La empresa utiliza técnicas de cultivo para desarrollar un sustituto de la producción de carne tradicional.
Foto: Clarín.
En el país del bife resulta inimaginable que pueda fabricarse carne animal en un laboratorio, pero una empresa argentina ya lo logró. En pleno corazón de Caballito, el laboratorio Craveri desarrolló una carne cultivada que no es sintética ni vegetal. Es carne vacuna, solo que la empresa no necesitó criar a ninguna vaca.
La primera vez que este tipo de desarrollo se presentó al mundo fue hace seis años, cuando la firma holandesa Mosa Meat creó la primera hamburguesa de carne cultivada que valía 250.000 euros.
La carne cultivada del laboratorio Craveri tiene el aspecto de pequeños anillos del tamaño de una perla y, según informaron, para fabricar una hamburguesa de 100 gramos, se necesitan entre cuatro y cinco semanas de cultivo. Sin embargo, aún no están en esa etapa de desarrollo.
La empresa utiliza técnicas de cultivo para desarrollar un sustituto de la producción de carne tradicional.
Cuando en 2016 Juan Craveri, titular de la empresa, decidió incursionar en la carne cultivada, su laboratorio ya llevaba 20 años investigando la tecnología de cultivo para la multiplicación de células.
La inversión principal ya había sido desembolsada y ascendía a más de un millón de dólares. La planta ya estaba montada, por lo que para desarrollar la carne invirtió alrededor US$ 200.000. Así nació Bife, cuyas siglas significan Bioingeniería en la Fabricación de Elaborados. De las 320 personas que trabajan en el laboratorio, ocho se dedican al proyecto Bife.
Para comenzar el proceso de elaboración, se extraen muestras de animales de un campo en Atalaya. “Para el cultivo elegimos animales jóvenes, porque el potencial para dividirse y crecer de sus células es mayor”, explicó Diego Dominici, bioquímico miembro de Bife. La biopsia es extraída del músculo sóleo del animal y tiene alrededor de cinco milímetros.
Desde el laboratorio informaron que se trata de un procedimiento rápido, inofensivo y bajo anestesia. La muestra se traslada al laboratorio en un kit de transporte en un medio de cultivo. Una vez que llega, el primer paso es la disgregación mecánica en una cabina de bioseguridad, es decir, se aísla a las células satélites, que luego son transferidas a un medio que contiene nutrientes y factores de crecimiento que permiten proliferar a las células como lo harían en el interior de un animal.
La solución donde se reproducen es cambiada cada 48 horas. “Liberamos las células y las pasamos a ambientes controlados con estufas de cultivo para que aumenten en número. Simulamos un ambiente similar al cuerpo para que la célula piense que está en el cuerpo y se reproduzcan. Las células las combinamos con un gel de kitosano”, explicó Dominici.
Las células proliferan hasta obtenerse trillones de ellas. Estas células cultivadas se fusionan naturalmente hasta conformar estructuras que se llaman miotúbulos de 0,3 mm. Luego, esos miotúbulos se colocan en un soporte adecuado y, debido a su tendencia innata a contraerse, forman anillos. “Este anillo es carne”, expresó Dominici.