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Productor referente piensa dejar la oveja por continuo ataque de perros

Van 45 ovejas muertas, pero siguen contado...

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Douglas Cortela es un productor referente con 48 años trabajando con la oveja. Hoy tiene una de las cabañas más prestigiosas de la raza Merino Australiano, Santa Catalina, ubicada en Soriano. Terminó la escuela y se puso a trabajar en el rubro. En su campo cuenta con la tecnología para resguardar a su majada del ataque de depredadores. Tiene perro Maremmano, tiene burra. De nada sirve. El ataque de los perros es continúo y sigue haciendo destrozos al punto de ya no saber si seguir trabajando con lanares.

“Cumplí 60 años y no sé si seguir.... Me dicen que no baje los brazos, pero no sé qué decirles a mis hijos para que sigan en esto. Estamos gastando e invirtiendo ¿para qué? ¿para que los perros vengan y destrocen todo?”, dijo en diálogo con Rurales El País.

Días atrás el establecimiento de Cortela sufrió un nuevo ataque de perros. Ya son entre 40 y 45 ovejas muertas, y siguen contando. Esto se traduce en una pérdida económica directa de xxxx, sin contar los daños indirectos (por lana, por corderos, etc.)

“La única mañana que no vinimos a mirar pasó esto. Estuvimos recorriendo hasta tarde. Esto sucedió a tres o cuatro kilómetros de casa. Es algo de no acabar”, lamentó.

Aunque reconoció que las autoridades se han portado bien, han acudido al campo y comunicándose directamente con Cortela, el productor aseguró que “no pueden” lidiar con este problema. De hecho, sostuvo que la única forma de prevenir que esto no suceda es haciendo “una guardia permanente” en el campo, lo que es logísticamente muy difícil.

“Esto se fue de las manos. Es mucho más grave de lo que cualquiera piensa”, dijo.

El primer ataque de este año (porque el ovinocultor ha sido víctima de este flagelo en varias oportunidades) fue el 20 de abril. Ese día encontraron unos 18 animales muertos. El viernes 30, después del mediodía, Cortela fue a ese potrero a separar unas ovejas para comenzar a prepararlas para la Expo Prado 2021. Sin embargo, el panorama con el que se encontró fue el peor: no habían muertas, pero toda la majada estaba destrozada.

“Estamos rastrillando los caminos día y noche con los vecinos y no podemos dar con los perros”.

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