Publicidad

El proyecto de veterinario que terminó siendo cura

A sus 34 años Juan Andrés “Gordo” Verde tiene una historia larga, pero que vale la pena conocer

Gordo Verde.jpeg
A sus 34 años Juan Andrés “Gordo” Verde tiene una historia larga, pero que vale la pena conocer

Le pregunté si le podía decir “gordo” y me dijo que obvio. Le pregunté si estaba movida la “zafra” y se río, pero me dijo que sí. Le pedí que se presentara como si no lo conociera de ningún lado, suspiró y me explicó que era una pregunta muy amplia. Pero lo hizo. El entrevistado de este último domingo de 2023 se llama Juan Andrés María Verde Gaudiano, es el segundo de cuatro hermanos, es uruguayo a muerte, sacerdote, fanático del campo, también le gusta mucho el rugby y vive la vida poniendo en el tapete a los valores que lo hacen crecer como persona. Siempre quiso ser veterinario y nunca se imaginó ser sacerdote. De hecho, confesó que nunca fue una persona de una fe intachable. Era un joven que lo tenía todo para ser feliz pero aún así se sentía vacío. Pretendió sabotear su llamado al sacerdocio estudiando recursos humanos y relaciones laborales, pero ya sabemos como termina la historia. Acá una parte de ella.

Juan Andrés, el “gordo”, Verde contó a Rurales El País la historia de cómo pasó de querer ser veterinario a convertirse en sacerdote debido a una experiencia misionera. Habló de su amor por el campo, el rugby y la importancia de vivir la vida con valores. Destacó la importancia de la fe y la búsqueda de la felicidad. También mencionó la necesidad de impartir valores como la solidaridad en su vida diaria.

El sacerdote campero expresó también su gratitud por la generosidad de Dios y su compromiso en el sacerdocio para ayudar a los demás. Busca que las personas encuentren dignidad como seres humanos y conozcan a Dios a través de Jesús. Terminó la entrevista con un mensaje de autocrítica y esperanza para el futuro.

Actualmente vive en el barrio Santa Eugenia, en la capilla de Santa Eugenia. Fue al colegio Monte VI, después pasó por el colegio Pío y terminó en el Juan XXIII.

Confesó que, a sus 30 y pocos años, tiene una historia larga, pero no me importó y le pedí que me la contara. Y arrancó: “siempre quise ser veterinario y, de hecho, nunca me imaginé ser sacerdote. Luego de mi paso con el Juan XXIII, empecé a experimentar el llamado. Yo estaba de novio todavía y luego de una experiencia misionera en el Paiva, terminé por tomar la decisión de entrar al Seminario”.

Sus padres viven en el campo. Él y sus hermanos se criaron en Montevideo, pero siempre le gustó el campo, los caballos y los animales en general.

Continuo narrando: “fue un momento que sentí que lo tenía todo: una familia, un grupo de amigos espectacular, una novia increíble, me iba bien con el rugby; a los 20 años había jugado dos mundiales juveniles, sudamericanos, había viajado por un montón de países, había salido campeón con el Carrasco Polo más de una vez, el equipo con el cual siempre jugué. Pero me sentía vacío; tenía todo lo que me gustaba, todo lo que creía que necesitaba y aún así no me sentía pleno. Estaba lejos de sentirme realizado. Empecé a cuestionar la vida más en profundidad, incluso la fe”.

Aclaró que nunca fue una persona de una “fe intachable” o de un camino de fe muy marcado.

“En esta búsqueda me fui encontrando con un Dios que era alguien, con un Dios que me había escuchado mucho hablar en mi familia y en el colegio. Quise escapar al hecho de ser sacerdote y empecé a hacer recursos humanos y relaciones laborales, como diciendo, bueno, capaz que puedo servir y ayudar sin ser sacerdote, pero no sería así”.

En el Paiva descubrió que ese Dios que tanto había escuchado hablar, dejó de ser algo para ser alguien; ya no le hablaba a una pared, ya no le hablaba a algo desconocido, sino a alguien que lo conocía, que lo entendía, que lo quería, y que quería que sea feliz, y eso también fue un antes y un después.

Valores. En el camino se ha identificado y ha encontrado un montón de valores.

“Son muchos los valores que uno puede mamar, no solamente en la familia; por ahí se desprende la solidaridad, el vivir la vida entregándote y no guardándote para vos. Encuentro más alegría en el dar que en el recibir. Cuando uno lo vive con fe es impresionante. Me gusta decir ‘que sean más los pasos que la bosteadas’”.

“Me gusta mucho esta frase de Mamerto Menapace que dice que ‘de hasta de un bostazo de vaca también salen lindas flores’. Yo me animo a compararme con un bostazo de vaca; no sé si diría que han salido lindas flores, pero si hubiera alguna flor linda que haya salido estoy seguro que fue de Dios, porque por mi estilo, por mi forma, por mi carácter, por mi temperamento no siempre voy a tapar flores, pero siento que Dios conmigo ha sido muy generoso en haberme confiado en cosas, en haberme llamado al sacerdocio en confiar en él para otras cosas tan valiosas y entonces a veces también me siento como con una responsabilidad que me supera arduamente”, contó.

Como cura, se define como un empleado de Dios y asegura que se siente muy feliz de poder aportar un granito de arena a la sociedad, buscando no solamente encuentros, sino tratando de que la gente viva con mayor dignidad como seres humanos y también con el deseo de que puedan conocer a este Dios en la persona de Jesús, que a él le cambió la vida por completo.

“Vivo el sacerdocio de esta manera, buscando que otros puedan conocer a este Dios que tanto nos ama, que nos crió y que dio su vida por nosotros, que quiere que seamos felices, que cuando nos encontramos con él, en definitiva, siga teniendo un sabor, un sentido mucho más profundo y una esperanza que yo no la he encontrado en esta vida en ninguna otra cosa, persona o realidad”, señaló el “gordo” Verde.

Cerró, como no podía ser de otra manera, con una anécdota. Contó que un día venía recorriendo a caballo un campo en Lavalleja con un gurí, hijo del peón de la estancia. En un momento trató de cerrar una portera con la yegua, pero no pudo. El gurí no le dijo nada, pero el gordo, en los nervios, le dijo que esa yegua no sabía cerrar la portera, a lo que el gurisito le respondió: “disculpe, pero la culpa no es de la yegua, sino del que la maneja”.

Y reflexionó: “cuando a veces nos pasan las cosas, tendemos a echarle la culpa a otros. No siempre tenemos esta capacidad de hacer una autocrítica. Creo que ese gurisito y esa yegua nos dieron un lindo mensaje de decir que la solución no siempre está en quitarnos la culpa, disculparnos o alejarnos de la culpa, sino en buscar descubrir en qué cosas concretas podemos mejorar haciendo una autocrítica sin miedo a descubrir que nos podemos equivocar, porque somos humanos. Y creo que cuando uno es capaz de hacer una autocrítica, puede lograr llegar a las raíces de los problemas y entonces de ahí encontrar las mejores soluciones. Lo primero que quiero dejar es el deseo de poder tomarnos algún minutito para mirar hacia adentro, de corazón, con un corazón agradecido por el hecho de estar acá, de estar vivos, por el hecho de haber podido vivir un año más y pedirle a Dios que nos regale la gracia de poder recibir el próximo año con un corazón agradecido y puesto, lleno de esperanza en lo que vendrá”, cerró.

Licenciada en Comunicación por la Universidad ORT (2017) y máster en Dirección de Comunicación Corporativa (2024). Desde agosto de 2020 forma parte del equipo de Rurales El País. Actualmente colabora con la revista de la Asociación Rural y produce el programa #HablemosdeAgro, que se emite los domingos por Canal 10. Además, acompaña a empresas del sector agropecuario en el diseño y la implementación de sus estrategias de comunicación. Anteriormente trabajó como periodista agropecuaria en El Observador y fue productora del programa radial Valor Agregado, en radio Carve.

Publicidad

Publicidad