No soy de las que creen que todo tiempo pasado fue mejor. Si creo que ese pasado no se puede perder. Todavía hay testigos. Pretendo ayudar a convertirlos en leyendas para que no se olviden.
Milagros Herrera.
Carmelo Pereira nació en 1925. Si, hoy tiene 95 años y está impecable. Nos cuenta su historia con gran entusiasmo y mucha sencillez. Cada tanto, para y me consulta “¿Usted me entiende?” como asegurándose de que los años no hayan cambiado hasta la forma de comunicarse. Porque como él mismo reflexiona, “todo cambió, absolutamente todo”. Y si, son muchos años con avances brutales para un hombre como él.
Su pago natal es Puntas de Marincho, departamento de Flores.
Allí se crío junto a sus nueve hermanos en un puesto de estancia.
En aquella época no había escuela cerca. Cuenta que lo poco que aprendió, fue por una maestra que llevaban los vecinos “de cuando en cuando”. Ya a los 15 años salió a “caminar por las estancias”, pero pocos años después decidió viajar a Montevideo a probar suerte.
Primero se empleó en un cuartel de bomberos, no duro mucho, extrañaba la vida de campo. Más parecido a su gusto, luego trabajó en una cabaña de caballos de carrera en el Paso de la Arena, donde se enteró que había gran demanda de trabajo en la Tablada.
Consiguió caballo prestado y se fue a esperar suerte. Cuenta que al principio lo tomaban de “eventual”, es decir que cuando había mucho ganado y faltaba personal lo contrataban.
Pasaron algunos años, hasta que lo tomaron como “efectivo”.
Para ese momento, ya había aprendido que había muchos tipos de ganado. Ganados de los que había que “trabajar” con mucho cuidado y de los que estaban acostumbrados al lideo.
Sobre la caballada que se utilizaba, cuenta que había que darles de comer, porque de La Tablada al Cerro hay 15 km de ida y obviamente los mismos de vuelta, mas las correteadas tras los ganados chúcaros “no trabajados” que se querían volver para atrás o se espantaban de cualquier cosa. Así es que los pingos, la principal herramienta de trabajo, tenían que mantenerse en buen estado.
Los fríos, los soles, las madrugadas eran duras, aunque reconoce que “cuando a uno le gusta lo que está haciendo, es decir el trabajo que realiza, no haya difícil nada”.
Hace algunos años conoció al payador Miguel Ángel Olivera, quien le pidió que le contara sobre su experiencia en la Tablada. Así, se pusieron de acuerdo y entablaron una linda amistad que dio sus frutos.
Olivera logró plasmar de forma fantástica esta historia que dice así:
Como si el campo viniera
a meterse en la cuidad
símbolo de la heredad
de un tierra ganadera.
Como una estancia que fuera
de la época colonial,
cual símbolo del rural
guardado como trofeo.
Se alzaba en Montevideo
La Tablada Nacional.
Y fue en su tiempo primero
cuando por tierra se arreaba
viva imagen que llegaba
de la época del cuero.
De graceada o saladero
de las épocas pasadas
que estaban representadas
en los gauchos cimarrones.
Los ariscos redomones
y cerriles novilladas.
Le borró el ferrocarril
aquélla época primera
y cubierta en polvareda
se fue la estampa cerril
se desdibujó el perfil
de los tiempos coloniales
se amansaron los baguales
convertidos en changueros.
Y los gauchos en troperos
arriando entre los corrales.
Contaba el viejo Carmelo
que por el cuarenta y pico
casi que muchacho chico
vino a pisar este suelo.
Se entreveró en el revuelo
de reses y redomones
cuando llamaba a los peones
el recibidor Galván.
De a tres y de a cuatro van
a descargar los vagones.
Una de la madrugada
ya había trenes atracaos
algunos ya habían bajado
o estaban en la bajada.
Llegaban de la Invernada
novillos guampudos malos
que al sacudir a intervalos
el tren en forma violenta.
Sonaban la cornamenta
como si quebraran palos.
Sacan el lote primero
con tres troperos ya alcanza
y con rumbo a la balanza
salen del embarcadero.
Avanzan por un sendero
donde hay un adoquinado
y los caballos herraos
cuando el tropero atropella.
Sacan chispas de la huella
pisando en el empedrado
Ahí se ve el hombre campero
cuando otra tropa se cruza
todos los recursos que usa
para evitar el entrevero.
Ya le coloca el changuero
bien de punta al animal
y le queda el anca igual
como haciéndole costado.
Que cruce el otro ganado
que a salido del corral
Ya después de la pesada
salen rumbo al frigorífico
como un culebrón magnífico
despierto en la madrugada
Saliendo de la Tablada
por el camino empedrado
en un tranco acompasado
salen rumbeando para el Cerro
Entre ladridos de perro
y balidos de ganado
En un inmenso galpón
espera la paisanada
la orden de ser convocada
para cumplir su obligación.
Tomando algún cimarrón
o algún pedazo de asado
salen los que son nombrados
pero a veces hay momentos
Que hay allí más de trescientos
caballitos ensillados
Entre los viejos troperos
estaban los Vizcaíno
los Abadie y Aquino
excepcionales camperos
Ganándole a los luceros
de mil frías madrugadas
activaban las tropeadas
abandonando el fogón.
Los Valdez y Juan Lafón
Reyes y Luis Maurigada
Pedro Pereira de Minas
de los jinetes del Prado
igual que Ruben Cuadrado
que fue campeón de las clinas
Va la estampa campesina
del gaucho Julio Larrosa
y en una paisana prosa
saborean un amargo
Pereira el de Cerro Largo
con los hermanos Barbosa
Esperan junto al fogón
con el caballo ensillado
Colman, Pocholo Delgado
Dupré y el Coco Patrón
Y mojados de cerrazón
porque están a campo abierto
aguantando al descubierto
la lluvia y el tiempo feo.
Los Freire cuidan rodeo
Ramón, Ricardo y Roberto
Alfredo Moreira, el Gallo
junto con Félix Rodriguez
Rogelio Hernández lo sigue
y ya se van de acaballo.
Chamaco Yuñez un bayo
ensillo en la madrugada
y cruzando a la pasada
Lopez, el viejo Agapito.
Silva y atrás Lopecito
que ha ensillado la tostada
Los Urrutia, los Segredo
el viejo Lilo Gonzales
que sabía ensillar baguales
ariscos que daban miedo
Y metido en un enrriedo
de rara conversación
Borgini junto al fogón
habla en italiana prosa
con los hermanos Larrosa
que son de Conciliación.
También varias herrerías
son parte de La Tablada
con historia bien ganada
por la labor de esos días.
Pizatti con maestría
deja los pingos herrados
y Rodriguez afamado
como herrero de los buenos
Trabaja espuelas y frenos
con acero bien templado
Orillando La Tablada
siempre abiertas noche y día
estaban las pulperías
para servir la paisanada
Villar, truco, guitarreadas
pasaban la noche entera
caballos atados afuera
todos los días del año
Lurague, Aguirre, Zatráneo
lo de Hechaín, lo de Olivera.
En lo Salsamendi fue
aquel trágico momento
que quedó en el sentimiento
como un reproche, un porque
Culpa del alcohol se cree
o por el juego tal vez
otros dicen fue al revés
fue por culpa de una china
Cuando el payador Medina
dió muerte al gaucho Cedréz
Me dijo el viejo Carmelo
como extraño La tablada
y una lágrima escapada
borraba con su pañuelo
Solo me queda el consuelo
de la obligación cumplida
pero extraño la sufrida
presencia de los troperos
Que se los llevo el pampero
del temporal de la vida
Queda el camino empedrado
que bajando la ladera
como una inmensa parejera
muestra en su lomo escamado.
El tiempo no lo ah llevado
y es hoy transitada senda
tal vez alguno comprenda
que cada adoquín gastado
Tiene el valor de un pasado
ya convertido en leyenda.