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El horno de Paula: la panadera rural que deja su pan entre porteras y alambrados

Con un horno a gas, recetas heredadas y el empuje de su comunidad rural, Paula Aquino creó una panadería sobre ruedas que alimenta a vecinos, madres y peones entre cañadas y caminos de tierra

Paula Aquino no tiene un local físico, ni una vitrina, ni horario comercial. Su forma de vender es tan rústica como eficaz: carga el auto y reparte ella misma, portera a portera.
Pizza y pan casero en una portera.

A 40 kilómetros del centro de Treinta y Tres, en pleno corazón de la campaña uruguaya, una panadería florece entre gallinas, cañadas y caminos de tosca. Se llama El horno de Paula y su fundadora, Paula Aquino, hornea no solo panes, tortas y bizcochos, sino también confianza, vínculos vecinales y una forma de vida que se cuece a fuego lento, entre el trabajo rural y la crianza de un hijo que va a la escuelita número 78, en Camino Maria Albina.

Tiene 31 años y desde hace cuatro vive en el campo, acompañando a su marido, peón de estancia. “Me gusta la campaña”, dice sin vueltas. No lo explica con romanticismos, sino desde la práctica cotidiana: la quinta, las gallinas, llevar al hijo a la escuela, ayudar con las tareas del campo. Y ahora, hornear. Todo eso forma parte del mismo tejido vital.

De herencia y coraje

Paula no estudió panadería, pero aprendió desde que tenía nueve años. Su padre es panadero, y también lo son sus hermanos, tíos y primos. “Vengo de familia panadera, por parte de mi padre. Siempre me gustó aprender. Me gusta más la repostería, las tortas, pero hago de todo”, cuenta. Durante años pensó en montar su propia panadería. Incluso llegó a comprar maquinaria, pero no se animaba a dar el paso.

Ese paso, como en tantas historias de mujeres emprendedoras, llegó con un empujón de la comunidad. Primero en la escuela rural, cuando llevó unas pizzas y varias madres le preguntaron si no vendía. Después, en un cumpleaños del patrón, donde preparó todo el servicio: pan casero, galletas, bizcochos. “Ahí me empezaron a preguntar si era yo la que había hecho todo eso. Me dijeron que tenía que poner una panadería. Me costó, pero empecé a comprar las cositas que me faltaban y me largué”, recuerda. Eso fue hace apenas un mes y medio.

Paula Aquino tiene 31 años y desde hace cuatro vive en el campo, acompañando a su marido, peón de estancia
Paula Aquino y su horno.

Pan a domicilio… de campo

Paula no tiene un local físico, ni una vitrina, ni horario comercial. Su forma de vender es tan rústica como eficaz: carga el auto y reparte ella misma, portera a portera. El recorrido es de 11 kilómetros por tramo, que repite varias veces al día, llegando a sumar 44 kilómetros diarios. Mientras lleva a su hijo a la escuela o aprovecha alguna salida, deja los encargues a los vecinos que previamente le escriben o la llaman por WhatsApp.

El boca a boca funcionó como red de expansión. “Hice un folleto y lo mandé por WhatsApp, también lo compartí en el grupo de vecinos de la Ruta 19. Se fue corriendo la voz”, cuenta. Hoy, sus clientes son principalmente vecinos de la zona, madres y padres de la escuela, trabajadores rurales y hasta algún camionero que pasa por la zona, escucha el comentario y para a comprar bizcochos calientes.

El sistema es artesanal y, a veces, tiene fallas. “A veces hay muchos pedidos, los anoto todos, y me ha pasado que me olvido alguno. Me lo recuerdan en la escuela, y ahí me quiero morir”, dice entre risas. Lo mismo ocurre con el clima: si llueve demasiado y se corta una cañada, hay encargues que no se pueden entregar y galletas que se quedan sin destino.

Los productos que elabora El horno de Paula son parte de una tradición familiar. “Sigo las recetas de mi padre”, afirma. Hace galletas, pancitos, tortugas, bizcochos, postres y tortas de cumpleaños. Todo en horno eléctrico turbo, comprado con esfuerzo y funcionando a gas, porque el horno de leña todavía es un sueño pendiente.

Una vez al mes viaja a la ciudad para abastecerse de insumos, porque si se queda sin materia prima en medio de una tanda, no hay plan B. “Ese es uno de los desafíos más grandes: no quedarse sin productos, porque estamos lejos de todo”, dice. La ciudad más cercana, Treinta y Tres, está a más de 40 kilómetros.

A Paula le gusta todo del oficio: desde la elaboración hasta la entrega, el trato con los vecinos y la sonrisa cuando alguien le dice “qué rico que estaba el pan”. “Me gusta mucho el trato con la gente, ese servicio, me hace bien”, resume.

Hoy, su panadería rural es más que un emprendimiento económico. Es también una forma de afirmarse en un territorio donde las mujeres muchas veces están invisibilizadas o ligadas solo al rol de cuidadoras. Ella cría, cuida, ayuda en el campo, pero también hornea, factura y reparte. Lo hace con alegría, pero también con una claridad admirable sobre lo que quiere: “Mi objetivo es tener una panadería propia. Trabajar para mí. Eso me gustaría mucho”.

El sueño de El horno de Paula no termina en el pan. Junto a su patrón, están pensando en armar un kiosco de confianza al borde de la ruta: un autoservice rural donde los vecinos y viajeros puedan parar y levantar productos de la huerta, huevos, galletas, bizcochos. “Hay que confiar en la gente”, dice. “Acá los vecinos nos conocemos todos”.

Ese espíritu —el de la confianza mutua, la solidaridad entre porteras, el saber hacer que se hereda y se reinventa— es el que le da sentido a este horno que se encendió hace poco, pero que ya alimenta algo más que el cuerpo.

Paula no sabe si su hijo seguirá su camino, pero no lo descarta. Por ahora, ella sigue amasando sueños, entre gallinas y bizcochos, a bordo de un auto cargado de pan caliente y esperanza.

Licenciada en Comunicación por la Universidad ORT (2017) y máster en Dirección de Comunicación Corporativa (2024). Desde agosto de 2020 forma parte del equipo de Rurales El País. Actualmente colabora con la revista de la Asociación Rural y produce el programa #HablemosdeAgro, que se emite los domingos por Canal 10. Además, acompaña a empresas del sector agropecuario en el diseño y la implementación de sus estrategias de comunicación. Anteriormente trabajó como periodista agropecuaria en El Observador y fue productora del programa radial Valor Agregado, en radio Carve.

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