Uruguay lo logró en 2008. Ahora parece soportar la crisis regional actual, pero tiene que tomar decisiones difíciles si quiere evitar golpes duros.
Ing. Agr. Nicolás Lussich.
El desempeño de una economía depende de muchos factores y circunstancias. La conducción macroeconómica es un elemento clave, aunque no el único. Si no hay innovación, buenos niveles educativos, seguridad, el crecimiento económico no será el mejor. También hay factores externos (economías vecinas, mercados globales) sobre los que el país no incide y debe aprovechar (si son positivos) o amortiguar (si son negativos).
Por todo esto, la conducción de una economía tiene que apuntar no solo a crecer a buen ritmo, sino también a evitar las caídas, en particular las fuertes, las crisis. En este plano, Uruguay ha mostrado avances notorios en las últimas décadas, generados en diversas circunstancias.
Mucho surgió de las lecciones aprendidas en la crisis de 2002: el país fortaleció varios aspectos de su economía: un sistema financiero más seguro y robusto, flexibilidad cambiaria, gestión profesional de la deuda, diversificación más allá de la región, etc. También se dio continuidad a definiciones que venían de antes, de la década de los 90: mantener la apertura de mercados y diversificar la economía, promover las inversiones, promover la competencia, etc.
Todas esas cuestiones sumaron para un mejor desempeño económico, que ha puesto al Uruguay en un nivel récord de PIB e ingreso per cápita. Esto se logró superando trances importantes, como la crisis financiera global de 2008-2009. También se logró evitar una caída más fuerte en el año 2015, cuando cambió el entorno global y cayeron drásticamente los precios de exportación.
Hoy, Uruguay está sobrellevando razonablemente los efectos de la crisis regional, en particular la que está instalada en Argentina. Pero la situación está lejos de haberse superado: aún no hemos visto su efecto concreto en la temporada turística y -además- Argentina ha comenzado a competir con más fuerza en mercados donde hasta ahora -por decisión propia- se mantenía casi excluida, como el mercado cárnico.
En el caso de Brasil, la situación también es complicada: más allá del entusiasmo que genera en la comunidad empresarial norteña el cambio de gobierno, el crecimiento sigue flojo y el déficit fiscal insostenible, cercano al 8% del PIB. El gobierno de Bolsonaro deberá tomar medidas de fondo para corregir esta situación, lo que necesariamente tendrá impacto social. Una cosa son las expectativas y otra las realidades.
Así las cosas, Uruguay no puede postergar decisiones relevantes, justamente para prevenir males mayores, para evitar nuevas crisis. La economía está mostrando problemas a varios niveles. Por un lado, su competitividad (la capacidad de ganar espacios en el mercado global) está deteriorada, por asuntos de fondo (falta de capacitación y productividad en la fuerza de trabajo, mercados laborales rígidos, bajos niveles de innovación, etc.) y por un retraso cambiario que deriva de desequilibrios fuertes, en especial en el plano fiscal.
El déficit de las cuentas del Estado se mantiene en torno a 4%; desde el Ministerio de Economía se plantean atenuantes, entre ellos que 1% corresponde a intereses del BCU. Pero aun incorporando estos matices, es un déficit muy alto que aumenta el endeudamiento y -además- no está ayudando al crecimiento, que desacelera. Al mismo tiempo, la inflación está relativamente alta y el empleo ha retrocedido a su nivel de 2007-2008. Es que la gestión macroeconómica ha bajado la guardia en su estrategia prudencial, en su capacidad de prevenir problemas. El déficit fiscal resulta cada vez más difícil de corregir, pues ya se subieron varios impuestos y no bajó. El gasto del Estado es rígido y sube inercialmente, sin muchas posibilidades de revisar gastos a la baja. La inflación cederá, pero seguirá en niveles relativamente altos, sobre todo si se hace una comparación internacional. Y el empleo -el gran integrador social- no tiene perspectivas de mejorar.
Un dato positivo es que la tasa de interés global no subirá tanto como se temía meses atrás (justamente porque se prevé que la economía mundial aflojará su ritmo). Eso puede facilitar el financiamiento del déficit, permitiendo a Uruguay mantener el grado inversor, pero sería penoso que sea una excusa para postergar decisiones de fondo.
Uruguay tiene que procesar una reforma de la seguridad social, reducir el déficit fiscal revisando gastos y mejorar varios aspectos de su capacidad competitiva, mejorando los sectores de servicios (educación, salud, infraestructura), adecuando la política laboral y adoptando una estrategia comercial más activa. Para que las crisis sigan ausentes.
Evitar las crisis es clave para apuntalar los proyectos de negocios bien fundamentados, la innovación y la inversión. Se trata de achicar el espacio a las estrategias cortoplacistas y de alto perfil especulativo, y alentar el desarrollo a largo plazo. Para los agronegocios, donde los proyectos exigen plazos de muchos años, esto es fundamental.