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A Dios rogando y, ¿con el mazo dando?

Ya desde 1935, el Ing. Florencio Martínez Bula sostenía que la riqueza de los países tiene que ver con ir hacia el dominio de sus aguas. Lograrlo en Uruguay parece ser otro desafío de enorme importancia, si no el de mayor...

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La agricultura nacional vivió en 2 zafras consecutivas la mejor y la peor cosecha de soja de su historia. En 2022, sobre 991.899 hectáreas sembradas se cosecharon 2.776.194 toneladas según las cifras de DIEA, lo que indica un rendimiento promedio de 2.799 kilos por hectárea. Lo que popularmente se dice: “un cosechón”. Sin embargo, el verano de 2022, en una superficie mayor (1.009.899 hectáreas) entregó 647.850 toneladas, lo que marca un rendimiento promedio de apenas 641 kilos por hectárea. Un 25% de las chacras del país se perdieron antes de la cosecha. Lo que popularmente se dice: “un buen porrazo”.

¿Qué pudo haber cambiado tanto para que, en el mismo país, en las mismas chacras, con los mismos agricultores y casi la misma tecnología haya una diferencia tan grande? Sí, su pensamiento es correcto: las lluvias. Una de las definiciones que más me gustó de cambio climático, por lo clara y sencilla, la escuché por primera vez por parte de Walter Baethgen, en una entrevista que hicimos para Rurales El País: “eventos más extremos y con mayor frecuencia entre sí”. Por allí se explica que después de venir de 3 años extremadamente secos, estemos apenas un par de meses después con zonas del país inundadas.

Ahora bien, esta es la realidad. ¿Qué podemos hacer como país para mitigar los riesgos y establecer algunas certezas a la producción nacional? Pero que le voy a explicar yo a usted lo que usted ya sabe, porque una vez más, su pensamiento es correcto: seguros agrícolas y riego. Hace algunos meses tuve la oportunidad de acompañar a la Agropecuaria de Dolores en su gira por Estados Unidos, país donde se realiza la mejor agricultura del mundo y donde cada persona que va y vuelve, lo hace con el mismo comentario: “allá está todo solucionado”. Los agricultores norteamericanos producen en su gran mayoría con seguros de rendimiento, que además están subsidiados, porque tal como se comentó en la gira, “prefieren pagar que tener sorpresas”. Una cosecha que falló no afecta solamente a los productores, sino a las economías regionales y al país.

No quiere decir que aquí no se haya entendido, pero sí quiere decir que en Uruguay aún no hemos podido generar seguros robustos y accesibles. Hay quienes dicen que un cuarto, hay quienes dicen que un tercio, lo cierto es que, si el sector agrícola nacional hubiera estado asegurado, con absoluta certeza esta sequía nos habría costado mucho menos dinero. En el cinturón maicero norteamericano, la variación de producción interanual es de un 10%, y aún así, producen con seguros. Copiemos lo bueno. No soy yo ni por asomo quien sugiera cómo hacerlo, no estoy capacitado y no es mi trabajo. Pero sí es mi labor escribir y exhibirlo.

Por otra parte, está el riego. Ya desde 1935, hace casi 90 años, el Ing. Florencio Martínez Bula, quien pensó y escribió proyectos que terminaron transformándose años más tarde en la represa de India Muerta, sostenía que la riqueza de los países tiene que ver con ir hacia el dominio de sus aguas. Parece contradictorio que, en un país como Uruguay, privilegiado por los ríos, arroyos y cuencas de agua existentes, dependamos exclusivamente de las lluvias, muchas de las cuales escurren y terminan en el Océano sin haber sido aprovechadas. Al día de hoy, existen proyectos de riego, incluso con beneficios fiscales, pero para que tengamos una idea, de las 1.009.899 hectáreas de soja que se sembraron en la primavera de 2022 para cosechar el pasado verano, solo 22.736 tuvieron riego. En el maíz, que incrementa más del doble su rendimiento, de 187.919 hectáreas se pudieron regar 15.254. Una lógica similar a los seguros de rendimientos: son inversiones demasiado costosas, especialmente para los arrendatarios que son tres cuartas partes de los agricultores del país, pero además en este caso, no cualquiera accede a fuentes de agua en su establecimiento, sino que debe construirlas. Parece ser otro desafío de enorme importancia, si no el de mayor…

En tiempos que el mundo crece en población y demanda cada vez más alimentos, observando además cómo se producen, el agua parece ser el petróleo del futuro. ¿Ya nos dimos cuenta? En tanto, el sector arrocero nacional, más allá de tratarse de un cultivo que necesita tener la chacra inundada, por contar con el agua almacenada para la totalidad de su área, en la misma zafra en la que la soja y el maíz sacaron los peores rendimientos de la historia, obtuvo su mejor cosecha en kilos por hectárea: 9.647 kilos. Irónico, ¿verdad?

El sector agrícola en Uruguay es un ejemplo por muchos motivos. Hace algunas semanas, escuchaba de un productor argentino que lo más importante en la agricultura es tener reglas claras de juego. Aquí las tenemos. En la producción, nuestros agricultores nos enorgullecen, no solo por los rendimientos obtenidos sino por su resiliencia y manejo multifactorial de un sinfín de cuestiones que hacen al negocio. Pero al final de cuentas, desde que soy niño, siempre estamos mirando para arriba, y muchas veces rezando. La pregunta es, ¿estamos dando con el mazo?

Según informe de USDA, la única certeza es la incertidumbre...
El diluvio otoñal complica la producción en varios planos, desde las chacras hasta los recibos de grano. Se ha hecho especialmente larga la cosecha de soja, con costos agregados que debe absorber la producción

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