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Federico Ventura: la máquina humana de Estación Ortiz que esquiló 50.870 ovejas en 188 días

Volvió de España tras una zafra récord: 188 días y 50.870 ovejas esquiladas en una rutina tan extrema como silenciosa

 Federico Ventura volvió de España tras una zafra récord: 188 días y 50.870 ovejas esquiladas en una rutina tan extrema como silenciosa.

En seis meses y doce días de zafra en España, Federico Ventura —oriundo de Estación Ortiz, Lavalleja— esquiló 50.870 ovejas. Un promedio de 270 por día, una cifra que lo convierte, en la práctica, en una máquina de esquila humana, de esas que trabajan al límite de la resistencia física. A sus treinta y pocos años, Federico es parte de la empresa Montaña del León, donde integra un equipo de más de cuarenta uruguayos que cada temporada se abre camino en los galpones de Zamora, haciendo un trabajo que en España casi nadie quiere hacer.

Por estos días, mientras el viento de octubre todavía arrastra los últimos fríos en Lavalleja, Federico Ventura volvió a amoldarse al ritmo del hogar. Volvió al mate de la mañana, a la familiaridad de Ortíz, a la rutina en la que se crió. Recién desembarcado de una temporada extenuante en España —seis meses y doce días, para ser exactos— recupera de a poco las horas de sueño que allá se le escapaban entre viajes, galpones, ovejas y peines.

Federico tiene apenas treinta y pocos años, pero carga con casi dos décadas de oficio. “Arranqué a los quince”, dijo, como quien habla de una escuela de la vida. Fue Walter Cruz, encargado de la máquina de esquila N° 31, quien le dio su primera oportunidad. Desde entonces, no dejó más.

Federico tiene apenas treinta y pocos años, pero carga con casi dos décadas de oficio.

Su primera zafra en Uruguay casi lo hace abandonar. “No sabía si iba a seguir o no”, recordó. Le pesaba el ritmo, el cansancio diario, esa intensidad que solamente quienes se calzan la pechera y se sientan frente a un vellón conocen. Pero a los 20 años, cuando la experiencia todavía era poca, apareció un nuevo horizonte: España.

Lo llevó “Carlitos” Silveira, un uruguayo que trabajaba en el sur ibérico. Federico aceptó. Se subió al avión sin saber que ese viaje marcaría su carrera para siempre. “Me fue bastante bien; me hice conocer”, contó. Con el tiempo fue cambiando de empresas hasta llegar a Montaña del León, donde trabaja desde hace seis años.

Este 2025 fue especial: estuvo seis meses y doce días sin parar, con 188 días de trabajo efectivo y un total formidable: 50.870 ovejas esquiladas. Un promedio de 270 por día. “Una locura”, admitió entre risas tímidas.

Zamora: tierra de ovejas

Su temporada transcurrió en Zamora, un territorio de tradición ovejera en el noroeste español. Allí las majadas son grandes, diversas, y el trabajo no se parece demasiado al que hacen los esquiladores en Uruguay.

En España no se duerme en el campo ni se arman ranchos. “Allá no es como acá”, explicó. “No estás alquilado ni quedás en el establecimiento. Vas y venís todos los días al hotel”.

Los traslados son largos. A veces, dos horas o más por jornada. A las cinco de la mañana ya están saliendo en camioneta, con la vianda pronta y los ojos todavía entreabiertos. A las siete y media arranca el trabajo, pero no hay hora fija de terminar: puede ser a las cinco de la tarde… o a las nueve de la noche.

En el galpón, el equipo se multiplica. “Somos como cuarenta uruguayos”, dijo. También hay argentinos y españoles, pero la mano de obra criolla es mayoría. Y es buscada. “Allá no hay gente que haga este trabajo. Hay demasiadas ovejas, y no hay quien esquile. Por eso nos llevan”.

Adaptación, cansancio y el oficio que cura

Los primeros años fueron duros. “Cuesta mucho adaptarse”, recordó. El ritmo, el clima, las ovejas jamonas y de otras cruzas que no responden igual que las de casa. El cuerpo se resiente, la espalda protesta, los brazos llegan al límite. Luego, con el tiempo, la técnica se afina y la tarea se hace más fluida. Pero el cansancio nunca desaparece: se administra.

“Hay días que terminás temprano y podés descansar. Otros no tenés tiempo ni de pensar que estás allá. Es palo y palo”, resumió.

Los días libres —pocos— se usan para dormir. “No te da para conocer nada”, confesó. Su experiencia europea no tiene postales turísticas: tiene peines, vellones y la satisfacción íntima de hacer bien un trabajo exigente.

Federico describió la rutina como si fuera una coreografía: Hablar con el encargado la tarde anterior; saber a qué hora salir y cuánto se viaja; preparar la comida; llegar al predio, armar corrales, tensar lonas, revisar máquinas; y esquilar. Esquilar mucho.

“Le damos hasta que se termina”, dijo. Un día tras otro. Ciento ochenta y ocho veces este año.

El pago en España es claro y directo: 1 euro por cada oveja esquilada. Es decir, en una jornada fuerte puede hacerse 250, 270 o 300 euros. Pero también hay días de lluvia o de problemas de campo en los que no se trabaja nada. Y lo más importante: los esquiladores deben costearse absolutamente todo:pasajes, alojamiento, comida, traslados locales.

“Vos lo dividís y no siempre queda tanto”, reconoció. El ingreso es bueno cuando hay continuidad, pero los riesgos y la inversión inicial también pesan.

El 90% del trabajo se hace en ovejas lecheras, es decir, animales que tienen una cantidad de lana prácticamente insignificante, porque es más bien pelo, similar a la de las cabras. De hecho, gran parte de la misma no se utiliza con fines comerciales (se la descarta).

En España hay fincas –establecimientos rurales– que tienen de 200 a 3.000 ovejas de ordeñe.

Los trabajadores viajan con sus herramientas, como tijeras, peines y cortantes.

Certificación, visas y la profesionalización del esquilador uruguayo

Los uruguayos viajan con certificación de esquila, un aval técnico que allá no es común. “Eso nos valora más”, explicó. También viajan con visa de trabajo por nueve meses, lo que les da estabilidad y formalidad.

El nivel técnico uruguayo —producto de décadas de profesionalización y del sistema Tally-Hi adoptado por el país— es reconocido en todo el mundo. Y eso se paga: en España la remuneración suele ser mejor que en Uruguay, aunque la variabilidad del clima también juega.

“Si llueve, estás parado dos o tres días”, dijo. Pero el rendimiento final depende de la velocidad, la prolijidad y la continuidad del trabajo.

El nivel técnico uruguayo —producto de décadas de profesionalización y del sistema Tally-Hi adoptado por el país— es reconocido en todo el mundo

Volver: lo que la distancia enseña

Federico regresó el 29 de octubre. Aún no cumplió un mes en casa. “Extrañaba la costumbre”, dijo: el mate, la familia, el ritmo del campo uruguayo. Vive con su madre, sus abuelos y su hermano. En Uruguay continúa esquilando el resto del año con Walter Cruz y en otra empresa, en donde trabaja de noche.

Le gusta volver, acomodarse y recuperar ese cotidiano que allá se evapora entre viajes y galpones.

Cuando se le pregunta por historias, Federico se ríe. “Anécdotas hay muchísimas”, dijo, pero la mayoría se pierden en el cansancio. La vida en España transcurre entre ovejas y kilómetros, sin pausas para escribir ni para mirar alrededor.

“Allá no se descansa”, repitió. La rutina es tan intensa que las vivencias quedan archivadas en la memoria, mezcladas con traslados, corrales y miles de vellones.

Aun así, hay algo que sostiene todo: la camaradería uruguaya, los peines afilados, la técnica que iguala y mejora. “Los métodos de esquila son los mismos. Lo que cambia es el entorno”, aseguró.

Federico Ventura, con treinta y pocos años y más de 50.000 ovejas esquiladas en una sola temporada, encarna la historia de tantos jóvenes rurales que encontraron en la esquila una profesión, una puerta al mundo y una forma de vida. Una vida dura, itinerante, exigente… pero profundamente propia.

Licenciada en Comunicación por la Universidad ORT (2017) y máster en Dirección de Comunicación Corporativa (2024). Desde agosto de 2020 forma parte del equipo de Rurales El País. Actualmente colabora con la revista de la Asociación Rural y produce el programa #HablemosdeAgro, que se emite los domingos por Canal 10. Además, acompaña a empresas del sector agropecuario en el diseño y la implementación de sus estrategias de comunicación. Anteriormente trabajó como periodista agropecuaria en El Observador y fue productora del programa radial Valor Agregado, en radio Carve.

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