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Una ganadería precapitalista

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CAMILA_ALDABALDE

Un constructor cobra por una obra un millón de dólares, lo deposita en un banco y el banco se lo presta a alguien que quiere poner una panadería. El futuro panadero requiere los servicios del constructor al que paga el millón de dólares por su trabajo y éste nuevamente lo deposita en el banco.

Con esta maravillosa parábola explica Yuval Noah Harari en su libro de Animales a Dioses el funcionamiento del capitalismo moderno y su arma secreta: el crédito.

El constructor confía en que tiene sus dos millones seguros en el banco, el panadero confía que su proyecto le permitirá devolver el millón que debe y el banco está seguro que el futuro del panadero terminará haciendo que los dos millones terminen por existir.

Para que este milagro ocurriera se necesitaron dos cambios de chip en la historia de la humanidad. Que no fuera necesario comprar algo tangible y que la riqueza pudiera ser creada.

No fue sino hasta el siglo XVIII en el que la revolución industrial demostró que poner dinero para construir una fábrica inexistente era jugar y cobrar. Mucho después ocurrió que parte de los seres humanos (el actual primer mundo) se convencieran de que todo tiempo pasado fue peor dejando la pobreza para aquellos que todavía actúan como si la vida fuera el 5 de Oro.

El marxismo y su lucha de clases mantiene todavía viva la convicción de que los ricos son ricos porque los pobres son pobres. Cuando la riqueza no se puede multiplicar es lógico pensar que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre en el reino de los cielos.

La riqueza que manejaron los seres humanos fue una constante hasta el siglo XVIII por culpa de convicciones paralizantes... El nacimiento del liberalismo y sus héroes austríacos y estadounidenses permitieron, al menos a algunos países, liberarse de estos atavismos, levar anclas y poner rumbo al crecimiento de nuestras sociedades.

Si hacemos un aterrizaje forzoso de la lógica que les propongo a la realidad ganadera de nuestro país veremos algunas similitudes.

La producción física ganadera es un número fijo como la antigua riqueza y el estancamiento es proverbial. No tenemos un panadero que crea en su proyecto y mucho menos un banco que confíe en el panadero.

No creemos que haya un mañana porque los que contrataron un agrónomo se fundieron. Porque si los créditos se regalaran habría 50 maneras diferentes de “reconversión” del ganadero en un sector huérfano que no tiene una voz autorizada y que provoca esta pandemia de adolescencia tecnológica. Sólo perduran en el tiempo las tablas de la ley que Rovira y Voisin entregaron a nuestro Moisés.

Finalmente, el banco no cree en el panadero porque no sabe nada de panadería. El aislamiento que nos enorgullece por ser los únicos que saben de campo, es el Santo Grial inalcanzable para un pobre citadino. Hablamos entre nosotros, solo vale la pena escuchar a los pares y los de afuera son de palo si como yo, mi bisabuelo, abuelo y padre fueron productores ganaderos. Porque cuando finalmente decidimos construir la panadería lo haremos en cómodas cuotas dejando para dentro de unos años la adquisición del horno y le echaremos luego la culpa de nuestro fracaso a que este negocio es riesgoso, pero poco rentable.

Debemos barajar y dar de nuevo en ganadería. Se necesita que creamos en nuestro negocio para lo cual es imprescindible luchar por otro tipo de oferta tecnológica privada y basada en la economía. Pero hay una tarea que podemos hacer solos y es la que propone el filósofo Axel Honneth: y es que el optimismo es una obligación moral.

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