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Sobre caballos y tropas

Me acuerdo como si fuera hoy, el día que el capataz anunció: “El viernes salimos de tropa.” Tendría 11 o 12 años, y había que llevar un ganado a unos 30 km de casa, era una tropa corta, pero para mí era toda una aventura. Mi imaginación volaba, ¿qué llevar?, ¿dónde haríamos mediodía?, ¿cómo, en qué caballo? Íbamos a salir a la ruta, muy de a pie no podía ir.

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Foto: Clementina Sartori

 

Milagros Herrera.

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El día antes comenzaron los preparativos, un bolsón con lo que sería el almuerzo: asado, chorizo seco y galleta. El gateado iba a ser mi monta, y no era cualquiera. Este caballo supo ser el mejor caballo del capataz, guapo, nervioso, dispuesto, ligero. Un pingazo interminable que tuvo la mala suerte de fisurase una pata hacia algunos años atrás, y que por el cariño y el respeto que el hombre campero le tiene al buen caballo, lo cuidó durante meses esperando que se compusiera.

Me contaba que todos los días le llevaba ración y agua. El gateado lo recibía con un relincho ni bien lo veía aparecer y se sentaba. Pero, no se componía. Un buen día decidió que era suficiente, no se merecía sufrir. Antes que salga el sol fue resuelto a sacrificarlo, llegó, lo conversó un poco (aunque nunca me dijo qué) y cuando ya estaba a punto de sacrificarlo el gateado relinchó fuerte y en tres patas se paró.

Ahí mismo decidió que si iba a morir, sería de viejo.

Los años pasaron y la pata del gateado soldó tan bien que casi no se notaba. No sólo eso, empezó a llegar punteando y retozando con la tropilla de andar todos los días cuando echaban caballo para ensillar, parecía que pedía recado.

Y le dimos el gusto, una mañana agarrando caballos en el corral, el capataz me preguntó si me animaba a subirlo ya que era liviana y ágil. Por supuesto que le puse el freno y salté en pelo casi antes que terminara de hablar.

Fue todo uno, nunca había subido un caballo así, potencia, nervio, experiencia y una conexión increíble fue lo que sucedió. Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo en que yo era su oportunidad para seguir siendo útil y él la mía para aprender a trabajar de a caballo. Porque apartando ganado y trabajando dentro del huevo de las mangas aquel caballo me enseñó todo.

Así el gateado y yo fuimos yunta durante algunos años, e incluso llegamos a incorporar a “Mora” mi perra barbilla, con quien en la última portera antes de llegar a las casas y por esas cosas increíbles de los animales, parecían jugar. Ni bien yo cerraba la portera el gateado pedía rienda, la perra saltaba como tirándole unos tarascones al hocico del gateado y el gateado le tiraba unos avanzones a la “Mora”. Así, cada vuelta del campo tenía un momento de chiveo especial.

Pero volvamos a la tropa, salimos muy temprano con el ganado por delante y cuidando el puesto que había sido asignado a cada uno por el capataz.

Sin problemas pasó la mañana. Hicimos mediodía en una rinconada de un monte casi después de 6 horas de tranco y tranco. Si me concentro todavía tengo la sensación del momento en que bajé del gateado, sentía las rodillas como huecas. Almorzamos y descansamos a la sombra mientras uno cuidaba el ganado.

El trayecto de la tarde fue por la ruta que, si bien era más fácil en este caso, había que estar más alerta por los peligros a los que se está expuesto. También tenía su parte linda, cuando pasaban autos o camiones y saludaban uno se sentía un tropero, enriendaba un poquito más y medio a escondidas rozaba algún talón en la panza del gateado para que nos luciéramos… ¡y que tire la primera piedra el que no lo hizo alguna vez!

Llegamos a media tarde y fuimos recibidos por el personal del establecimiento, contamos la tropa una vez más, como lo habíamos hecho en otros tramos del viaje y la entregamos. En el momento de despedirnos uno de ellos me comenta: “No anda a pie… dígame una cosa, ¿ese no es el famoso gateado de Rodríguez?”. Solo se contestó: “no, no puede ser, si ese caballo se había quebrado… ¡qué pingo era aquel caballo!”. No dije nada, decidí guardar el secreto.

La vuelta es más rápida y conversada, historias de tropas y cuentos fantásticos van surgiendo. En especial, recuerdo uno que algunos años más tarde reconocí en un libro de José María Obaldía y que si quieren acompañar en esta vuelta a las casas, entrando ya la nochecita o la hora de las brujas como se le dice, entre el sonido de los grillos y al tranco largo les cuento:

“Antiguamente, entre la técnica de los buenos capataces de tropa estaba el contar, el contar con facilidad el ganado cada vez que se iba a reanudar una jornada, en la mañana para ver si en la noche no había faltado alguno. Y fulano contaba así, y mengano contaba de tal manera, y qué se yo. Francisco Méndez era un contador excepcional. Dice que un día había salido este hombre de Treinta y Tres con una tropa de 500 novillos, ganado medio chúcaro, en esa época había ganado chúcaro, que daba mucho trabajo de arrear. Entonces, llegaron a la tardecita a un pastoreo, el lugar, ofrecía facilidades de controlarlo, de vigilarlo, y bueno, allí acamparon y allí se empezó a pasar la noche, pero se desató una tormenta tremenda. Y eso creó una especie de inquietud en el ganado, cosa que sí efectivamente ocurre en algunos casos, y en determinado momento bueno, cayó un rayo, dijo uno, y aquello fue una disparada general. El ganado se desparramó en la noche, y empezó a llover, y eran truenos y seguían los relámpagos, y bueno, ahí empezaron todos a trabajar para juntar el ganado que no se perdiera nadie. Al cabo de un par de horas ahí en medio de la lluvia se consiguió tranquilizar los animales, redondearlos a todos allí y entonces, ‘bueno vamos a contar’, y uno de los peones dijo: ‘¿Pero y cómo vamos a contar con esta noche?’, y entonces el capataz dijo: “No se preocupe, no se preocupe”. Y en eso vino un relámpago machazo, y él paso las manos así por adelante de los ojos y dijo: “499, falta uno y es el novillito rosillo que tiene una guampita gacha’. Contó toda la tropa en la luz de un relámpago”.   

Largamos la carcajada ya casi llegando a las casas, hay que desensillar, pegarle un baño al gateado, largarlo y disfrutar de verlo revolcarse, pararse en sus 4 patas y trotear para el fondo del potrero… se lo merece, al fin y al cabo, es el famoso gateado de Rodríguez.

Pablo Mestre
Pablo Mestre

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