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Consciencia tributaria

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CAMILA_ALDABALDE

Comienza la campaña electoral y como es costumbre por estos pagos, asistiremos a una competencia por el liderazgo en materia de justicia social e igualdad. A esta desabrida discusión se le sumarán las propuestas plebiscitarias que le pedirán a los ciudadanos optar entre ser rico y sano en lugar de pobre y enfermo sin mayores explicaciones.

Si se me concediera un deseo, pediría que mientras los discursos se desarrollan, en la parte inferior de la pantalla se mostraran como subtítulos, las consecuencias impositivas que cada promesa implica. Porque no por repetido deja de ser cierto que los debates electorales tratan específicamente de tu billetera, no de buenas o malas intenciones. Somos los grandes protagonistas de los programas de gobierno en el rol de pagantes.

Lamentablemente, sin embargo, no tenemos la noción de lo que los impuestos significan en nuestras vidas y este es el punto de esta columna.

Para los empresarios el costo de la mano de obra es impagable y cualquier proceso industrial basado en este recurso deja al producto nacional fuera del mundo. Por su parte, los salarios son insuficientes para una vida normal en la enorme mayoría de los casos. Ambas quejas están plenamente justificadas y una parte culpa a la otra de su situación.

Una manera de echar luz sobre la verdad de la milanesa es el sinceramiento tributario.

Sin siquiera tocar las perversiones que abundan en nuestro sistema fiscal, la reforma podría ser puntualmente muy simple y cambiar completamente el nombre del juego.

Cuando se paga un salario, hay una enorme cantidad de dinero retenido por el contratante que será vertido como impuestos que al asalariado le competen. El problema es que el empresario paga el impuesto por él y el empleado solo tiene la sensación de estar cobrando una cifra inferior a la merecida sin profundizar en las causas de su remuneración, siendo fácil suponer la mala voluntad de su patrón.

La conciencia tributaria podría surgir de un cambio en el mecanismo de pago de los impuestos. En lugar de retener las obligaciones tributarias del empleado, este debería recibir sin descuento alguno su sueldo para luego hacer directamente el aporte a la autoridad pertinente. Algo similar a lo que funciona con el IVA.

No niego las complicaciones que inicialmente pueda generar el sistema para la DGI, pero la eficiencia de los gobiernos en cobrar impuestos es el talento más desarrollado de los estados a lo largo de la historia.

Adicionalmente, en la liquidación del sueldo podrían incluirse otro tipo de información que ayuden a explicitar la relación del elector con el elegido. Así, cuando un gobierno haya rebajado algún impuesto, el nombre del gobierno podría figurar como ítem de las remuneraciones recibidas mientras que los despilfarros de otro gobierno deberían transformarse en tasas a pagar con el nombre explícito del presidente de turno. En esta lista no deberían faltar las partidas a pagar por las pérdidas que el estado sufre en el Correo o en la fabricación de Portland entre otros.

Por esta vía, podríamos empezar a entender cómo hemos llegado hasta aquí y como las promesas electorales dejan su rastro en lo que me ingresa cada final de mes.

El sistema actual es perverso por su intangibilidad y bajo esta anestesia, la carga fiscal del país acumula una capa encima de la otra en la sucesión de los gobiernos hasta poner a nuestro país en el podio de América Latina por tristes razones. También es nefasto como señal de castigo para aquellos que progresan en la vida. Para que pague más el que tiene más, bastaba una tasa única para todos los sueldos, sin embargo, el país ha impuesto una tasa progresiva a los salarios sumado a tasas diferenciales en todos los impuestos colaterales al salario.

No sueño cambiar algo de lo que el país tiene en el ADN, pero al menos me conformaría con que los uruguayos sean conscientes de que lo que ellos podrían gastar con prudencia, lo gastará el Estado con ineficiencia y que dejemos de pensar que los impuestos es algo que le sucede a otras personas.

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