
En las últimas semanas dos hechos que en principio parecen absolutamente independientes han confluido en el escenario ganadero y, sin embargo, tienen una interesante y contradictoria vinculación entre sí. Por un lado, Uruguay sigue avanzando en su estrategia de compromiso ambiental global. Acaba de acordar con el Banco Mundial un préstamo que prevé una reducción en el pago de intereses si “alcanza sus objetivos para reducir la intensidad de las emisiones de metano de su sector ganadero”.
Recordemos que nuestro país firmó -en el marco de los Acuerdos Ambientales de París- el compromiso de reducir la emisión de metano por kilo de carne vacuna producida. Adrián Peña era el titular de Ambiente y la decisión fue acompañar las metas globales de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Uruguay -se sabe- ha hecho notables avances en el cambio de su matriz energética (en particular en la generación de electricidad) reduciendo el uso de combustibles fósiles y agregando energías renovables. Pero había que sumar compromisos adicionales, y allí entró la ganadería. En el caso del metano, el compromiso es reducir 32% la cantidad de metano producido por kilo de carne respecto a lo que ocurría en 1990. La meta ya se ha cumplido en 88% y Uruguay presentará sus avances en la nueva conferencia de ONU sobre Cambio Climático, que arranca a fines de noviembre en Dubai.
La decisión de establecer este compromiso no estuvo exenta de polémica, tanto desde el MGAP como en la propia interna del Ministerio de Ambiente. La ganadería es un sector clave de la economía uruguaya, pero en modo alguno es responsable del efecto invernadero y el cambio climático. Aun así, el país vino a reconocer que en la ganadería puede haber cosas para hacer. Y es cierto: si se considera que el metano tiene un efecto más alto en el calentamiento global respecto a otros gases, hay un consenso en que su reducción sería la vía más rápida para mitigar dicho efecto. Pero hay un “pequeño” problema: los organismos globales suman todo el metano que se emite, omitiendo (sorprendentemente) que el metano que emiten los eructos de las vacas no solo es parte de un proceso natural (fermentación ruminal) sino que es parte de un ciclo natural que incluye la captación de CO2 por las pasturas, su consumo por los rumiantes, parte de eso que emana como metano (CH4) y ese metano dura un promedio de 10 años en la atmósfera, para convertirse finalmente, nuevamente, en CO2. De manera que si el rodeo de rumiantes en el mundo en los últimos siglos permaneció estable, no hay efecto calentamiento global alguno (y hay buenos argumentos para pensar que ese rodeo es bastante menor).
Nada de eso sucede con el metano que se origina de la extracción, transporte y combustión de combustibles fósiles. Es de éstos de donde proviene la mayor parte del metano que va a la atmósfera, y allí no hay ciclo natural ni nada: toda contaminación neta a la atmósfera. Buena parte de ese metano son pérdidas de cañerías de gas y pozos petroleros que -en general- tienen asociado gas (entre ellos metano), que -en el mejor de los casos- se quema. Por tanto, sumar el metano de origen fósil con el que emiten las vacas -algo que se reitera una y otra vez en los informes de organismos internacionales- es un error malicioso y anti ganadero.
Cualquier colaboración que un país pueda hacer para reducir la emisión de gases de efecto invernadero es bienvenida, y si la ganadería puede hacer un aporte hay que plantearlo. Allí están los técnicos de INIA, MGAP, las empresas que apuntan a reducir su huella de carbono, etc., para medir y aportar, como lo hará nuevamente Uruguay en la próxima reunión en Dubai.
Pero en esta sociedad actual, hiper mediática, a veces es tan o más importante el mensaje adjunto que el propio cerno de los hechos. Lo del metano y la ganadería es un ejemplo. Luego del nefasto informe de FAO sobre “la larga sombra de la ganadería”, parece que aún cuesta encontrar la luz, a pesar de las propias correcciones de dicho organismo y otros. Persiste la idea de que la ganadería es un problema para el ambiente, y en realidad es parte de la solución. Entre otras cosas porque, al basarse en pasturas naturales, es de los ecosistemas productivos con mayor biodiversidad: especies vegetales, microorganismos, insectos y muchas otras especies conviven con los vacunos en el sistema productivo.
Competencia.
Al mismo tiempo que todo esto sucede, la cadena cárnica local se ha visto sacudida en las últimas semanas por el anuncio del grupo Minerva -de origen brasileño- de que comprará un grupo muy importante de plantas de faena al grupo, también brasileño, Marfrig. En Uruguay el negocio es por tres frigoríficos, lo que llevaría a Minerva a una posición muy dominante en la industria cárnica local. Se espera que la semana próxima se presente el negocio ante la Comisión de Promoción y Defensa de la Competencia (la facturación de las empresas involucradas lo obliga); esta Comisión deberá aprobar o no el negocio, o plantear correctivos.
Del asunto ya hemos escrito y se ha hablado en abundancia en el sector y se seguirá hablando, dado que hay mucho en juego. Lo que resulta interesante es que en el grupo Minerva se ha incorporado una millonaria inversión de capitales de origen árabe, y no es misterio para nadie que el capital de origen árabe -como de otros países de medio oriente- tiene su fundamento base en la producción y exportación de petróleo.
En concreto, el capital corporativo de Minerva Foods (según sus documentos públicos), pertenece en algo más de 22% a la familia Vilela de Queiroz, cerca de 40% son acciones y títulos y un 30,5% pertenece a la compañía internacional de inversiones SALIC, sigla en inglés de la Compañía Saudita de Inversiones en Agricultura y Ganadería. Esta compañía fue fundada en el año 2012 por decreto real de Arabia Saudita, y tiene el objetivo de activar una estrategia de seguridad alimentaria, a través de la provisión de alimentos y la estabilización de sus precios. Eso se hace a través de subsidiarias y joint-ventures con empresas en todo el mundo. Entre ellas Minerva.
SALIC pertenece 100% al Fondo de Inversión Pública Saudí (PIF, por su sigla en inglés), que pertenece al Estado Saudí y gestiona unos U$S 700.000 millones. Capital que, obviamente, proviene de las fabulosas rentas petroleras saudíes. Es decir: mientras se le está imponiendo a la ganadería uruguaya una exigencia para reducir la emisión de metano por kilo de carne producida (sin que sea responsable del calentamiento global), capitales originados por el negocio efectivamente responsable del calentamiento llegan para adquirir importantes frigoríficos. El asunto es por lo menos contradictorio.
Entre los productores, además, emerge una preocupación por el costo que va a implicar cumplir las metas comprometidas de emisión de metano en ganadería, en particular ahora que los precios cayeron y los márgenes se achicaron seriamente. Para producir menos metano por kilo de carne hay que reducir la edad de faena, subir la tasa de preñez, etc.. Todas cosas que el sector ha hecho (hay que ver que la meta se ha cumplido en 88%) pero que tienen costos. Seguir adelante en el nuevo escenario será más difícil.
Mientras, los árabes avanzan con su estrategia de seguridad alimentaria y transformación económica a largo plazo. Y es lógico: el mundo está en una transición energética para reducir el uso de combustibles fósiles (como lo ha hecho notablemente Uruguay); se viene ahora la denominada “segunda transición”: después del cambio a renovables en la generación eléctrica, se viene el cambio en el transporte. Los combustibles fósiles en general y el petróleo en particular, más allá de los líos geopolíticos que generó y genera, son los responsables esenciales de la mejora en la calidad de vida de la humanidad en el último siglo y medio. Demonizarlos sería hipócrita. Además, la eficiencia en el uso de combustibles ha crecido de manera extraordinaria; basta solo ver lo que ha pasado con los automóviles.
En ese contexto, la misión de la SALIC es ser un líder global en seguridad alimentaria, enfocada en inversiones en agricultura sustentable. En el caso de Minerva, ésta empresa tiene varios planes con productores en varios países para mejorar la sustentabilidad de sus sistemas. Y con su subsidiaria MyCarbon genera créditos de carbono que compran empresas que tienen compromisos de reducción de emisiones.
Los árabes diversifican inversiones y -en alimentos- apuestan a empresas de gran porte con sistemas sustentables. Tienen una estrategia muy bien concebida y recursos para hacerlo. Uruguay también la ha tenido al generar electricidad casi 100% de manera renovable y ahora apunta a desarrollar el hidrógeno verde. Allí están los principales desafíos ambientales vinculados al cambio climático, no en las vacas.