Dr. Martín Aguirre Regules
Director de redacción EL PAÍS
El Prado, al menos para el autor de estas líneas, es como el agro, no hay puntos medios. Así como en el campo hay años buenos y otros de seca o de inundaciones, hay ediciones de la Expo que no la pisamos. Y después tenemos ésta que, por algún motivo insondable, terminamos yendo como cinco veces. Y cuando el amigo Pablo Mestre nos pidió estas líneas para una edición récord del suplemento dominical Rurales, que siempre sobreviene a la tradicional Expo, se nos dio por pensar, ¿qué es exactamente el sector rural?
Porque en todas esas veces que visitamos la Expo, vimos reflejos de cosas muy diferentes. Que muestran realidades y aspectos del mundo agropecuario que no parecen tener mucha vinculación una con la otra.
Por ejemplo, el agro es sin dudas los animales potentosos, producto de una evolución genética de décadas, y de una inversión fanática de los cabañeros, que asombran al visitante citadino en los históricos galpones del Prado. ¡Por supuesto!
Pero también es las moderna maquinaria que ocupa un sector enorme de la Expo, y que además de sus funcionalidades específicas, impacta por sus dimensiones, tecnología, y hasta confort. Nada que envidiarle a un coche de “alta gama”.
Podríamos hablar de los caballos, de los niños viendo por primera vez cómo se ordeña una vaca Holando, o que se emocionan al tocar con sus manos un cordero.
Pero también es un reflejo del sector el evento que asistimos en el tradicional stand de El País, donde se lanzó la nueva plataforma Agro360, que gracias a un moderno sistema de inteligencia artificial, permite que cualquier productor o inversor, pueda tener al instante el precio de cualquier producto o insumo, con sólo enviar un mensaje de whatsapp por su celular.
Si hablamos de pasión por lo que se hace en el agro, nada como escuchar en persona al amigo Guntram (gracias por el almuerzo) explicar el nivel de detalle con el que cuida el proceso para lograr la receta perfecta del dulce de leche Lapatia, pese a desafíos personales, económicos, o de escala industrial del país.
O la forma en que los rematadores y escritorios rurales convierten en negocios modernos y pujantes, el producto de los desvelos de miles de uruguayos que viven en el campo, pendientes cada día de si llueve o si sus animales tienen suficiente para comer.
Lo mismo que las reuniones y encuentros con la política, que se vuelca a la Expo cada año con mayor amplitud, para percibir de primera mano cómo palpita el principal sector de la economía nacional, de cuya marcha dependerá en buena medida lo que puedan hacer desde un gobierno.
Y también en la noche, donde esos mismos políticos se mezclan con la gente, o para disfrazase de DJ por unos minutos en Plaza Prado y protagonizar miles de selfies, o para entreverarse con el uruguayo común, y escuchar en directo sus inquietudes, preocupaciones, pero también divertirse, como vimos al menos a tres ministros, y varios legisladores, en el evento de la marca Tranquera. Sin custodias, sin asesores, sin protocolos.
Porque... a fin de cuentas, ¿qué es el sector agropecuario? Y es el Uruguay. Ni más, ni menos.