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La biotecnología al rescate

Con la economía estancada, la cosecha de verano viene muy bien e impulsará la actividad en todo el país. Es casi toda transgénica.

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Ing. Agr. Nicolás Lussich.

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El panorama para la economía uruguaya se ha complicado en los últimos meses, por problemas propios y ajenos. Entre estos últimos el más preocupante es la situación en Argentina, con una crisis que -por ahora- no toca fondo y compromete seriamente la estabilidad económica e incluso política, de un país que la trata de buscar y no la encuentra hace años. La construcción cayó 5% interanual, la producción industrial 8% y la producción de automóviles 40%.

Si bien Uruguay ha logrado reducir su exposición y vulnerabilidad a los vaivenes vecinos, lo que sucede en Argentina sigue influyendo en la marcha de la economía uruguaya. El impacto en el turismo ha sido muy claro en este sentido, a lo que se suma su incidencia en el sector inmobiliario, entre otros.

Por supuesto, la situación de los vecinos hace lucir bien la estabilidad del Uruguay, con los resguardos y mejoras que se han incorporado en el sistema financiero. Sin embargo, mal de otros es consuelo de tontos: estamos con problemas serios, más allá de nuestras virtudes. El déficit fiscal se fue de las manos: llegó a 4,5% del PIB y seguramente seguirá subiendo, si no sucede nada extraordinario que permita -ojalá- alterar esta tendencia.

En este contexto la economía uruguaya se estancó, con el PIB que no ha aumentado en casi un año. Siendo este año electoral, la economía está a la orden del día en la discusión política y desde el gobierno hay dos asuntos que alientan una posible recuperación: uno es una esperanza, el otro una realidad. La esperanza es que arranquen pronto las obras vinculadas al proyecto de UPM (aún pendientes), la realidad es una cosecha agrícola que ha vuelto por sus fueros, en especial en maíz y en soja.

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Buenas y malas. Después de una dura caída por la sequía del año pasado la producción agrícola se ha recuperado y los rendimientos son muy buenos. La producción de maíz podría llegar a 750.000 toneladas, un récord histórico (gráfica) lo que impulsará la producción animal y las exportaciones. La soja también proyecta rendimientos muy buenos, aunque recién se están levantando las primeras chacras, de variedades más tempranas. La actividad se despliega en buena parte del territorio, moviendo trabajo, fletes, puertos e ingresando dólares al país.

A pesar de trabajar con combustibles muy caros, sobrellevar limitaciones de infraestructura y comerciar al exterior sin muchas ventajas arancelarias, la producción de granos concreta avances relevantes.

Y esta cosecha de otoño es casi toda basada en transgénicos (casi 100% del maíz y la soja), biotecnología que ha sido históricamente cuestionada por cierta parte de la izquierda, de tal forma que los últimos gobiernos impusieron limitaciones a su incorporación. Si bien “aflojaron la rienda” en los últimos años, hoy los agricultores uruguayos no pueden plantar algunas variedades de última generación -en especial de maíz- a las que sí pueden acceder los agricultores de países vecinos, otro lastre para la producción uruguaya que, aun así, sigue mejorando.

El avance en los rendimientos en Uruguay ha sido extraordinario y los transgénicos han sido claves, por mayor facilidad de manejo y mayor potencial de producción. Por supuesto, hay cuestiones que preocupan y hay que corregir: el uso extendido del glifosato en siembra directa para el control de las malezas (que hace las cosas más sencillas) ha generado algunos efectos adversos, particularmente la proliferación de malezas resistentes.

En este punto -y contrariamente a lo que algunos piensan- muchas veces los problemas se generan por una aplicación insuficiente del herbicida o con productos de baja calidad; si el tratamiento es a medias, las malezas más resistentes subsisten y pueden luego reproducirse. Aplicar bien la dosis una vez evita tener que hacerlo luego varias veces, reduciéndose los riesgos ambientales. Esto no suele entenderse mucho en una discusión pública que ha puesto -con dudosas justificaciones- a la agricultura en la picota, vinculándola, por ejemplo, a la irrupción de las cianobacterias y a los problemas que tiene la potabilización del agua en la cuenca del Santa (donde se planta muy poca soja).

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Con la caída de precios, las áreas agrícolas bajaron y esto -en algunos campos- ha sido razonable: hay suelos que no resistían la actividad agrícola permanente, por más siembra directa que se implemente, y hoy vuelven a la ganadería que los recibe con los brazos abiertos y terneros y vaquillonas con ganas de meter kilos.

Las buenas noticias porteras adentro contrastan con las complicaciones que se perciben porteras afuera. Por un lado, los camioneros reclaman aumentos en las tarifas de fletes, que consideran imprescindibles para sostener su negocio. Para los productores, el accionar de los gremios de camioneros se ha vuelto particularmente agresivo en los últimos años en una pelea producción vs producción en la que no gana nadie. Ciertamente, los transportistas tienen argumentos para reclamar: sus costos laborales se han visto incrementados notoriamente, y hay mayores y bienvenidos controles de seguridad y evasión; y los combustibles -repetimos- están muy caros a pesar de los recientes esfuerzos de Ancap para moderar el precio. El tema es que los aumentos de costos recaen al final, siempre, en el productor.

Como en la propia producción agrícola el mercado del transporte de carga es abierto y mucho se invirtió en los últimos años en flotas nuevas, con camiones de mejores prestaciones, a partir de inversores locales (grandes medianos o chicos) que han aplicado capital para hacer negocios en el transporte. A eso se suma a la competencia regional e internacional. Así, la oferta de transporte de carga aumentó mientras que la producción ha tenido un ajuste a la baja. Y a mayor oferta y menor demanda, menor precio por los fletes. Pero todo tiene un límite: si no se cubren al menos los costos, aparecen los problemas.

El otro elemento que preocupa son los precios. Más allá del entusiasmo productivo, en soja los valores son los mínimos en los últimos 10 años, medidos en dólares. Después del boom de comienzos de esta década, que puso la soja arriba de los 400 U$S/ton por varios años, ahora el precio ha bajado y coquetea con los 320 U$S/ton, lo que implicaría unos 300 U$S/ton puesta Nueva Palmira. Son precios bajos que no permiten a la agricultura recomponer el equilibrio económico. Es que los stocks globales han subido, mientras que la puja entre EE.UU. (Trump) y China no ha hecho más que empezar. En maíz, el propio aumento de la producción está presionando el mercado, con valores que se acercan a 140 U$S/ton puesta en depósito.

Por esto, es tan importante el tipo de cambio: en un panorama económico complicado es positivo que el dólar se valorice en el mercado local. Lo ha hecho por circunstancias externas, particularmente por la tendencia en Argentina, y también porque el Banco Central -razonable- ente- lo ha dejado subir. El dólar está hoy 20% por encima de su nivel de un año atrás. Esta corrección cambiaría modera los problemas de rentabilidad exportadora que afectan a la agricultura y otros sectores (cuadro), aunque no es suficiente ni solución de fondo.

Pablo Mestre
Pablo Mestre

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