pero también espacios para ganar.
Impacto en el agro.
El acuerdo establece que 91% de los productos de todo tipo que se comercian entre ambos bloques quedarán sin aranceles, algunos de inmediato (soja, menudencias, frutas, bebidas), otras con un descenso paulatino de las tarifas en un plazo máximo de 10 años; aquí se incluyen casi todos los productos industriales. El resto de los rubros tendrá acceso preferencial a través de cuotas y tarifas bajas, donde hay varios productos del agro: carne, arroz, lácteos, miel. Así, Uruguay y el Mercosur logran ponerse a rueda de otros países que ya tienen acuerdos con la UE. La reducción arancelaria total se estima en 4 mil millones de euros anuales, en el comercio entre ambos bloques.
Razonar en términos sectoriales en estos acuerdos puede resultar errado, en especial en el largo plazo. Pero en lo inmediato, el agro parece ser el sector con más oportunidades de crecer para el Mercosur, dada su competitividad y relevancia comercial.
Además, el acuerdo puede abrir nuevas oportunidades a sectores como los cítricos y los cueros, donde Uruguay había perdido preferencias en Europa. En general, es una oportunidad para recomponer valor agregado en el sector agroindustrial, que viene castigado con reducción de empleo y cierre de empresas.
En el caso de la carne, la UE elimina los aranceles a las cuotas Hilton y abre una nueva cuota de 99.000 toneladas con arancel 7,5%. Es muy buena noticia para el sector cárnico, aunque su aprovechamiento dependerá de la capacidad productiva del Uruguay y de la competencia con nuestros vecinos. También trascendió (sin comunicación oficial) que se abriría una cuota de 60.000 toneladas para el arroz (poco), 30.000 de quesos (aceptable) y 10.000 de leche en polvo (muy poco). Recurrir a cuotas en temas sensibles es razonable, pero los volúmenes parecen escasos. Es que el tema agrícola en la UE no es sencillo: los agricultores franceses ya han manifestado su oposición al acuerdo. Presionado por las circunstancias, el presidente francés, Emanuel Macron cedió en este capítulo, poniendo como condición que el Mercosur acepte el Acuerdo de París, para reducir emisiones de efecto invernadero; en esto el que cedió fue Brasil.
Todo indica que habrá que seguir de cerca los subsidios europeos a la producción, para que se reafirme el concepto de subsidiar al productor y su familia, y no a la producción, lo que -se sabe- es muy distorsivo. En esto Europa ha avanzado, pero aún hay que exigir más. Una de las principales amenazas aparece en el sector lácteo, donde el Mercosur -según trascendió- bajaría su actual arancel externo del 28%.
Se acabó la siesta.
La firma del acuerdo sorprendió y es un sacudón productivo mayúsculo, no exento de riesgos. Sin embargo, abre amplias oportunidades de insertar al país en las cadenas globales de valor y avanzar en el camino del desarrollo. Además, como manifestó el ministro Astori, empujará al Mercosur a normalizar su propio funcionamiento interno.
Si todo se logra instrumentar adecuadamente y los Parlamentos aprueban el acuerdo, se abrirá una nueva etapa en la relación con el viejo continente. Hay que remarcar que el acuerdo abarca el comercio de bienes (88 mil millones de euros anuales) y también el de servicios (34 mil millones). Tendrá un profundo impacto competitivo para empresas y trabajadores de ambos bloques.
La UE es ya el principal inversor en la región y habrá que ver qué oportunidades aprovechan -a su vez- las empresas regionales de hacer negocios en Europa, de manera de equilibrar mejor el giro de dividendos, que hoy favorece claramente a la UE. Ahora acumular capital e invertir depende de nosotros. El comercio ya se está abriendo.