Hay una anécdota de cuándo salíamos de recorrida por los campos con docentes de la UdelaR, de la Facultad de Agronomía, y yo siempre llevaba una máquina de fotos para llevarme imágenes a casa y luego pintar las cosas del campo. Un día a un docente le llamó la atención esto y le preguntó a un compañero: “Che, ¿este tiene por hobbie la fotografía?”. A lo que su amigo respondió: “No, no. En realidad el hobbie de él es la agronomía. El se dedica a la pintura. Saca fotos para pintar”. Así que sí, siempre estuvieron juntas las dos cosas”, contó a El País Philip Davies.
Davies nació en Montevideo hace 64 años. Hace como 35 que está casado, tiene tres hijos y una nieta.
Además de artista, también es ingeniero agrónomo. Él asegura que primero vino la pintura y luego la agronomía. Durante 17 años trabajó en la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República en la cátedra de botánica. Estuvo unos 14 años en INIA y, ahora, desde hace 13 años da clases de botánica y de inglés técnico-agronómico en la Universidad de la Empresa (UDE).
Trabajó como agrónomo en varios lugares, pero en determinado momento empezó a vender cuadros y se dedicó más a la pintura. Llegó un punto en el que dejó toda la parte agronómica y se quedó solo con la pintura, hasta que 13 años atrás lo buscaron de la UDE para dar clases.
“Viví siempre en Montevideo, pero por el tema de la agronomía siempre estuve bastante vinculado al campo; soy botánico y siempre tuve muchas salidas al campo a buscar plantas. Siempre me gustó el tema de los paisajes de campo, me gustan los caballos, los gauchos... pinto lo que me gusta ver a mí, el pasaje bastante pelado que tenemos a 150 kilómetros al norte”, contó.
Siendo agrónomo se inclinó por la investigación, porque no le interesaba trabajar para alguien en un campo.
“Yo tenía que trabajar para mí o para la comunidad, no para un particular. Por eso me dediqué a la docencia e investigación”, explicó Davies.
Tiene descendencia británica, de origen galés y no niega de ello. De hecho, conservan muy arraigada la tradición británica y hasta dice sentirse más europeo que uruguayo. Sin embargo, el campo le tira. Más bien los “paisajes pelados”, como le gusta llamarlos, las grandes extensiones y la poca gente.
“Me gustan las grandes extensiones. En Europa son unidades muy chicas, está sobre poblado. Acá llega un punto en el que no ves nada y no hay nadie. Eso es lo que me gusta”, relató.
El pintor nació a sus 13 años en una clase de dibujo del colegio. Su profesor era un artista, José Arditti quien lo invitó a participar de su taller de pintura al óleo. Solamente estudió con él, hasta que Arditti se fue de Uruguay. Años más tarde, cuando volvió, lo fueron a buscar junto a su grupo de amigos y continuaron aprendiendo.
Fue la vida la que le hizo priorizar a la familia, lo llevó por el camino de la agronomía, estuvo un año en el exterior y, con algunos baches entre medio, siguió pintando.
Siempre supo que iba a ser ingeniero agrónomo. No por tradición familiar, sino porque un compañero del colegio lo invitaba los fines de semana a su campo ubicado en Cerro Largo y fue allí en donde creció la pasión.
Su tiempo en Gales. Estaba recién casado cuando se fue a vivir a Gales por un año, para realizar una maestría en botánica.
“Me fui con la idea de volver, y es de lo que me arrepiento. Tuve oportunidad de volver a irme, pero acá estoy; viviendo de la pintura y de la agronomía”, contó.
Adaptarse les costó mucho, mismo siendo blancos y europeos. “La universidad me discriminaba. Estábamos juntos, pero era duro no integrarse al mundo. Al final nos acostumbramos y empezamos a hacer amistades de británicos. Con la comunidad asiática y sudamericana nos juntamos enseguida, era como un imán. Sin embargo, que nos abrieron las puertas los ingleses y galeses nos costó. A la mitad de la estadía ya estábamos bien; de hecho, pasó la mitad del tiempo y ya no queríamos volver. Cuando llegué a Uruguay recuerdo que me costó siete o 10 años resignarme a vivir de nuevo acá. No quería esto: es muy desordenado, la gente es muy irrespetuosa. Allá es todo distinto. Es otro orden, todo funciona. Una vez que conoces lo otro te das cuenta de lo duro que es vivir acá. Estando allá extrañaba obvio, pero no soy muy familiero y tengo los amigos justos. Soy independiente, me concentro en una cosa y le doy para adelante”, reconoció el artista.
A sus tres hijos los llevó al taller y ninguno le dio bola: “ni con esto ni con la agronomía. ‘Papá tiene olor a planta’, me decían”, recordó entre risas.
Eso se debe a que durante 14 años trabajó en el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) en la estación Las Brujas. Allí realizaba cultivos de plantas medicinales y aromáticas.
“Tenía olor a marcela siempre. Trabajaba con los cultivos de marcela, carqueja, chirca. Todas las cosas que el mundo mata, yo las plantaba. Entonces claro, llegaban mis hijos del colegio, se bajaban del ómnibus y ya cuando entraban al edificio olían y decían: ‘llegó papá’. Dejaba todo impregnado con olor a marcela”, comentó.
-Al menos no era olor bosta-, lo interrumpí.
-Bueno, sí, pero a mí me gusta el olor a bosta, me respondió (risas).
Paisajes. El paisaje de campo lo pinta porque es lo que le gusta ver. Disfruta de mirar y pintar los “paisajes pelados”, los caballos y los “bichos” en general. Pero también le gusta experimentar con otras cosas, como las pinturas más modernas, aunque esa es la parte que no muestra al público.
Actualmente también está incursionando en técnicas más tradicionales como el grafito, el lápiz de color y la acuarela para llevar a su arte por el lado de la ilustración científica-botánica. También trabaja en el sketching urbano, que es el arte de dibujar croquis urbanos.
Al principio pintaba fotos. Ahora, aparte de los encargues de cascos de estancia, toma una imagen y, en base a ella, compone algo. Cuando queda listo el cuadro, la foto original queda prácticamente irreconocible.
Sí copia las figuras, como los caballos o los humanas. “No tengo capacidad de memoria para hacerlo. De hecho, voy a un taller de figura humana, hace años que estoy en eso”, contó.
Reconoce que es difícil ser artista en Uruguay y, a veces, “lo agarra cansado”: “por suerte enfoque para este lado del campo”, valoró.
Hace unos cinco años atrás vendía muchos cuadros para casamientos, como regalo de boda. Sin embargo, hubo un cambio en la cultura de la juventud uruguaya y ahora los jóvenes no quieren regalos: quieren plata para viajar o para pagar la fiesta.
“Entonces se cortaron los regalos de casamiento. Ahora estoy más que nada con regalos de empresas o de veteranos que siguen regalando cuadros. Es un rubro en el cual tenes que estar reinventándote permanentemente. Por eso ahora estoy intentando largar talleres de sketching, de dibujo botánico con lápiz de color: un mes, cuatro sábados”, explicó.
Sus alumnos son, por lo general, adultos mayores, jubilados, de unos 60 años en promedio.
También tiene un grupo reducido de chicos jóvenes, estudiantes de agronomía o veterinaria y algún arquitecto que lo conocen porque pasan cerca del taller o bien por los cuadros de campo.
“La gente viene acá como una terapia”, señaló.
A sus hijos los educó para que se fueran: “No quería que tuvieran el sentimiento de frustración como yo. Y no se fueron. Tengo tres: las dos mujeres están aferradas acá, el varón en algún momento capaz que se va... Los eduqué para que se fueran y no se me quieren ir. Pero bueno, la vida es eso. Mi vida es eso”, concluyó.
Parte de la obra de Philip Davies se exhibirá en el stand de El País en la Expo Prado y también en el de Tranquera. Así que si tenes tiempo, porque ganas suponemos que sí, podés pasar a visitarnos del viernes 9 al domingo 18 de setiembre y deleitarte con el arte de este artista de primer nivel.