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Estancia Santa Clara custodia un enorme legado y la historia de varias generaciones de la República Oriental del Uruguay

De grasería de los jesuitas a ser adquirida por un inglés exiliado en Uruguay. Este relato es el recorrido de un país

Estancia Santa Clara.
Estancia Santa Clara hoy.

En Santa Clara la historia de una familia se entrelaza con la historia de una nación. En esta estancia, 200 años de diferencia se descubren en un pasillo, porque hacer el recorrido desde los jesuitas o John Jackson hasta hoy, es testigo y explicación de las motivaciones que fundaron nuestra patria, y muchas de las vicisitudes que se desandaron en el medio. Recorrer Santa Clara es adentrarse en la apasionante aventura de descubrir, en buena medida, qué es lo que nos define como país.

El relato de esta historia comienza allá por 1767 cuando los jesuitas son expulsados de Uruguay. Este predio, ubicado en el kilómetro 160 de la ruta 6, antes de llegar a Capilla del Sauce, era una grasería donde se producía grasa de chanchos para abastecer con velas el Montevideo Colonial. Al salir a subasta pública, es adquirido por Juan Francisco García de Zúñiga, un español con propiedades en Argentina y Uruguay. Cuando lo heredan sus hijos, queda en manos de Tomás García de Zúñiga, quien había sido uno de los generales de Artigas. Al avanzar la revolución, García de Zúñiga cede a las tentaciones portuguesas y se mueve a Montevideo como gobernador. Es por esto que los 33 orientales “buscaban su cabeza”.

“Ahí aparece John Jackson, un inglés que estuvo en la Royal Navy y se vino a buscar suerte al Río de la Plata”, contó Federico Galcerán Bonasso, recorriendo la propia estancia.

En 1825 García de Zúñiga huye a Brasil, y es allí que Jackson compra su campo a “precio de crisis”. Fue un 6 de octubre, hace casi 200 años ya.

Las 96.000 hectáreas que eran inicialmente, luego de algunos años de movimiento independentista, pasan a ser “misteriosamente” 120.000. A valor de hoy, Jackson adquirió por un valor de 250.000 dólares la totalidad de superficie. “Compró una propiedad enorme en algo que no era ni un país, en la Provincia Cisplatina, confiando en el poder de los ingleses de garantizarle el derecho a la propiedad”, afirmó Federico.

En 1831, ya con país y Constitución. Jackson decide quedarse a vivir definitivamente en Uruguay cuando se casa con Clara Errazquin Larrañaga, sobrina de Dámaso Antonio Larrañaga. Comienza a dividir los campos y separa 40.000 hectáreas como regalo de bodas: así nace Estancia Santa Clara.

Ellos tienen varios hijos, incluyendo: Juan Dámaso Jackson, Sofía Jackson de Buxareo, Elena y Clara Jackson de Heber. Esta última se casó con Gustavo Heber, uno de los fundadores de la Asociación Rural del Uruguay, siendo su rama la única que tuvo descendencia.

En 1854 muere John Jackson, pero en 1851, sabiendo que la Guerra Grande se terminaba, testó sus propiedades. Tiene la curiosidad de ser el único inglés que siempre estuvo en el bando de Oribe.

“Amen a la tierra de su nacimiento, porque así lo ha dicho Dios al hombre, porque ella es digna de este amor”, reza el testamento.

En este sentido, Jackson establece y expresa que la Banda Oriental del Río de la Plata “no cede a ningún país en fertilidad y ubicación geográfica”. Tras este suceso, queda administrando las propiedades su hijo Juan Dámaso Jackson, que se fue a Inglaterra y Estados Unidos a prepararse y regresó con 21 años.

La familia se sustentaba con el comercio más que con el campo. De hecho, Juan Dámaso es fundador del Banco Comercial, con el incentivo de que no había bancos de capital nacional.

Construcción. En 1894, muere Clara Jackson de Heber, por lo que su hijo mayor Arturo Heber Jackson es quien queda con el campo en su propiedad. Arturo, “amante de la buena vida”, decide construir en Santa Clara un palacio. Este tipo de cuestiones eran moneda corriente en la época, especialmente en familias que tenían el poder adquisitivo para hacerlo. “ Es un “chateau francés” de estilo art nouveau traído de Europa. El arquitecto no se sabe quién fue, el hierro fue hecho en las cárceles de Francia y todo llegó en barco a Montevideo, tren a Cerro Colorado y finalmente en carretas a Santa Clara”, explicó Federico, sobre la “odisea” que fue construir el casco que hoy se puede admirar.

Llega 1904 y “otra vez revolución”. Arturo era del bando de Aparicio Saravia, y todos los caballos de la Estancia Santa Clara quedaron a disposición del ejército revolucionario para la batalla de Mansavillagra. En 1907, luego de un freno en la construcción de la casa por la Ley de Expropiación de José Batlle y Ordóñez en la que Arturo casi pierde todos sus bienes, se finalizó el casco.

Por esos años Arturo vivió entre Uruguay y Europa, hasta el final de la Primera Guerra Mundial, cuando decide irse a vivir en Paris, estimando que le quedaban muy pocos años de vida.

En 1920 Elena Heber Jackson, su hermana, casada con el Dr. Alejandro Gallinal, compra el campo de su hermano a cambio de una renta vitalicia, que se esperaba durara no más de 3 años. y con la que Arturo se fue a vivir al Ritz de París, dónde presenció la victoria de los uruguayos en las primeras Olimpiadas de futbol y a quienes recibió en su casa y les entregó medallas de oro pagadas de su propio bolsillo. .

En 1929, el Dr. Gallinal quiere retirarse de la política, pero le piden que sea presidente del BROU. “Tiene que manejar la crisis de 1929, además de pagar la renta vitalicia a Arturo, ¡que sigue vivo!” indicó Federico, Recién en 1943, 23 años después, se desencadena su fallecimiento, y tan solo 6 meses después, muere el Dr. Gallinal. Allí, llega una nueva partición.

Estancia Santa Clara en 1917.
Estancia Santa Clara en 1917.

Los Gallinal. Estancia Santa Clara queda en manos de Alejandro Gallinal Heber, bisabuelo de Federico, quien se casa con Elina Castellanos Etchebarne. Son ellos quienes de 1930 en adelante, habían comenzado a usar nuevamente el casco principal. Ya en 1945, a Alejandro le toca Santa Clara y a sus hermanos les reparten otras cómo San Pedro del Timote, El Rincón y Santa Elena de Monzón.

Luego de divorciarse de su mujer, Gallinal Heber busca generar en Santa Clara un refugio para sus hijos. Ya sobre mediados de siglo, diferentes delegaciones y personalidades que llegaban a Uruguay, cómo el Duque de Edimburgo, visitaban la emblemática estancia.

En 1962, previo al Concilio Vaticano II, Gallinal es enviado como embajador a la “Santa Sede” , por “su talla diplomática y los vínculos de la familia con la Iglesia Católica.”.

Es por eso que ya desde 1958, Juan Luis Bonasso Lenguas, novio y futuro esposo de Magdalena Gallinal Castellanos, comienza a administrar el campo. En 1980 Gallinal Heber muere y en ese momento, con la herencia y partición, hay que decidir quién se queda con Santa Clara. “Contra toda lógica, mi abuela la quiso y empezó a traer para acá todos los objetos de la familia, y también empezó a comprar en remates: obras de arte y platería; arma un museo”, indicó.

Juan Luis Bonasso, quien murió en 1998, se preocupó de hacer muchas obras por la zona, poniendo la luz y generando un camino desde la ruta 6 a la ruta 7, que hoy lleva su nombre. Magdalena Gallinal de Bonasso en tanto murió en 2015, quedando Estancia Santa Clara en propiedad de sus 2 hijos menores: Pablo y Magdalena. Se trata de la sexta generación de la familia, al tiempo que cada uno de ellos tuvo 3 hijos, y esos 6 componen la séptima generación.

Hoy se sostiene con un sistema productivo diversificado a cargo de Pablo y su hijo Luis Ignacio Bonasso Sierra - los primeros ingenieros agrónomos en 160 años - explotando esas tierras que cómo dijo John Jackson “nada tienen que envidiar en fertilidad y ubicación geográfica”. Allí se hace agricultura, ganadería y forestación.

Entender estos 200 años de historia, sumados al legado anterior de los jesuitas, es en gran medida hacer un recorrido por lo que sucedió en Uruguay con la historia de las estancias, con los guardianes de cada época. Hoy esta familia disfruta del privilegio de un legado cultural enorme, que se asemeja mucho a la propia historia de la República Oriental del Uruguay.

Arquitectura elegante, historia viva y obras de arte

El antiguo casco de Estancia Santa Clara, que tiene más de 100 años, no ha perdido ni un poco su elegancia y magnitud. Por trabajoso que sea, la familia se ha ocupado de mantenerla en perfecto estado, así como cada uno de los rincones que narran minuciosamente el paso del tiempo.

Más allá de la propia elegancia de su arquitectura, Estancia Santa Clara cuenta con algunos detalles pintorescos, como una entrada de piedra que en 1947 Alejandro Gallinal mandó a construir a su amigo José Luis Zorrilla de San Martín. Los antiguos galpones para esquila y una construcción diseñada en la época en que la revolución era moneda corriente en el campo uruguayo, le dan personalidad y autenticididad a este establecimiento.

“Si no mantenemos viva la historia, no tiene sentido seguir...”

Federico Galcerán Bonasso, hijo de Magdalena, es abogado y miembro de la séptima generación, siendo el que más le atrae la historia. Todo comienza en John Jackson, pasa por su hija Clara Jackson de Heber, Arturo Heber Jackson, Alejandro Gallinal padre e hijo, para llegar a Juan Luis Bonasso y Magdalena Gallinal, luego Pablo y Magdalena y hoy esta séptima generación.

Consultado sobre si es una preocupación que la estancia permanezca en manos de la familia con el paso del tiempo, Federico es contundente. “Siempre que te miran te preguntan para qué te complicás la vida con todo esto,”, sostiene.

El motivo, detrás de toda la historia antes relatada, es que se siente un “custodio” de una historia mucho más grande, que no le pertenece individualmente sino que relata el legado familiar y acompaña los sucesos que conforman a Uruguay como país. “Cuando terminemos vendrá la octava generación” relata Federico.

“Es la primera vez en la historia que hay 2 dueños, pero en este caso son dos hermanos que crecieron juntos y que sus hijos se criaron juntos en este campo”, sostiene. De todos modos, asume que serán 6 intereses cruzados los que tengan que decidir qué hacer con Santa Clara.

“Para mí es un privilegio, cómo dijo el filósofo romano Cicerón: el que no conoce su historia es un niño para siempre”, dice Federico mientras recorre los pasillos llenos de historia, contando con pasión y orgullo su legado.

“A mí me permite conocer mi historia familiar, de dónde vengo, pero además me va dando una visión país en un lugar donde no conocemos demasiado nuestra historia, donde, cómo decía Luis Alberto de Herrera, en lugar de aprender la Batalla de Sarandí estudiamos la de Waterloo”, afirma.

Para cerrar, Federico deja una reflexión. “John Jackson vino de Inglaterra, la mayor potencia mundial , compró tierras acá, casi en el fin del mundo y las testó a sus hijos hablando de amar la tierra donde nacieron... Cuando veo eso digo “vale la pena seguir”. Si no mantenemos viva la historia, no tiene sentido estar acá”, remata.

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