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Competitividad y reformas

La economía uruguaya se recuperó de la pandemia y enfrenta ahora problemas de competitividad que vienen desde antes de la llegada del virus. Es importante superarlos para mejorar los ingresos y la calidad de vida. El impulso para nuevas reformas es bienvenido

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Los últimos datos de la economía global y local, van confirmando que el escenario para la actividad y los agronegocios no es tan auspicioso como en la primera parte del año. Los principales motores de la economía global enfrentan problemas diversos y el FMI redujo la proyección de crecimiento para EEUU, China y la zona a Euro a 2,3%, 3,3% y 2,6% respectivamente.

Europa está enfrentando los problemas que acarrea el aumento de la inflación, que afecta el consumo, al tiempo que se avecina el invierno con una situación de alta incertidumbre en la provisión de energía por el conflicto con Rusia. En China, a los problemas generados por la política Covid Cero se suman incertidumbres financieras en el sector inmobiliario y las incertidumbres geopolíticas por Taiwan y sus derivaciones. Y EEUU aumenta la tasa de interés para bajar la inflación, mientras mira de reojo la marcha de la economía: el PBI cayó por dos trimestres seguidos, pero el mercado de trabajo sigue firme. En consecuencia, el dólar se ha fortalecido a nivel global, lo que hace retroceder los precios de acciones y productos, aunque con alta volatilidad.

Así, los precios récord quedaron atrás y ahora los mercados buscan un nuevo equilibrio - si es que eso existe- que arbitre el menor crecimiento global y el fortalecimiento del dólar. En Ucrania el conflicto sigue y -si bien el acuerdo para permitir embarques de grano desde el Mar Negro es alentador- lejos está esa zona del mundo de la estabilidad. Muchos precios han vuelto a niveles pre-guerra, pero con un dólar más fuerte (son valores mayores en términos reales). En Uruguay, sin embargo, el fortalecimiento del dólar no es tal.

Dilemas locales

La moneda estadounidense subió 3% en julio, pero está 6% por debajo de su nivel de un año atrás, lo que sumado a una inflación que no cede (9,6% anual, gráfica) implica que el dólar ha caído 15% real en el último año. De manera que el gran empuje exportador -con ventas que aumentan 36% en dólares- se modera a un 20% real (cuadro). Era esperable que el dólar baje, pero comienzan a vislumbrarse problemas de competitividad por precio, tal como muestra la evolución del tipo de cambio real que calcula el Banco Central.

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Aún con el crecimiento de las exportaciones de bienes, una vez superada la pandemia la economía vuelve a enfrentarse a problemas de competitividad estructurales, que ya estaban presentes antes de la llegada del virus, y qué hacían retroceder el empleo entre 2016 y 2019. El mercado de trabajo retomó los niveles pre pandemia, pero en los últimos meses muestra estancamiento y cierto retroceso (gráfica).

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Las exportaciones mejoran el empleo de manera contundente, en cantidad y calidad (salarios promedio mayores), en Montevideo y –particularmente- en el resto del territorio. El gran aumento en los volúmenes de exportaciones de granos seguirá impulsando la actividad, aunque la caída en la faena hará que la actividad asociada a frigoríficos merme transitoriamente.

La economía uruguaya tiene múltiples factores de dinámica y el agro está entre los principales, pero otros sectores aún tienen problemas. El turismo está expuesto a la crisis argentina, con un tipo de cambio paralelo que achica la llegada de argentinos y motiva a los uruguayos a cruzar los ríos. La diferencia cambiaría con Argentina no puede subestimarse y en los recientes anuncios del nuevo ministro Massa no hubo la menor mención a una normalización cambiaría, de manera que el desbalance cambiario persistirá y amenaza la próxima temporada. Por otra parte, en Uruguay la mayor inflación y el mencionado estancamiento del mercado de trabajo limitan la expansión del comercio y consumo internos, que aún no se recuperan totalmente de la pandemia, en especial en algunos sectores.

Aún con estas dificultades, el gobierno mantiene la iniciativa de impulsar reformas que considera imprescindibles y que - más allá de la coyuntura económica- son claves para mejorar la competitividad de la economía en el mediano y largo plazo.

Discusiones que importan 

En la enseñanza la ANEP impulsa cambios para enfatizar la educación en base a competencias, entendidas como las capacidades necesarias para desempeñarse en un mercado de trabajo cada vez más exigente y cambiante. Si bien la educación no solo se remite a educar para el empleo, mejorar las capacidades laborales de la población es fundamental para tener una economía más productiva y competitiva.

La reforma educativa puede tener –naturalmente- aspectos discutibles, pero hay que diferenciar muy bien los cuestionamientos técnicos, bien fundamentados, de la resistencia de grupos de interés, corporativos o sindicales, que se oponen a los necesarios avances.

Algo similar puede plantearse respecto a la reforma de la seguridad social, de enorme importancia para la economía y la sociedad. El anteproyecto parte de principios difícilmente criticables, como hacer un sistema más justo y financieramente sostenible, promoviendo cambios de manera gradual, como es típico en los procesos de cambio en Uruguay. La propuesta tiene un alcance tan amplio que se dudaba que el gobierno la impulsara durante esta administración. Primó la impronta del Presidente, que se vuelca más a la iniciativa política que al cálculo político.

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Es una actitud bienvenida, más allá de las genuinas discusiones y argumentos que pueden contraponerse. También en este caso hay que separar las críticas constructivas de los intereses corporativos. La reforma de la seguridad social es muy relevante porque –en el fondo- es una reforma en las condiciones de empleo, en la medida que cambia - a mi juicio mejora- la manera en que los trabajadores y el Estado establecen el acceso a la jubilación y su financiamiento.

De todas formas, esto no debería soslayar la necesidad de seguir avanzando en reformas laborales, tal como está planteando la OIT. Las relaciones laborales en Uruguay aún tienen vicios negativos. Garantizados los derechos sindicales -un claro logro de las administraciones anteriores- es clave avanzar para evitar abusos y desbordes, como notoriamente sucede en el sector lácteo, frigorífico, en la pesca y en otros sectores.

También es alentador que se mantenga activa la agenda comercial, a pesar de que los resultados no son inmediatos. En la medida que bajan los precios, los aranceles comienzan a pesar más en los números de los exportadores-importadores. Además, nuevos acuerdos comerciales habilitan nuevas oportunidades de negocios para sectores existentes u otros que surjan por la propia dinámica comercial. La que quedó a un lado –esperemos que transitoriamente- es la Reforma del Estado en el capítulo referido a la carrera funcional, que se está impulsando desde la ONSC. Se presentará el año próximo.

Más allá de estas reformas estructurales, no hay que perder de vista los problemas de actuales de competitividad precio. En los años 90, tanto en Argentina como en Uruguay, los planes de estabilización lograron visibles avances en sus primeros años de aplicación, y el entusiasmo llevó a pensar en reformas denominadas “de segunda generación”, algunas de las cuales se concretaron (energía), otras no totalmente (educación). Se soslayaron los problemas latentes de competitividad que emergían por el retraso cambiario, que luego debió corregirse de manera drástica, con crisis. Si bien hoy la economía uruguaya está más robusta que en aquellos tiempos y hay flexibilidad cambiaria, no sería bueno tropezar de vuelta con la misma piedra.

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