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Lanas ultrafinas son una realidad

Consorcio mostró en 20 años el camino de la diferenciación para un producto de elite.

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Merino. Se desarrolló genética de elite y se demostró que la oveja en el basalto es muy rentable.

Pablo Antúnez

La producción de lanas Merino ultra finas sigue avanzando y Uruguay no tiene nada que envidiarle a Australia y Nueva Zelanda. Incluso intenta despegarse, presentando al mundo un producto diferenciado de mayor valor, con certificación de procesos, que hoy atrapa a los consumidores más exigentes y adinerados.

La oveja es rentable. Tomando en cuenta los últimos cinco años, dos ovejas por hectárea pagan la renta de la ganadería extensiva. La cuenta es fácil e incuestionable: son 3,5 kilos de lanas ultra finas de alto valor por animal (7 kilos por hectárea) y esas lanas valen entre US$ 10 y US$ 12 por kilo. No se está tomando en cuenta, ni el cordero producido, ni el descarte de las ovejas viejas.

Esta realidad fue posible gracias al trabajo de 20 años del Consorcio Regional de Innovación de Lanas Ultrafinas (Crilu), pero lo más importante, es que la genética desarrollada es para todos los productores, sin importar tamaño. La lana representa el 1,2% del consumo mundial de fibras, es un producto de nicho de mercado, es versátil y se adapta al segmento de la vestimenta y otras opciones.

En el caso de las producidas por el Crilu, “son lanas de alta calidad para el segmento de la vestimenta. Están en 16 micras y van hasta las 18 micras”, destacó el director nacional e investigador principal del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), Fabio Montossi a El País. INIA es titular del 50% del consorcio y el resto pertenece a la los productores (Sociedad Criadores de Merino Australiano).

El camino. “Cuando empezamos a trabajar en el consorcio, el gran objetivo era desarrollar una producción nacional para alinearnos con las tendencias del mercado, porque en ese momento el mercado mostraba que ese tipo de lanas (ultrafinas) iba a ser muy demandada. Eran livianas, adaptables a todo tipo de vestimenta, se adaptan bien al teñido, no producen efectos sobre la piel, etc.”, recordó Montossi.

Previo a esta iniciativa se desarrollaron los proyectos Merino Fase 1 y Fase 2. En la década del 90, el rubro ovino venía de un stock muy grande y cayendo. En aquel momento, un grupo de productores de Merino, junto a las instituciones, se pusieron a buscar qué alternativa productiva podría provocar que las empresas fueran rentables y fundamentalmente en la zona de basalto. “Buscábamos que los productores nos pudiéramos mantener con la oveja y de alguna forma, aportar dinero a la empresa”, recordó Alfredo Fross, presidente del Crilu a El País.

“Veinte años atrás, hablábamos de un Merino más fino, en el entorno de 20 micras (era medio fino) y fuimos transitando hasta llegar al de 18,5 micras que hoy es corriente. Luego que se llegó a esa etapa, que se desarrolló la genética, que se llegó a las herramientas para desarrollar la producción, diversos convenios con la industria y otros, se conformó el consorcio”, relató.

Hoy el consorcio es una apuesta público-privada, que agrupa a 42 productores que vienen con capital.

Luego de tener esa majada superfina y aumentarla, “se demostró que en Uruguay se podría tener una oveja productiva, con buena cantidad de lana, que estaban las corrientes comerciales y que la industria lanera demandaba el producto. Claramente los productores fueron optando por afinar y mejorar la calidad de sus lanas usando esa genética”, remarcó Fross.

Ventaja. Según la visión de este productor, una de las fortalezas del trabajo realizado por esta herramienta y la institucionalidad agropecuaria, fue que “se llegó a una genética ultra fina a cielo abierto, con valores genéticos, con una soberbia base de datos que la maneja el Secretariado Uruguayo de la Lana y el INIA. Ahí encontramos una cantidad importantísima de hembras, borregos y padres nacionales, que logran no solo bajar micronaje, sino aumentar el peso de vellón y peso del cuerpo”, explicó Fross.

Ningún productor en Uruguay estaba dispuesto a meterse en un proceso de afinamiento perdiendo con su oveja tamaño y cantidad de lana. “En todos estos años hemos ido ganando gramos de lana en los vellones y gramos en kilos de carne por animal. Es un gran logro haber llegado a esa oveja con esas características”, remarcó el presidente del Crilu.

Hoy hay predios de productores familiares con ovejas de 16 micras, con 50 kilos de peso, que señalan arriba del 80%, que dan más de cuatro kilos y medio de lana y que tienen colocación de producto a valores máximos en el país, llegándose a colocar su lana por encima de US$ 15 el kilo.

Pero hoy Uruguay va a más y busca agregar valor a esa genética y esas lanas, certificando procesos. “Comenzamos a transitar el camino de trabajar con un producto especial y aprender cómo se pueden tratar productos de alta calidad, con mayores exigencias y agregar valor mediante certificaciones”, admitió Fross.

Los consumidores que utilizan esas lanas de alto valor en sus vestimentas, pagan más por los atributos y la certificación de procesos. “Esos consumidores no sólo compran el producto por la calidad propia del producto, sino también por los valores que se agregan a esa calidad y ahora más luego de la pandemia del COVID-19”, dijo el director nacional de INIA.

Montossi definió esos valores: “esa lana debe ser producida con responsabilidad ética desde el punto de vista del cuidado de los animales, sinónimo de bienestar animal; deben respetar el medio ambiente (reducción de gases de efecto invernadero); respetar todo lo relacionado con la calidad del agua y la biodiversidad”. Y agregó: “cuando están esos elementos encima de la mesa, si tengo una pirámide de valor, la base es excelente, porque tengo una lana de altísimo potencial, que es requerida por consumidores que están dispuestos a pagar por ese producto diferenciado”.

Investigación. Todavía hay mucho para crecer. “Desde el punto de vista genético, vamos a seguir tratando de afinar la lana, ya no con tanto énfasis como en el pasado, pero cuidando las características de la producción de carne, lana y todos los conceptos vinculados también a resistencia a enfermedades”, explico Montossi.

Ya se mide eficiencia de conversión, no sólo en el Merino Australiano, sino también en otras tres razas y “se están desarrollando datos de Diferencia Esperada de Progrenie (Deps) para eficiencia de conversión”, destacó el investigador.

¿Qué ventaja tiene? Una es económica, porque ese animal necesita consumir menos para producir más. El 70% del costo de producción es la alimentación y esa eficiencia de conversión, tiene un impacto derecho en la economía del productor.

“El segundo elemento, es que está comprobado que esos animales que son más eficientes en convertir el alimento en producto carne o lana. A su vez, emiten menos metano y eso también se está midiendo. Eso se hace en INIA Tacuarembó y en la Unidad Experimental de “La Magnolia” y el responsable del proyecto es Ignacio De Barbieri”, destacó Montossi. En ese sentido agregó que “estamos sin nada que envidiarle a Australia, Nueva Zelanda o algunos países europeos que están liderando estas líneas de trabajo”.

Otra línea de investigación se relaciona con la eficiencia reproductiva, con temas de genética, alimentación y manejo. “Esa es otra área bastante importante y de hecho, hay una integrante que es Zuly Ramos que está en la Universidad de Massey haciendo su doctorado, usando la información generada en INIA Glencoe, donde está el núcleo genético ultrafino de INIA”, detalló Montossi.

Luego están todas las líneas vinculadas con el manejo de la biodiversidad del campo y la productividad del campo natural. “Está la inclusión de especies, como es el caso del INIA Basalto, una leguminosa nueva que se liberó. Son leguminosas que aportan nitrógeno de fijación simbióticas y ayudan al concepto de producción ambiental. La idea de estas leguminosas es complementar el campo natural, pero no sustituirlo. El 70% de los ovinos están ubicados en el basalto”, dijo el director nacional de INIA.

“Ciencia, tecnología y mercado se complementan”, según remarcó Montossi.

Pero hay otro aspecto importante para la diferenciación del producto que ya está incorporado y es la trazabilidad.

“El concepto de trazabilidad no es sólo poner una caravana a una oveja, es una discusión reducida pensar así. Para este nicho de mercado, la trazabilidad y la certificación juegan un papel fundamental. A su vez, la ciencia debe aportar por qué es un producto diferente al que van a tratar de colocar los australianos y los neocelandeses”, concluyó Montossi.

Pablo Mestre
Pablo Mestre

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