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La fragilidad de la vida y el verdadero valor de lo simple

Ana Inés Neme no sabía que lo tenía todo hasta que la vida la cacheteó

Ana Inés Neme Tourón es mercedaria, tiene 40 años, tres hijos, un esposo, un padre y una madre, un hermano y un grupo de amigos tan grande como cercano

Ana Inés Neme Tourón es mercedaria, tiene 40 años, tres hijos, un esposo, un padre y una madre, un hermano y un grupo de amigos tan grande como cercano. Es Licenciada en Negocios Internacionales y exitosa en su trabajo. Ana Inés es leal, buena persona, responsable, familiera, amiguera -bastante amiguera- y algo distraída. Ana Inés tiene también metástasis ósea que lejos de paralizarla, la transformó.

Está casada con José Pedro Cerutti y tienen tres hijos: Bartolomé, de ocho años; Gregorio, de siete; e Indalecio, de dos. Nació en Mercedes y allí armó su vida. Su padre, Eduardo, es comerciante y su madre, Inés, ama de casa. Su esposo tiene una empresa que brinda servicios agrícolas como de cosecha, siembra y demás. También tiene un hermano menor, que se llama Eduardo. Estudió Relaciones Internacionales en Montevideo y allí vivió poco más de lo que duró la carrera. A sus 22 años se volvió a Mercedes para trabajar en la empresa en la que hoy ocupa un cargo gerencial, pese a estar actualmente en seguro médico.

Como persona, primero, es con Dios. Es muy fiel, sobre todo, a la virgen. Es buena persona, muy amiguera, le encanta estar rodeada de gente y que vayan a su casa. Adora ser madre; le divierte mucho. Es responsable, bastante distraída y siempre intenta ser buena persona.

En febrero de este año se encontraban vacacionando con unos amigos en la playa, pero en un momento se agachó y sintió un dolor muy grande, como que se descaderaba: “sentí el crack, crack, crack…”. Como el dolor no se le iba, fue al médico. Le pusieron los calmantes típicos de emergencia y le dijeron que seguramente fuera un pinzamiento de la columna. De todas formas, consultó con un traumatólogo que le mandó una resonancia: el 1° de marzo le dijeron que tenía unas lesiones metastásicas. Ese día, aprovechó el viaje a la capital con sus padres, que también tenían médico dado que su madre es paciente oncológica desde hace cinco años. La acompañaron a hacerse la resonancia y después almorzaron. El resultado le llegó enseguida, pese a haberle dicho que demoraría unas semanas. De todas formas, no lo abrió en el momento. Los padres la dejaron en Tres Cruces para regresar a Mercedes y, una vez en el ómnibus, abrió el mensaje con el resultado. “Vi cómo unas cosas raras, era como que me hablaban en chino. Decía algo de lesiones, no sé qué... Dije, ‘voy a googlear’. Entré a Google y salía como algo de cáncer óseo, metástasis. Pero sabía que cuando uno busca en Internet siempre tiene cáncer. Llamé a una amiga que entiende bastante de estos temas. La cuestión es que ella llama al ex cuñado, que es médico traumatólogo en Argentina, y me llama a los cinco minutos y me dice que me bajé del ómnibus y que vayamos al médico. Me bajo en Plaza Cuba, tomo un taxi y voy a ver a la oncóloga que habíamos visto hace un rato con mi mamá”, contó.

“No vengo por mamá, vengo por mí. Le cuento, y ella se quedó dura. Me dijo que esto podrían ser muchas cosas, pero me sugirió internarme ese mismo día. Yo no tenía un calzón, no tenía un cepillo de dientes, ni un camisón, nada”, recordó.

“¿Qué hago?”, le pregunté a la médica. “¿Le digo a mis padres?”, siguió preguntando. Le aconsejó que sí. Ese mismo día, sin camisón ni cepillo de dientes, arrancó la lucha.

La resonancia salió mal y pidió unos días de licencia. La resonancia salió mal y se perdió el primer día de escuela de su hijo. La resonancia salió mal y esa fue la primera noche que no durmió en su casa por culpa del cáncer.

Costó mucho llegar al resultado final y durante el camino se manejaron varias opciones. Cuando tuvo el diagnóstico lo primero que hizo fue hacerse radio en la columna y, para eso, se fue a Buenos Aires porque, así como para ir a comer y pasear, Buenos Aires también es más accesible para hacerse radio. Se fue por unos 15 días. Durante la semana la acompañaron sus amigas y los fines de semana iba su esposo e hijos después del colegio.

“Fue buenísimo porque yo hacía el tratamiento, que es un ratito y como no me producía ningún efecto colateral, disfrutamos bastante. Fuimos a cenar, al teatro…”, recordó.

Como el tumor era muy raro y tiene un seguro internacional, se fue a una clínica en Estados Unidos, en Rochester, Minnesota. Allí le dijeron que tenían que operarla -porque acá no se animaban- y eso pasó en julio. La operación fue un éxito y se quedó internada un mes. Sus hijos se quedaron en Uruguay, un poco con la señora que los cuida, otros días con la abuela paterna y los fines de semana con las madrinas de los niños.

Le costó mucho recuperarse de las operaciones y de los dolores. Le dijeron que tenía que operarse nuevamente de la columna, pero quería volver a su casa y estar un tiempo con sus hijos. Pero volvió a viajar en setiembre y se operó nuevamente. Le hicieron una ablación y una vertebroplastia. En criollo: le metían agujas en las vértebras y quemaban o frizaban el tumor. Luego le sellaban el hueso; todo lo que el cáncer había comido, se lo sellaron. Comparada con la de julio, está operación “era una pavada”, pero salió mal: apareció una lesión en la médula, un coágulo y se despertó en CTI. “Me habían pinchado a la altura de la T6, de la mitad del tórax para abajo, o sea, no sabían muy bien cómo iban a responder mis piernas. Era una lesión en la médula que podía dejarme paralítica. Por suerte, todo salió dentro de todo bien; tengo una sensibilidad muy reducida, tengo la pierna siempre como dormida, pero, nada, fue una tontería, lo que podía haber sido fue una... Nada, salió todo… Bien; la saqué regalada”, afirmó.

Desde el primer momento en el que le nombraron su enfermedad, el 1° de marzo, reconoció que era un tema que, en cuerpo, la excede. “Yo con esto no puedo hacer nada; ya estoy enferma. Soy muy devota de Dios, sobre todo de María, de la Inmaculada Madre del Divino Corazón Eucarístico de Jesús. Me regalaron una estampita que decía algo divino: ‘ya se han agotado mis recursos humanos y ahora solo me queda volcarme a tu infinita misericordia’. Esa estampita la acompañó en cada resonancia. La agarraba, la leía y la leía. Me aferré un montón a esa Virgen y le decía: ‘ya estoy en tus manos, yo no puedo hacer nada. Lo único que prometo es ponerle actitud y buena onda a esto”, contó.

En la primera operación en Estados Unidos tenía la estampita en la mano, pero la anestesista se la sacó cuando entró al bloc y nunca más se la dieron. “Cuando estaba por entrar mi madre lloraba, mi esposo lloraba, mi amiga lloraba; todos llorábamos, pero yo estaba tan segura de que iba a salir bien, tan segura, que nunca me pasó nada. Le dije a José: ‘vas a ver que esto va a ser una papa’”, recordó.

Ya para la segunda operación, sin estampita, Ana se sintió desnuda, desprotegida y nerviosa. La ablación salió mal y ahora habían cuatro opciones de tratamiento. La primera, una quimio oral, que respondía muy bien a su tumor no pudo ser, porque tenía el riesgo de producir más sangrado en la médula, un riesgo, que podría dejarla sin caminar o algo así. Como había más opciones de tratamiento, le hicieron la quimio tradicional, bastante más agresiva.

En esos días le preguntaron cómo estaba: “sabes qué ahora entiendo todo. Esto fue obra de Dios. Siento una paz que no puedo explicar. Siento que Dios está guiando el tratamiento a través de los médicos. Por algo tuve que aprender a caminar de nuevo. La quimio oral no es el tratamiento”.

A partir de ahí todo fue progresión, progresión, progresión, progresión. Ahora va en la quinta quimio, aunque no está haciendo efecto deseado y por eso van a cambiar el tratamiento, pero dentro de todo está bien y los dolores se calmaron un poco. En este tiempo se aferró a su fe en Dios, paró de pensar en los por qué del asunto y se enfocó en sacar lo bueno de la situación.

Tiene días buenos y días en los que no sale de la cama. Sus amigas le hicieron cascos de gel frío para no perder el pelo, se turnan para que nunca esté sola y para que su esposo pueda acompañar a sus hijos.

“La enfermedad no es un drama, nunca la viví como un drama; vino a enseñarme a ser mejor persona, a disfrutar los pequeños momentos, a disfrutar a mis hijos, sobre todo. Yo era una persona que trabajaba mucho, que vivía muy como loca, que llegaba a casa y estaba estresada”, contó.

Escuchó una charla motivacional de Víctor Cúpera quien dijo una cosa que le quedó grabada: “cuando a la gallina le cortás la cabeza sigue corriendo”. “A veces vamos por la vida así: corriendo, pero nuestra cabeza está en otro lado. Es aprender a valorar lo chiquito. El cuento de las buenas noches pasó de ser un simple momento, a ser el mejor momento del día. El otro día los veía jugando a las escondidas entre los tres. Veía su risa y su complicidad. Son momentos en que pensaba: ¡qué feliz que soy!, qué agradecida tengo que estar, qué dichosa soy con todo lo que tengo: una familia divina que me emociona, tengo una casa y tengo unas amigas espectaculares”, expresó.

Recomendó no esperar a que la vida nos cachetee para valorar lo que de verdad importa. Ella empezó a hacer las cosas para las que nunca tuvo tiempo: cerámica, lee un montón, empezó costura y otras cosas que la llenan. “Ha sido una enfermedad transformadora”, aseguró.

No le gustaría volver a la Navidad pasada, porque es mucho más feliz ahora de lo que era antes porque aprendió a valorar lo pequeño, las cosas que no son materiales. “La quincena en la playa no te hace más o menos feliz. No necesito irme de vacaciones para ser feliz. Aprendí a valorar los pequeños momentos”, aseguró.

Calendario. El calendario de adviento lo realizó para que el día de mañana sus hijos tengan recuerdos a los que aferrarse, porque es consciente que su futuro es incierto. “Si el día de mañana yo no estoy, ojalá que sí, que tengan cosas con las que recordarme con una sonrisa; quiero crearles recuerdos”, expresó.

Todo surgió una noche que estaba desvelada. Ese día había estado hablando de su abuela, recordándola, porque era de esas abuelas que marcan a fuego a los nietos. Ella se encargó de que sus recuerdos de Navidad fueran maravillosos. Ese día se le ocurrió hacer el calendario, primero, para sus hijos. Después, para sus sobrinos. Luego, para los hijos de sus amigos que tanto la han ayudado. Y, finalmente, lo hicieron para las parroquias y para regalar en el barrio.

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“Nunca lo hubiera logrado sin la ayuda de mis amigas que se iban uniendo, familias, primas, que se iban enterando de lo que estábamos haciendo. Todos los días alguien nuevo se incorporaba a este proyecto. Terminamos siendo como 30 personas en casa cortando, pegando, escribiendo, haciendo un montón de cosas. Sin la ayuda de ellas yo no podría haber hecho nada de esto. Se nos ocurrió hacerlo digital y a veces me impresiona la magnitud que tomó todo esto”, explicó.

También es una forma de dejarles valores a sus hijos. Una de las actividades del calendario es realizar una buena acción para alguien más. Ese día hicieron galletas para regalar. También se les ocurrió ir al hogar de ancianos con una torta y un refresco, y eso no se lo van a olvidar nunca.

“Es tratar de fomentarles que soy valiente, que somos gente, que son pequeñas cosas las que valen la pena”, cerró.

Es Licenciada en Comunicación, egresada de la Universidad ORT en 2017. Trabaja en Rurales El País, sección a la que ingresó en agosto de 2020. Antes fue periodista agropecuaria en El Observador y productora en el programa radial Valor Agregado, de radio Carve. Escribe artículos para la revista de la Asociación Rural y se desempeña como productora del programada #HablemosdeAgro, que se emite los domingos en Canal 10.

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