Un país nunca es un país. Siempre, en todos lados, la vida de un estado-nación es la mezcla de muchas realidades distintas, unidas por ciertos conectores culturales, políticos, identitarios. Las viejas redacciones de los diarios, casi en extinción, eran tal vez el mejor lugar para entender este fenómeno. En el caso de este autor, el haberse criado en ese ambiente le permitió conectar, con dos realidades que son las que dan razón de ser al país: el puerto y el agro. La cercanía entonces con dos referentes periodísticos de esos rubros, don Emilio Cazalá y Javier Pastoriza, nos expuso a mundos que son lejanos y opacos para la mayoría de los uruguayos.
La culpa, hay que decirlo, es más de los actores de esos mundos, que de la sociedad. Claro que después cuando esa sociedad toma decisiones políticas que terminan dañando a los primeros, los lamentos llegan tarde.
El discurso en el cierre de la ExpoPrado del presidente de la ARU, Rafael Ferber, hizo mucho por romper con esa barrera. Fue breve, práctico, didáctico. Pero además mostró cómo muchos de los problemas que afectan al sector agropecuario, también frenan a la mayoría de las áreas de la economía. Allí estuvieron el déficit fiscal y el atraso cambiario, sí. Pero también el tema de los combustibles, las regulaciones estatales, el precio del boleto, el marco laboral, el rol de los sindicatos, el fanatismo ambiental. Incluso mostró con datos que si bien la tradición es un valor clave en el agro, la innovación en los últimos años ha sido espectacular. “Las exportaciones de carne, entre 1995 y 2001 juntas, van a ser similares a lo que se va a facturar este año por ventas al exterior”, explicó Ferber. Seis en uno. En apenas 30 años.
En los últimos tiempos otro columnista del diario, Juan Martín Posadas, ha hablado mucho de que Uruguay son dos países. No apelando a la trillada división campo/ciudad, sino que hay un Uruguay que está inserto en el mundo actual, optimista, que confía en su esfuerzo como forma de superación, que apuesta a invertir y a innovar. Y otro que mira más para atrás que para adelante, que está enojado en el mundo moderno, que busca aferrarse a recetas que pasaron de moda hace décadas. Y que cree que el estado tiene el poder de mantenernos en una burbuja a salvo de los cambios.
Pocas expresiones más claras de ese Uruguay que el discurso del ministro de Ganadería, Alfredo Fratti.
Largo, entreverado, cascarrabias. Casi una hora de pase de facturas, reclamos y enojos. Pero, sobre todo, la permanente reivindicación de una forma de entender el país, y el rol del estado, que está perimida en todo el mundo. El ejemplo más claro, la reivindicación de una manera de entender la vida rural, y las políticas públicas en materia de colonización, más anacrónicas que el fax. No es un tema de intenciones, todo el mundo querría que más gente pueda prosperar en el ambiente natural de nuestro principal sector económico. Pero creer que el estado invirtiendo cifras pornográficas de dinero que no tiene, va a convencer a las nuevas generaciones de afincarse en el medio rural, es una muestra de todos los peores pecados que puede tener un jerarca público: voluntarismo, desconexión con la realidad, desprecio por el dinero del contribuyente. La nueva generación, esa de tik tok, de la motito, del celular, no se va a quedar en el campo porque el estado le ceda cosas. Lo va a hacer si ve que tiene chance de desarrollarse y prosperar de forma genuina. ¿Es invertir 40 o 50 millones de dólares en un campo para beneficiar a una veintena de colonos, la manera más inteligente que tiene el estado de lograr ese desarrollo genuino?
El problema cuando vemos episodios como éste, como el Portland de Ancap, la crisis en la pesca, o el debate sobre los cambios en el transporte, es que la política parece más preocupada por los grupitos de presión con mirada de corto plazo, que por asentar bases firmes para el desarrollo genuino. De nuevo, un país nunca es un país. Pero si hay una ventana que nos permite ver lo que puede lograr Uruguay apostando al futuro, en vez de enojarse con él, es el sector agropecuario actual. Hay que animarse.