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Errándole al clavo

"Es un hecho que este plan del Ministerio de Agricultura argentino va a fallar; no tiene en cuenta el principal aspecto que define la inversión en el sector, algo obviamente indispensable para salir del letargo productivo de los últimos 40 años

Rafael Tardáguila
Rafael Tardáguila

En el primer día hábil de 2022 el gobierno argentino dio a conocer las nuevas reglamentaciones que regirán el comercio exterior de carne vacuna. La disposición deja de lado algunas de las medidas más restrictivas impuestas entre mayo y fines de 2021, por lo que la expectativa es que este año haya un aumento de la competencia del hermano del Plata en el mercado internacional. Sin embargo, el gobierno de los Fernández mantiene prohibiciones que seguirán atentando contra el desarrollo del sector, por más que desde el Ministerio de Agricultura diseñaron un paquete de medidas que tiene el objetivo de aumentar la producción de carne en el país. Pero en ese plan falta lo principal para promover el desarrollo de un sector con estas características, que es dotarlo de estabilidad y certidumbre para que los integrantes de la cadena tomen la decisión de hacer las inversiones necesarias para elevar la producción.

Argentina exportó unas 700 mil toneladas de carne vacuna equivalente res con hueso en 2021, con un fuerte descenso comparado con las 900 mil de 2020. La intención del gobierno de Alberto Fernández era dejar una mayor proporción de la producción en el mercado interno para presionar los precios a la baja, teniendo en cuenta que se trataba de un año electoral y lo sensible que es el pueblo argentino —igual que el uruguayo— al precio del churrasco. Típica medida populista que mira el corto plazo sin tener en cuenta el impacto que la decisión puede llegar a tener en el mediano y largo plazo. Eso, que lo arreglen otros.

Era de suponer que, dada la necesidad imperiosa argentina de ingreso de divisas, las medidas se harían más laxas una vez quedaran atrás las elecciones de medio término y eso fue justamente lo que pasó. La resolución del pasado lunes deja la prohibición a la exportación a solamente siete cortes catalogados como “preferidos”, que son asado (con o sin hueso), falda, matambre, tapa de asado, nalga, paleta y vacío. Y no de todos los animales, ya que en el caso de categorías de vaca manufactura (D y E en la clasificación argentina) y toros, queda liberada la exportación de todos los cortes.

Por lo tanto, lo esperable es que Argentina eleve los volúmenes de exportación este año y ejerza una competencia más intensa en el mercado internacional, fundamentalmente en China, que era el país más negativamente impactado por el cepo del año pasado. Argentina estaría elevando sus ventas al exterior seguramente al entorno de 840 mil toneladas, por debajo del registro de 2020 debido a que se mantienen algunas prohibiciones y a que la expectativa es que la faena y producción de carne sea inferior a la de aquel año.

Mirando el mediano y largo plazo, el gobierno argentino hace un diagnóstico de estancamiento de la producción de carne vacuna en el país. El Ministerio de Agricultura elaboró un trabajo en el que propone algunas medidas políticas para sacar al sector de esa imposibilidad de elevar su producción. Dice que hace 40 años que está estancada y que, si se mantiene así, en 10 años no será capaz de abastecer la demanda interna. Sería insólito que Argentina, otrora principal exportador de carne vacuna desde sus Pampas al mundo, se convierta en un importador.

El trabajo identifica a la ineficiencia de la cría (62% de destete) y a los bajos pesos de faena (226 kilos de carcasa) como los principales números a levantar. Y dice que eso se hará mediante financiamiento a tasas subsidiadas, incentivos fiscales, asistencia técnica, innovación, entre otra serie de medidas voluntaristas. Pero en el trabajo en ningún momento se menciona lo más indispensable para hacer crecer una cadena con un ciclo productivo tan largo como el de la carne vacuna: la estabilidad y la certidumbre para que quienes participan del sector puedan planificar con cierto grado de confianza en una producción que, al ser a cielo abierto, de por sí ya tiene bastantes riesgos asociados.

La decisión más crucial en la ganadería de carne la toma el criador: entorar nuevamente la vaca o venderla a frigorífico. Esa decisión depende del precio del ternero. Cuando es alto la entora y si es bajo, la vende a faena. Este es el origen del ciclo ganadero, que se da en todas las ganaderías del mundo. Cuando se opta por tener otro ternero (mantener la máquina productiva), la cristalización de esa decisión se da en unos 3,5-4 años: la vaca se debe preñar, parir, criar al ternero, luego se recría, engorda y vende a faena. Hay que tener un grado de confianza elevado en las condiciones de producción para tomar esa decisión y eso solo lo da la estabilidad en las reglas de juego, la certeza de que las cosas no cambian por más que se esté en año electoral, ni que las cambie el próximo gobierno, sea del signo que sea. En definitiva, una política de Estado que trascienda los gobiernos y los años electorales.

Por eso, es un hecho que este plan del Ministerio de Agricultura argentino va a fallar; no tiene en cuenta el principal aspecto que define la inversión en el sector, algo obviamente indispensable para salir del letargo productivo de los últimos 40 años.

Argentina ejercerá una competencia más intensa en el mercado internacional este año, pero si sigue por el camino por el que está transitando, no habrá que esperar que haga mucha mella en el mediano y largo plazo. No porque le falten condiciones de producción y conocimiento de cómo hacerlo, sino por medidas políticas de corte populista que son incapaces de mirar el largo plazo y dotar de certezas a la máquina productiva.

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