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Un millón de razones

El área de soja tiende a estabilizarse en torno al millón de hectáreas, una importante superficie que la consolida como principal cultivo del país. La sostenibilidad del sistema agrícola (económica y ambiental) es clave para seguir contando con esta producción, que este año reportará US$ 1.000 millones en exportaciones.

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Ing. Agr. Nicolás Lussich.

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A pesar de los serios problemas de la economía (local, regional y mundial) para el agro el clima manda: terrible cuando se pone en contra y un alivio esperanzador cuando nos sonríe, como sucedió este año con la soja. La cosecha superó las 3 millones 200 mil toneladas, volviendo a volúmenes cercanos al récord histórico, y sin problemas serios de calidad. Esto se logró con menos área que en el pasado, pero con mejor rendimiento: 1.085 hectáreas que rindieron 2.970 kg/ha. Las cifras corresponden al último reporte del Observatorio de Oleaginosas, realizado por Deloitte para la Mesa Tecnológica de Oleaginosos (MTO), con el apoyo de la Agencia Nacional de Desarrollo (ANDE). Son algo superiores a las oficiales de DIEA-MGAP, pero con las mismas tendencias: después de un 2018 de espanto, la soja vuelve por sus fueros.

La soja tiende a concentrarse más en el litoral y aumentó el área “de segunda” (que se realiza luego de un cultivo de invierno), que alcanzó el 45% del total y tuvo un rinde medio de 2.817 kg/ha (3.143 kg/ha la soja de primera).

El costo del cultivo de primera medido en dólares subió moderadamente, en especial por el mayor precio de la semilla (por la falta de producto de la cosecha pasada), y por subas leves en fertilizantes y agroquímicos. Esto se compensó parcialmente por el menor precio del combustible y el costo de seguros. Por supuesto, con el mayor rinde también subieron los costos por hectáreas asociados a la cosecha, lo que sumó un total estimado en 638 US$/Há, incluyendo un puente verde (cultivo de cobertura en invierno). Por otra parte, el precio medio se redujo respecto a la cosecha anterior (un 14%), pero los muy buenos rindes compensaron todo y llevaron a una recuperación de los márgenes, que se muestran positivos aun pagando rentas altas (gráfica).

Las rentas bajaron 8% promedio en ésta última zafra, según la estimación de Deloitte, ubicándose en 196 US$/Há, un nuevo mínimo en al menos 10 años. La modalidad de arrendamiento en kilos por hectárea sigue siendo la predominante, y se registró una baja en los kilos pagados, en especial en el litoral sur (pasaron de 840 a 757 kg/ha), generando el doble efecto: menos kilos y menos precio. Todo indica que el fracaso de la cosecha previa incidió en reducir los valores, aunque también se está expresando una tendencia a la baja que viene de años previos.

Valor Agregado.

El estudio estima que en la zafra de oleaginosos 2018/19 (incluyendo soja, colza y carinata) se aplicaron más de US$ 400 millones para hacer los cultivos (laboreos, insumos, servicios, cosechas, fletes). A eso se agregan US$ 130 millones de rentas y US$ 366 millones de salarios, ganancias e intereses, todo lo cual acumula unos US$ 900 millones de Valor Bruto de Producción en chacra. A eso hay que sumar casi US$ 200 millones en acondicionamiento, transporte y comercialización, lo que implica unos US$ 1.100 millones de Valor Bruto de Producción total. De ese monto solo US$ 260 millones son insumos importados. “Las cifras muestran -contrariamente a lo que a veces se piensa- que la soja genera mucho valor agregado: más 75% del valor bruto -unos US$ 830 millones- es Valor Agregado local”, destacó el economista Pablo Rosselli en la presentación. Agregó que eso sostiene unos 12.000 empleos, más otros 2.000 durante el transporte de la cosecha.

Las cifras son contundentes y explican la enorme incidencia que tuvo el avance agrícola entre 2003 y 2014, primero en recuperar la economía y luego en impulsarla a niveles récord de crecimiento y producción. El impacto de la agricultura (oleaginosos y otros cultivos) es profundo y se despliega por todo el territorio.

El desafío ambiental.

Este año la MTO decidió incorporar en su Encuentro enfoques sobre sostenibilidad ambiental, sobre lo cual disertaron -entre otros- el catedrático de Suelos de la Facultad de Agronomía de la UDELAR, Ing. Agr. PhD. Carlos Perdomo. Se enfocó en el análisis de la contaminación “difusa” (no concentrada) por fósforo (P) a través del escurrimiento del agua de lluvia sobre grandes áreas bajo uso agropecuario. “Hay otras fuente de contaminación, por supuesto”, aclaró. El fósforo es un nutriente clave en la agricultura y no es un elemento nocivo en sí mismo, sino que genera problemas cuando su concentración en cursos de agua aumenta por encima de ciertos niveles, al facilitar la floración de algas y otros microorganismos (eutrofización).

Con una base amplia de investigaciones y datos, el experto alertó sobre el problema ambiental y compartió un concepto relevante: el impacto ambiental no es proporcional a la ecuación económica, esto es, no se reduce apuntando a una mayor eficiencia económica en la aplicación de fertilizantes; el problema es más profundo. Según Perdomo, hay que pensar más en clave de sistema: equilibrar entradas y salidas de nutrientes y -si es posible- revertir los flujos (que salga del sistema productivo menos de lo que entra).

Para el catedrático es necesario enfocarse en el Río Santa Lucía, principal fuente de agua potable, donde estudios recientes de limnólogos de la Facultad de Ciencias muestran que entre 80 y 90% del fósforo está en forma soluble, totalmente disponible para los organismos. Es sabido que esa cuenca no es particularmente importante en producción agrícola (soja y otros cultivos), sino que tienen mayor importancia allí la lechería, la granja y la ganadería. Aun así, los conceptos son válidos para todos los sistemas y cuencas.

Según el experto, se trata de un problema emergente, inesperado y no intencional, que no se había visualizado previamente y -por tanto- se deben promover nuevos enfoques. Entre otros puntos, mostró que la aplicación de fertilizante fosfatado en forma superficial (como se hace en sistema de siembra directa) incrementa las pérdidas de P soluble que va a los cursos de agua. Entre otras posibles soluciones, planteó hacer una pasada de arado con vertedera (dando vuelta el suelo), para distribuir mejor el P en el perfil de suelo y reducir pérdidas. Luego hay que plantar una pastura de rápido crecimiento y seguir con siembra directa. “Es una práctica para hacer cada 10 años, por ejemplo dando vuelta el 10% del área cada año”, planteó Perdomo. Para los puristas de la siembra directa puede sonar a sacrilegio, pero los números demuestran que es una práctica efectiva en llevar el P a mayor profundidad, reduciendo la posibilidad de que la lluvia lo lleve a los cursos de agua.

Proyecciones.

La sostenibilidad de la producción también es económica y social: sin éstas, la ambiental tampoco es posible. Por suerte, los números de la soja han mejorado, y Deloitte proyecta que tras el ajuste a la baja procesado en las últimas campañas, el área de soja se mantendría relativamente estable en la zafra 2019/2020, pese a que aún persisten algunos riesgos. La consultora estima que los costos en dólares bajarán por un aumento del tipo de cambio y menor precio de la semilla, pero aún hay varios productores con alto nivel de deuda.

En cultivos de invierno los números son aún más estrechos y en el sector lechero se siguen perdiendo productores. Por suerte la ganadería está en un muy buen momento, incluso desplazando agricultura en algunas zonas, en una suerte de “revancha” sectorial.

Las prácticas de producción para un mejor desempeño ambiental pueden implicar más costos y -a veces- acotar la producción, al menos por un tiempo. Esto se suma al aumento de los costos generales de la economía, lo que vuelve insostenible la producción en muchos establecimientos. En este marco, sería bueno revisar la carga impositiva sobre el sector -que aumentó en los últimos años- si se quiere coherencia entre ambiente y producción. Además, es imprescindible seguir profundizando en consensos de Buenas Prácticas Agropecuarias (BPA) para todos los rubros, de forma de establecer criterios de sostenibilidad ambiental más ambiciosos.

Nos jugamos el futuro.

Pablo Mestre
Pablo Mestre

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