Solange Porley Króger nació en Montevideo, pero su historia —y quizás también su destino— estaba marcada desde antes de que pudiera reconocerlo. “Nací entre quesos”, dijo. No es una metáfora: su padre, oriundo de Nueva Helvecia, había crecido rodeado de la tradición lechera del departamento de Colonia. Cuando se instaló en Montevideo y conoció a la madre de Solange, juntos abrieron una distribuidora de quesos en Ciudad Vieja. La bautizaron El Quesón, un pequeño local que con el tiempo se convertiría en la semilla de un recorrido que hoy la lleva a los más altos escenarios de la quesería mundial.
Creció entre cámaras frigoríficas, hormas de Colonia, cuartirolos y parmesanos. Pero lejos de imaginar que aquel ambiente sería su profesión, Solange eligió otra ruta: estudió Negocios Internacionales. “Nunca me imaginé dedicarme al mundo de los quesos”, reconoció. Sin embargo, los caminos verdaderos tienen una forma persistente de volver, y un día su padre le propuso lo que parecía una transición natural: “Mirá, yo me voy a retirar. ¿Por qué no venís a trabajar a la distribuidora?”. Solange aceptó.
Al principio, la rutina parecía demasiado administrativa, demasiado rígida para quien necesitaba descubrir algo que todavía no entendía bien. Conversaba con productores, acompañaba a sus padres a comprar quesos, aprendía sobre procesos que siempre habían estado ahí, pero a los que nunca les había prestado atención con ojos propios. Fue en esa etapa, entre visitas a queserías y charlas con elaboradores, que algo empezó a despertarse.
Se preguntaba por qué Uruguay, un país productor de leche, tenía tan poca variedad de quesos en comparación con Europa. “Era tremendo. Hacés el queso y aparece en la góndola. Faltaba entender todo lo que había atrás”, recordó. Esa curiosidad, que en ella funciona como motor inevitable, la llevó a estudiar quesería. Primero sola, leyendo, preguntando. Después, viajando.
En 2019 armó valijas y se fue a España a formarse en análisis sensorial, elaboración y técnicas de maduración. Estudió con maestros queseros especializados en productos naturales, aprendió desde la leche hasta la corteza y volvió al país con la idea fija de que Uruguay tenía un potencial enorme, todavía dormido. Se trajo cuadernos llenos de técnicas, recetas, parámetros, intuiciones.
Y tomó una decisión que parecería simple, pero que abrió una puerta: vender quesos por Internet.
Comenzó en 2018 con siete u ocho variedades que seleccionó personalmente: Colonia, parmesano, cuartirolo, gamos, quesos de cabra. Lo que ella hubiera elegido para su propia mesa. Abrió una página en Facebook, luego Instagram, y empezó a recorrer Montevideo con una canasta y ganas de contar historias detrás de cada horma. Tocaba timbres, conversaba con familias, explicaba texturas, procesos, sabores. La gente la dejaba pasar a sus casas para probar, o para escucharla hablar de algo que hasta entonces pocos explicaban con tanta pasión.
El boca a boca hizo lo suyo.
Después vinieron las ferias, las degustaciones, invitaciones a eventos gastronómicos. El público empezaba a entender que el queso podía ser algo más que lo habitual; podía ser geotricum, podía ser leche cruda, podía ser cortezas floridas llenas de hongos hermosos, podía ser cabra, oveja, fresco, madurado. Ese diálogo entre Solange y la gente fue consolidando un camino nuevo.
Pero el salto más inesperado llegó con la pandemia.
Cuando todo se detuvo, ella estaba reformando un local para su primer cava de maduración. Tenía un ayudante nuevo, cámaras en obra y la incertidumbre propia de quienes están a un paso de arriesgarse del todo. “¿Sigo o no sigo?”, se preguntó. Su entonces novio —hoy marido— fue tajante: “Seguís, porque la comida es primera necesidad”.
Y tenía razón. El proyecto explotó. Los pedidos se multiplicaron, salían más de 100 por día, contrató repartidores, sumó personal. De Guarda —ya con nombre nuevo, después de un rebranding obligado porque El Quesón estaba registrado— abrió su primer local el 5 de diciembre de 2020. Después llegó Malvín, más tarde Punta del Este y luego Prado. El concepto era claro: quesos artesanales, explicados, cuidados y madurados con la dedicación que merecen.
“De Guarda”, según la Real Academia Española, significa “el que guarda y cuida algo”. Para Solange, fue la descripción perfecta. Ella guardaba los quesos de los productores, los cuidaba, los defendía, los interpretaba. Les daba un lugar.
Mientras su empresa crecía, también crecía su vínculo con la quesería artesanal uruguaya. Hoy trabaja con unos quince productores de todo el país: Colonia, San José, Rocha, Canelones. Conoce sus tambos, su esfuerzo, sus madrugadas frías y los siete días a la semana que requiere un oficio que combina trabajo físico, sensibilidad técnica y un amor enorme por la leche.
El queso la sigue maravillando por lo mismo que la fascinó la primera vez: “Arranca siendo leche. Los mismos ingredientes —leche, fermento, cuajo, sal— pueden crear miles de variedades. Eso me explota el cerebro”, dijo. Para ella, hacer queso es un acto artístico. Y madurarlo, un oficio que exige paciencia, intuición y tiempo. Mucho tiempo.
Ese vínculo profundo con el producto la llevó a presentarse como jurado en el World Cheese Awards, el certamen más importante del mundo. Mandó una carta de presentación sin esperar demasiado; al poco tiempo, la invitaron a España. Era 2021. Desde entonces, no faltó ni un solo año: Reino Unido en 2022, Noruega en 2023, Portugal en 2024.
Pero 2025 fue distinto. Este año, en Berna, Suiza, Solange fue seleccionada para integrar el panel más exclusivo del certamen: los Super Judges, 14 especialistas que eligen al mejor queso del mundo. Es la primera uruguaya en ocupar ese lugar.
La responsabilidad es enorme: cada juez selecciona un queso entre los mejores de la competencia, y luego el panel vota. Ella eligió uno de oveja, de corteza florecida, lleno de complejidad y elegancia técnica. Pero el ganador final fue un suizo: un Broucher de 15 meses, estacionado, con notas de avellana y umami.
Detrás de esa experiencia también hay un rol silencioso que Solange cumple para Uruguay: gestiona trámites con MGAP y Aduanas para que los productores uruguayos puedan enviar sus muestras al continente europeo. Es nexo, guía, asesora y embajadora involuntaria de una cadena quesera que muchas veces necesita voz.
Sobre la quesería artesanal en Uruguay tiene una mirada honesta: ve productores sufriendo costos, cierres de tambos y exigencias que se vuelven demasiado industriales para realidades pequeñas. Ve, también, estudiantes aprendiendo mayormente la escuela del Colonia —un producto emblemático, pero no el único posible— mientras el consumidor, cada vez más viajado, pide variedad.
“A veces el productor tiene miedo. Pero el público está pronto”, asegura.
Entre sus quesos favoritos del momento menciona un cheddar estilo inglés, un serrano de oveja madurado dos años y la familia de las lácticas, que la deslumbran por su capacidad de cambiar de semana a semana. No tiene un queso que la represente —todavía— porque, dijo, trabaja con productos vivos, que siempre evolucionan.
Emprender ha sido duro. “Siempre hay un día en que querés dejar todo”, se ríe. Cámaras que se rompen, lotes que no salen, pruebas que no resultan, equipos difíciles de formar. Pero también está lo otro: ese equipo que hoy es uno de los pilares de De Guarda, clientes que confían, productores que se animan, sueños cumplidos como el de ser jurado supremo.
¿El sueño que queda? Seguir asesorando queserías, como la que hoy acompaña en Paraguay, y ayudar a crear espacios donde el queso artesanal uruguayo tenga un lugar propio y creciente.
Solange Porley, hija de Nueva Helvecia por origen y de Montevideo por crianza, licenciada en Negocios Internacionales que terminó abrazando el oficio que la acompañó desde la cuna, hoy se para en un escenario global como una de las voces que decidirán cuál es el mejor queso del mundo.
Y lo hace con la misma convicción que la impulsó a tocar timbres en 2018 con una bolsita de quesos en la mano: creer que detrás de cada horma hay una historia que vale la pena contar.