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Mujeres apasionadas por los caballos

Desde chicas disfrutan del placer de montar a caballo. Actitud y decisión son palabras que las identifican. Para Soledad Ferreira “los caballos son parte de mí y siento que soy parte de ellos”. Adriana Bonomi confesó que la emociona “el ruido de la tropilla al bajar de los cerros”. Según Olivia Strauch “cuando subo a un caballo me olvido de todo, me da una paz impresionante”. Y todas coincidieron con Milagros Herrera en que “es una pasión que se disfruta desde chicas, sea por placer, trabajando en el campo, entrenándolos, o en plena competencia”.

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Milagros Herrera.

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No sé cómo fue la primera vez… seguramente era tan chica que no logro recordar el momento, pero la sensación la repito una y cada una de las veces que subo a caballo.

Esa sensación de estar completa, estribar bolear la pierna, sentarse y salir en un trotón, ahí en ese instante es como si me pusieran una parte del cuerpo que me faltaba.

A partir de ese momento, libertad.

Todas las tareas de campo de a caballo son apasionantes, pero una en especial lo es aún más.

En casa cuando chica siempre se estiló domar en Semana Santa, y se destinaba algún tiempo a juntar, apartar y traer la potrada de distintos potreros para esperar al domador con ellos en la vuelta de las casas. Correr a toda velocidad a la par de los baguales no tiene comparación, parece que el espíritu todavía libre de esos potros se metiera adentro del cuerpo de uno.

Y se va aprendiendo a administrar esa adrenalina. Por ejemplo cuando hay que pasar por una portera, cuando hay que hablarles más que atropellarlos, aprender a leerlos en sus movimientos anticipándose a que disparen.

Este podría ser el relato de cualquier gurí de campo, pero la verdad que no es lo mismo. Ser mujer en campaña no es fácil, y ser mujer que le guste el caballo menos.

Una tiene que demostrar más, ganarse un derecho de piso que no existe.

Así, terminé un buen día decidida a pegarle el primer galope a un zaino grandote que habíamos traído para domar, y grandote fue el golpe que me pegó cuando metió la cabeza entre las manos y arrancó a bellaquear. Sentada en el piso, colorada de rabia y viéndolo disparar en un salto solo pensé que mi reputación había terminado en un sacudón. Pero para mi sorpresa lo importante a los ojos del capataz, peones y domador fue la actitud y la decisión.

Y una vez más el campo me enseñó algo para mi vida.

Actitud y decisión, son palabras que se repiten al dialogar con Soledad Ferreira, Adriana Bonomi y Olivia Strauch. Tres mujeres apasionadas por los caballos, que coincidieron que no se sintieron discriminadas por género en un medio tan asociado a los hombres.

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Soledad Ferreira:

“Son parte de mi”.

¿Qué sentís cuando subís a caballo?

Que es parte de uno, o que sos parte de él.

¿Qué es lo que más te gusta?

Entrenar, perfeccionar y corregir el caballo, el entrenamiento en sí. Para eso hay que entender al caballo, porque cada caballo es distinto, con su distinta “personalidad”, no es sólo el pelo lo distinto. Me encanta perfeccionar el caballo, porque después sirve para todo, para las pruebas y competencias o para trabajar en el campo, atajás una vaca y no tenés que andar peleando con el caballo. Corregir un caballo me apasiona.

No tanto la doma…

Es que nunca fui jineta de las que prueban aguantar si te corcovea un caballo, sé el peligro que es, sé que cuando te estás por caer te puede pegar una patada, soy consciente de esas cosas. Hice doma racional, traté de aprender porque de chica si querías hacerlo te decían que estabas loca poco menos. Entonces lo hice leyendo, con paciencia, subiendo a las yeguas mansas, tratando de aprender yo misma. Se puede.

¿Sentías que como mujer en campaña había cierta resistencia?

No era resistencia, pero por ejemplo para mi padre dedicarme a los caballos no era viable que pensara en domar un caballo. Recuerdo que mandaban a la feria de a caballo a mi hermano que no le gustaba nada el caballo y la que quería era yo, mi padre no me dejaba, pero no lo hacía de malo.

Yo siempre estuve entre hombres, al gustarme el campo, además en mi familia éramos 6 primos y yo la única mujer, estaba acostumbrada a andar entre hombres, fue natural entreverarme en las tareas de campo, nunca dudé, no di la opción, yo iba. Por eso nunca me sentí discriminada. Es más, siempre había un peón que me regalaba un lazo, un capataz que me regalaba un bozal, siempre me trataron bien.

¿Tuviste algún caballo preferido?

Una morita que tenía de chiquita, era “La Morita”, la yegua de Sole. Después tuve muchos entrenando, pero Mi Morita siempre fue la preferida.

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Adriana Bonomi:

“El ruido es especial”

¿Cómo nació tu vínculo con el caballo?

Creo que los que nos criamos en campaña, que la campaña era otra, cuando se salía una vez por mes al pueblo, cuando no tenías jardín de infantes, ni nada por el estilo, el vínculo con el caballo se da naturalmente. A cierta edad te suben a caballo, después empezás a ayudar en las tareas.

Me acuerdo que de chica había un domador que era enorme, llegaba el domador y para nosotros era un Dios, dejaba los caballos en el corral, y a la hora de la siesta yo me subía a todos y los probaba. Luego le decía: “este no me gusta porque trotea duro, aquel otro no por otra razón”. Me preguntaba ¿cómo sabés?, y le contestaba porque “los probé a todos”.

Además, a todos en mi familia les gustaba mucho el caballo. Siempre los tratamos bien. Siempre nos gustó el tipo deportivo. Cada uno tenía su caballo y cuando nos íbamos a estudiar a Montevideo nadie los tocaba. Los teníamos que cuidar porque eran los caballos con los que salíamos a trabajar cuando volvíamos. Era parte de nuestra vida. Trabajábamos a la par con mi padre. Vivíamos en la estancia y cuando llegaban las vacaciones no nos íbamos a la playa, veníamos acá. Imagínate cuando nos teníamos que ir, llorábamos amargamente y las despedidas con el caballo eran terribles.

¿Y el entrenamiento?

Con el tiempo, cuando trajeron los Cuarto de Milla, me entusiasmó mucho lo de entrenar, aprender a domar, a cuidar. Y ahí me di cuenta que realmente me apasiona el caballo. Es diferente a lo que significa la tradición de los caballos. Da trabajo formar gente con cursos para entrenar y tratar a los caballos en forma diferente.

Ya no andas a caballo, ¿cómo lo llevas?

Hace 5 años que no puedo andar a caballo . Lo extrañé muchísimo, yo trabajo acá y soy de la costumbre de salir a caballo de mañana y de tarde y el día que tuve que volver de a pie, porque ya no podía más del dolor en la cadera, dije no puedo andar más. Intenté, consulté médicos y me dijeron que no volviera a andar más a caballo. Fue difícil para mí, pero creo que pasé cosas peores y esas cosas me ayudaron a soportar la idea de no poder subir a un caballo nunca más. De decir: ensillo, subo y me voy, poder recorrer por donde quiera, esos rincones donde llegabas de a caballo se pierden o ya no son lo mismo hacerlo con un vehículo utilitario.

¿Te genera nostalgia?

Hasta el día de hoy. En general en los campos de sierra donde nosotros hacemos la recría de los caballos, siempre hay alguna tropilla grande y cuando los traen, bajan el cerro todos al galope y ese ruido me... (silencio) ¡qué lindo que es!, es un sonido tan especial… el ruido de una tropilla al galope… ¡es fantástico!

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Olivia Strauch:

“Me olvido de todo”.

¿Te acordás de la primera vez que subiste a un caballo?

¿Sabes que sí?, me re acuerdo, tenía 3 años y me acuerdo como si fuera ayer, me quedó tan marcado…

¿Cómo fue?

Yo quería andar sola, viste que cuando sos chiquito te llevan adelante y yo siempre quería andar sola y me acuerdo que me dieron una petisa oscura que se llamaba “Cuerda”. Me puse a dar vueltas alrededor de casa sin parar, no me aburría nunca, no me cansaba nunca y siempre quería más. Y no vengo de una familia de gente de a caballo , fue una cosa mía. En las vacaciones en el campo con mis primos siempre me apasionó.

¿Qué sentís cuando subís a caballo?

En mi trabajo estoy 8 o más horas en contacto con los caballos, pero no es montando, me fascina hacerlo y siempre busco un momento para poder andar y cuando subo, me olvido de todo. Dejo el teléfono y me olvido de todo, me da una paz impresionante. Eso no es un mito, es verdad y lo vivo todos los días.

¿Cómo fueron tus comienzos profesionales?

Siempre tenía la idea de hacer algo con caballos como un sueño imposible. Estudié medicina, pero íntimamente siempre continuaba el sueño de dedicarme a los caballos. Mis ejemplos eran Sole Ferreira y mi prima Tati (Strauch). Hasta que un día me vino como un ataque, iba a intentar hacerlo, me fui de facultad caminando a mi casa, que era en Carrasco en aquel momento, llegué y le dije a mi madre: “me voy a dedicar a los caballos, no sé que voy a hacer, pero si tengo que limpiar caballerizas toda la vida lo haré”. Y le empecé a buscar la vuelta de cómo hacerlo. Sabía que era con los Árabes.

¿Ya te gustaban los Árabes?

Siempre me gustaron los Árabes, siempre supe que eran los caballos de esa raza. Así es que, a través de un amigo, me acerqué a la Sociedad. Primero fui secretaria administrativa y empecé a vincularme, viajé, me preparé. En 2003 hice una pasantía en un Centro de Entrenamiento en Brasil, que era el número uno en ese momento y no paré más. Hoy, después de estar en la directiva, tengo la responsabilidad de ser la presidente de la Sociedad de Criadores. Mi tarea es tratar de hacer las cosas de forma profesional y transmitir eso. Siguiendo lo que me pasa en mi trabajo con Laetitia D’Arenberg que siempre apuesta a lo profesional y por eso le va tan bien.

¿Es el camino del resto de tu vida?

Sí, 100 %, no podría hacer otra cosa, no sería feliz.

Pablo Mestre
Pablo Mestre

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