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La economía entre la espada y la pared

El PBI se estancó mientras el déficit fiscal llegó a máximos históricos.

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Ing. Agr. Nicolás Lussich.

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No por prevista la situación deja de ser preocupante: la economía uruguaya se estancó en el segundo semestre del año pasado. Estrictamente puede decirse que entró en recesión, puesto que se registraron 3 trimestres consecutivos de caída en el PBI desestacionalizado (gráfica 1). La caída -es cierto- es muy leve, por lo que tal vez la palabra estancamiento es más descriptiva.

Pero no debería extrañar que en el arranque del actual año 2019 la economía entre más claramente en recesión, con el nivel de actividad afectado particularmente por la crisis argentina, que golpeó duramente al turismo (sector muy relevante en la economía). Uruguay está en una situación mejor que sus vecinos, pero no es inmune a sus vaivenes porque tiene serios problemas propios.

Lo más preocupante es que se llega a este estancamiento con un déficit fiscal insostenible. Mientras transcurrió el ciclo de fuerte expansión de la economía (2006-2014), la actividad generó recaudación suficiente para ir cubriendo el creciente gasto estatal. Pero a partir de 2015, con la caída en los precios internacionales de exportación y el aumento de los costos internos, la economía empezó a flaquear. La recaudación avanzaba poco y el gasto siguió creciendo, lo que obligó a sucesivas medidas para aumentar los ingresos del Estado, con subas de impuestos y otras disposiciones que -más que resolver el problema de fondo- extendieron la agonía. Así llegamos a una economía estancada y un déficit superior al 4% del PBI, que compromete seriamente al posición financiera del Uruguay (gráfico 2).

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¿Por qué se estancó la economía? De los tres motores fundamentales que impulsan el crecimiento, 2 están en baja y el otro debilitado. El consumo de los hogares creció 1,5% el año pasado, pero la inversión sigue bajando (cayó 2,7% anual) y las exportaciones también bajaron, casi 5%, considerando tanto bienes como servicios (cuadro).

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Estas caídas reflejan que -después de haber alcanzado niveles récord históricos en años previos- exportaciones e inversión han entrado en una fase de mayores problemas. Las exportaciones han tenido suerte diversa según el sector y era previsible un cierto descenso luego del ajuste de las áreas agrícolas y del impacto de la crisis argentina sobre el turismo. Es más preocupante la continua baja de la inversión, que afecta directamente el empleo y la capacidad de crecer a futuro. Sin un aumento de la inversión, no hay más capacidad productiva agregada y por lo tanto -más allá de que el consumo local o regional puedan mejorar circunstancialmente la demanda- no habrá más producción a largo plazo.

Y la caída en la inversión es un reflejo de los problemas de competitividad del Uruguay, con costos altos que -en promedio- no están acompañados de mayor productividad. Esto desestimula la inversión, al no percibirse -salvo excepciones- oportunidades para configurar nuevos negocios rentables. El aumento reciente de la carga impositiva, mencionado arriba, incide en forma importante, pero no es el único factor: también hay un aumento en los costos asociados a regulaciones y -especialmente- un aumento en los costos laborales que, en muchos casos, no son sostenibles por las empresas. La mejora del salario y del ingreso es un objetivo central para cualquier economía, pero no se logra por decreto: hay que invertir, innovar y mejorar la inserción comercial.

En este marco, el aumento del dólar es una buena noticia. El país no podía seguir adelante con un retraso cambiario cada vez más amplio respecto a la región. La suba del dólar mejora los números de los exportadores de bienes y servicios (turismo, agro, servicios globales) y también de la industria que compite con productos importados. No es una solución de fondo, sino un amortiguador de una situación que se ha complicado. Claro está, la suba del dólar impactará en el consumo, pero éste ya venía afectado aún sin el reciente aumento del billete verde. Además, hay que recordar que la mayor parte de los ahorros de los uruguayos está en dólares, por lo que están preservados. En realidad, bastante perdieron en años previos con un dólar que retrocedía año a año en su valor real.

En estas circunstancias, el Banco Central ha hecho bien en dejar que el dólar suba, sin intervenir en el mercado, siendo consecuente con el compromiso de mantener una política cambiaria de libre flotación. En la medida que la inflación no suba exageradamente (algo subirá por el efecto dólar, pero es previsible y no debe alarmar), la economía podrá transcurrir el ajuste de precios relativos sin tanto sobresalto. El consumo bajará, pero detrás de cada consumidor hay un empleo, y si éstos se pierden, no hay dólar barato que lo compense. La suba del dólar ayuda a mantener los empleos en los sectores que compiten con el exterior e -indirectamente- en el resto de la economía; esto es importante dado que el mercado de trabajo ya acumula un deterioro preocupante. Ayudaría mucho una situación fiscal más equilibrada, para que el BCU no pelee solo contra los problemas de competitividad.

¿Y el agro?. La mejora en las cosechas, una producción ganadera que superó las expectativas, la lechería que creció aún con serios problemas y la forestación que continúa avanzando, han compuesto un muy buen desempeño del agro en 2018, con un crecimiento de 6% según las Cuentas Nacionales.

A eso hay que agregar la cosecha de soja que arranca en pocos días y un fuerte aumento en la oferta de forrajes (granos y pastos), que permitirá impulsar la producción animal a todo nivel. Así, la dinámica productiva se muestra otra vez vigorosa, luego que la zafra anterior se viera seriamente afectada por la sequía.

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Lo que sigue preocupando es la rentabilidad. El aumento del dólar ayuda, pero los costos siguen pesando y no se logran compensar con mayor productividad, a pesar de que ésta ha subido de manera excepcional en casi todos los rubros. Cuando se analiza la participación del agro y la agroindustria en el PBI (gráfica 3) se observa que a pesar de la recuperación de 2018, está en niveles mínimos históricos. Y no es porque la producción bruta no haya subido, sino porque los costos tienen un peso mayor (el PBI registra, básicamente, la producción deducidos los costos intermedios).

Si los precios internacionales no tienen una mejora sustantiva -algo poco probable, al menos con el escenario global actual- los agronegocios corren el riesgo de frenar su empuje en la zafra 2019/2020. Si no se toman medidas para reducir costos porteras afuera, se hará porteras adentro, o a nivel agroindustrial, aunque sería injusto: los agronegocios aumentaron sensiblemente su producción y productividad. Es tiempo de que el resto de la economía acompañe.

Pablo Mestre
Pablo Mestre

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