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Historias de cada noche para educar entre fantasías y sueños...

Tuve por costumbre y hasta no hace mucho tiempo contarles cuentos a mis hijos antes de dormir.

Bastante estricta como siempre, la consigna era que había cuento si estaban metidos en las camas antes de las 9.

 

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Milagros Herrera.

Al principio les leía, pero caía en la trampa del “uno más mamá”, también me fui dando cuenta que  podía ser una buena herramienta para enseñarles cosas que seguramente en la escuela nunca les iban a enseñar y que para mi tenían mucho valor.

Con el tiempo encontré una fórmula ¡que funcionó a la maravilla!

Ellos mismos eran los protagonistas, aunque eran más grandes en el cuento, cada cuento era en un lugar distinto del país, o de la región y muchas veces participaban personas que conocíamos, o que podían llegar a conocer  o incluso que yo conocí alguna vez y ya no estaba.

El cuento siempre empezaba de la misma manera, sonaba el teléfono en campaña, alguien atendía y pedían por Clara y Diego.

Quien llamaba les pedía ayuda en alguna situación difícil, porque en mi cuento eran mentados camperos.

Ellos accedían a ayudar y a la madrugada siguiente cargaban sus caballos en un trailer, su perro que debía su existencia a un cuento anterior, y ante mis recomendaciones de que se cuidaran que llevaran abrigo y muchas cosas más simulando la voz de madre pesada y ya entrada en años, partían.

Cada noche era una aventura distinta, ganado que desaparecía misteriosamente, potros indomables, extrañas luces malas o largas tropas.

Estas últimas siempre eran las favoritas. Supongo que porque es uno de los sueños de cualquier gurí que guste del campo (el mío incluido). Sentirse grande, responsable del rol que toque dentro de la tropa, de su caballo y sus cosas, dormir a la intemperie y los mil sucesos que pueden ocurrir.

Muchas veces su tropa era tan grande como la que relata el Prof. Jesús E Perdomo cuando cuenta:

“Allá atrás, sobre el ultimo de los altos médanos, se recorta una hilera de jinetes, una veintena de figuras a caballo, con los ponchos claros y, al medio, dos altas figuras de negro: son dos Padres Jesuitas y sus peones, indios Tapes de trece pueblos de las Misiones, que hay viajado cientos de leguas, hasta bajar a ésta “Vaquería del mar de los Castillos”, en busca de ganado vacuno para arrear al norte y repoblar sus Estancias Misioneras.

Los dos Jesuitas y sus capataces de confianza han venido hasta el fondo mismo de la “bolsa” de la vaquería, aquí en Balizas, para hacer un reconocimiento de vista y planificar la “recoluta” de ganados que se llevarán después a las Misiones.

Pero, esta “recoluta” tendrá que ser gigantesca, nunca vista antes ni en América, ni en el mundo...

Solo ellos conocían y aprovechaban, año a año, esa arma secreta “mina de vacaje”.

Pero, ahora, los portugueses acaban de fundar la “Colonia Do Sacramento” (1680), empezaron a frecuentar estas recónditas costas y… descubrieron la secreta “mina” mala, ¡pésima noticia para los Curas Jesuitas”!

Año del Señor de 1705… Los Padres han decidido realizar una “recoluta” moustrosa, la última y definitiva, en esta “Vaquería  de la Mar de los Castillos”, como la llaman en sus documentos.

Con la gigantesca tropa que arrearán masivamente, poblarán las Estancias particulares de cada Pueblo, San Miguel, Yapeyú etc.

Y con el ganado sobrante crearán una Estancia- Vaquería Común, la de “Pinares, en territorio-ahora de Brasil.

Para esto han bajado hasta Balizas.

Son delegaciones troperas de 13 Pueblos de Misiones, unos mil indios Tapes en total, al mando de dos curas, que arrancarán su faena “peinando” ganado desde estos campos recostados al Mar y al Arroyo, para después ir subiendo rumbo a las escondidas rinconadas de la “India Muerta” y del “Cebollatí”.

Solamente estos habilidosos Padres Jesuitas pueden planificar semejante colosal tropeada: sólo sus increíbles jinetes Tapes, maestros de los futuros gauchos, pueden conseguir ejecutarla.

¡Y lo hicieron! La suma de ganado que arrearon, da vértigo…! 420 mil cabezas de ganado ¡De acuerdo a documentos recientemente descubiertos, ¡420.000!

Volviendo a la tropa de mi cuento el destino de la tropa era La tablada nacional y allí es a través de los relatos de Xosé de Enríquez que les describo como era:

En el ya lejano año de 1878 fueron inaugurados los Corrales de Abasto en la Barra de Santa Lucía, hoy pueblo Santiago Vázquez; todo ese entorno que hace parte en la actualidad de una de las zonas del Montevideo rural en aquel entonces hervía de ganaderos, troperos, arrieros, jinetes, peones, pulperos, lavanderas… y la presencia determinante de las miles de reses que llegaban al lugar.

Aún no existía el magnífico puente que sería inaugurado en 1925. Para ese entonces, todas las actividades llevadas a cabo en el Abasto de Santa Lucía, paulatinamente se habían ido desplazando a la zona de La Tablada, hasta que en el año veintinueve se eliminaron por completo los Corrales de la Barra, quedando sus muros y mangas de piedra y palo a pique como mudos testigos de un tiempo de bonanza, alimentando en silencio las fantasías de los niños y los sueños de las parejas que pasearían por el parque “Segunda República Española”.

Geográficamente, La Tablada Nacional, que fue durante décadas un hormigueo constante de gentes y animales, seguía haciendo parte de un radio cuyos ejes eran la llamada Ruta 1 vieja y el legendario Camino de las Tropas. Pero lo cierto es, que en toda una vasta región que abarcaba las zonas limítrofes de Montevideo –con San José y Canelones–, y buena parte de los mencionados departamentos, se podía aplicar aquello de que “todos los caminos conducen a La Tablada”.

En nuestro relato los caballos merecían un capítulo especial, es el magnífico cuento de Fernan Silva Valdés llamado “Los dos petisos”, quien me colabora con mi imaginación.

Aquel cuento relata sobre una tropa que realizan por primera vez dos hermanos en sus dos petisos,

Un petiso rápido y nervioso y el otro manso y resistente. A la ida en la tropa el hermano del petiso rápido y nervioso compadreaba ante su hermano, pero a la vuelta tuvo que volver enancado justamente en el otro petiso por que el suyo se cansó de tanto correr. Dejando como moraleja “La virtud, en los hombres, como en los animales, como en las cosas, no se dan todas juntas, sino, más bien, repartidas. Confórmese cada cual con su petiso, y piensen que los dos son buenos, cada uno en su cancha.”

Ya casi llegando al final de mi historia remataba el cuento con “y justo cuando estaban llegando…” para saber lo que sucedía había que dormirse y al día siguiente acostarse antes de las 9, cuando todo volvía a empezar. O en este caso esperar al domingo que viene.

Pablo Mestre
Pablo Mestre

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