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De arar con bueyes en Canelones, a cosechar con mega máquinas en Australia

La historia de José Luis Del Pino empezó en Canelones, siguió en Australia y no sabe donde terminará...

José Luis Del Pino es de Sosa Díaz, Canelones, y hace cuatro años y medio está en Australia trabajando
José Luis Del Pino es de Sosa Díaz, Canelones, y hace cuatro años y medio está en Australia trabajando<br/>

Esta historia me la tomé a pecho porque lo conozco personalmente y doy fe de todos los cuentos. Al “manda” lo conozco hace añares, lo trajo un primo a la familia y lo queremos como tal. Durante mis primeros años de facultad en Montevideo vivía con dos primos y un hermano en un apartamento en el Prado. Ellos estudiaban agronomía, a dos patadas de la universidad, razón por la cual la casa pasaba repleta de amigos. Uno de ellos era el “manda”. Le dicen mandarina, apodo que ganó, tengo entendido, por la gran ingesta del fruto en algún viaje de facultad... pero puede que me equivoque. Manda pasaba mucho tiempo en casa, porque para llegar hasta la facultad, debía tomarse el tren en Empalme Olmos y después un ómnibus. Era un gran tironcito... para agradecernos la hospitalidad dos por tres caía con una bolsa con zapallos, calabacines, papas... e ainda mais. Así que sí, el manda es un crack de la vida, y su historia vale la pena. Acá va.

José Luis Del Pino se crió en una zona rural llamada a Sosa Díaz, que pertenece a Atlántida, en Canelones. Fue a la escuela rural N° 169 Sosa Díaz, ubicada a tres cuadras de su casa, pero tiene más recuerdos de trabajo que de estudio. “No mirábamos dibujitos”, me dijo.

Iba a la escuela de 10 a 15 horas, pero antes se levantaban temprano por si había algo para hacer “en las casas” y siempre se ayudaba. Cuando llegaba de la escuela era lo mismo.

Con sus hermanos jugaban a que los marlos de los choclos eran vacas y pasaban rato rematando choclos, perdón, ganado en las ferias que armaban. La tardecita era la hora de acomodar a los animales: le daba de comer a los chanchos, ataba a los terneros, arrimaba las vacas, los caballos o los bueyes. En la medida que se hacía más grande, crecían también las responsabilidades. Así, en la época de plantar boniato o maíz, llegaba de la escuela e iba a hacer las tareas.

En su casa trabajaba toda la familia y hacían todo tipo de chacra agrícola: se plantaba mucho boniato, maíz, se ordeñaban las vacas a mano, había ganado de carne y cargaban chanchos para el matadero. Su padre tenía un camión y hacían fletes de ganado. Se vivía de eso. Trabajan con bueyes. Se plantaba boniato y los arrancaban del suelo con bueyes. Si bien había un tractorcito, siempre se trabajó con bueyes. Mientras uno araba la tierra, el otro acarreaba agua o maíz para “las casas”.

José Luis Del Pino es de Sosa Díaz, en Canelones y toda su vida trabajó con bueyes.
José Luis Del Pino es de Sosa Díaz, en Canelones y toda su vida trabajó con bueyes.

Cuando empezó el liceo comenzó a agarrar changas por fuera de su casa; todo lo que le salía él aceptaba y las hacía cuando tenía tiempo. En las vacaciones del liceo iba a trabajar con alambradores, arreglaba la jardinería de Atlántida y un verano trabajó de monteador y hasta hizo la temporada en un supermercado de Las Toscas.

También tenía una pequeña producción propia para vender en el mercado y hacerse de unos pesos: plantaba boniato, zapallo, zapallitos, melones y tenía unas vaquitas… “y así me fui revolviendo”, recordó.

“Hice todo el liceo así con la venta de las verduras, hasta que llegué a la facultad. Se puede decir que la empecé bien, pero después se fue complicando hasta que le perdí el hilo. Decidí abandonar y empecé a agarrar trabajos hasta el momento en el que me vine para Australia”, señaló Del Pino.

Su pasaje por la facultad de Agronomía lo recuerda como una de sus grandes hazañas. “Fue tremendo. Si bien no terminé ni me recibí, todo lo que cursé y aprendí fue lo más lindo que me pasó hasta hoy, por toda la gente que conocí y los amigos que me hice. Eso me abrió la cabeza”, destacó.

Hasta que un buen día llegó el momento de tomar la decisión de irse o quedarse: “La decisión fue rara. Tenía unos amigos de facultad que estaban en Australia. Hace cuatro años y medio atrás, el país pasaba por un momento no muy bueno, estaba todo para abajo... un día conversaba con un amigo que estaba en Nueva Zelanda trabajando en un tambo y se me dio por preguntarle cuánto le estaban pagando. ¡Cuando me dijo se me abrieron los ojos! Al mismo tiempo hablaba con otro amigo que estaba en Australia y le dije ‘che me voy pa’ Nueva Zelanda’, así sin pensarlo y sin estar seguro de lo que estaba diciendo. El me dijo: ‘no, venite para Australia conmigo que te ayudo con el inglés’”, contó.

José Luis Del Pino

La barra de amigos le dio para adelante desde el primer momento. En su casa, su madre se puso triste cuando le contó y sus hermanos también, pero de todas formas lo alentaron a viajar.

No quiso desaprovechar la oportunidad: “Bueno, me voy”, respondió el mensaje. “La oportunidad estaba ahí, tenía un amigo esperándome que me iba a ayudar con el inglés, tenía el pasaporte italiano y no tenía muchos requisitos para el pedido de la visa. Lo hice sin pensar. Esa noche pedí que me ayudaran a sacar la visa y ahí empezó todo. Fue sin pensarlo, pero fue seguro. Y acá estoy, en un viaje que era de cuatro meses, pero que ya son cuatro años y medio”, señaló.

José Luis Del Pino

Anécdotas del viaje. Al manda le han pasado cosas insólitas. Tres años atrás sus padres le mandaron un documento que debía ser firmado por él, pero como en Australia no existe la profesión de escribano, debió acudir a la embajada uruguaya ubicada en Sydney.

Mientras conversaba con una mujer a la que le explicaba su situación, se acercó un hombre de la oficina de al lado que había escuchado el diálogo. “Podrás creer que el hombre era de Atlántida y conocía perfecto la zona de casa porque fuimos vecinos cuando éramos niños. ¡Nos conocía a todos! Me solucionó el papeleo... uno anda por cualquier lado y siempre se topa con un conocido”, contó.

Para llegar a Australia debió hacer escala en Nueva Zelanda y allí le dieron un papel en el que debía declarar lo que llevaba. Cuando se bajó en Australia pasó por una ventanilla en la que le preguntaban diferentes cosas. “Qué iba a hablar si no cazaba nada, tenía el papel vacío en la mano. Los locos me hablaban y yo solo decía: ‘no speaking english’. Miraron el pasaporte y, claro, me dieron una cartilla en italiano, ¡peor! Así estuve un rato, el policía se enojó porque no hablaba inglés, pero tampoco italiano. Yo solo decía ‘spanish, spanish’. Al rato pude conectarme al Wifi del aeropuerto y mis amigos de Uruguay, que allá eran como las dos de la mañana, estaban esperando que llegara; habían bajado una aplicación para rastrear mi vuelo… les saqué foto de la cartilla y me pasaron qué responder en cada pregunta. Así llené el papel. Pero resulta que también se me había perdido la valija. Empecé a hacer señas a los loquitos que están con el chalequito, pero nadie entendía nada... le hice seña con la mano a otra señora para saber dónde estaba mi valija y me preguntó qué lengua hablaba, le digo ‘spanish’. Resulta que era una brasilera que sabía un poquito de español porque el marido de la hermana era de Colonia y ella conocía algo de Uruguay. Me llevó a donde estaba la valija en el aeropuerto. Pasé por una fila de gente, me echaron para el costado y me hicieron firmar un papel que nunca supe que era. La puerta decía ‘exit’, pero como no sabía qué era salí para atrás y los policías me empujaron para adelante. Llevaba dulce de leche y yerba para mis amigos, y un facón que hasta el día de hoy lo tengo”, contó.

José Luis Del Pino

La estadía. Recuerda que los primeros meses fueron muy duros. No sabía nada de inglés y tampoco tuvo margen para estudiar, porque en cuestión de un mes y medio estaba en suelo australiano.

“Apenas entendía algunos carteles, las personas me hablaban y para mí era un barullo lo que hacían: no tenía idea lo que me estaban diciendo”, recordó.

Al año de estar en Australia se separó de su grupo de habla hispana y se quedó en una farm (estancia) solo.

El camino ha sido largo y las paradas, por suerte, vienen siendo varias. Ha hecho de todo un poco: cosechó trigo, lupino, cebada y avena, ha hecho fardos, plantado papas en arena y manejado maquinaria de último nivel.

“Hicimos un roadtrip -viste que así le dicen- por Tanzania. Fue como quien ensilla el caballo y sale... cuatro meses trabajamos en una farm de strawberry (¿eso es frutilla, no?) y black no sé qué... blackberry, eran moras. Después vinimos con trabajo a una farm de papas: 30 mil hectáreas de arena, era como plantar papa en la orilla de la playa. Eran 1200 has de papa regadas todas con pivot. Habían como 3000 cabezas de vacas y unas 14 mil ovejas. Eran como 30 tractores todos John Deere. He conocido gente de 24 países, los llevo anotados. He trabajado más que de sol a sol, porque acá se meten muchas horas y cada seis semanas me voy al pueblo”, contó.

Ahora se encuentra trabajando en el oeste de Australia, en una farm de una compañía muy grande que está pegada a la playa. En total son 100 mil has repartidas en 10 farm en el este y oeste del país. En donde él trabaja son 15 mil has y 12 mil son arables, por lo que se hace todo agricultura: canola y cebada. Tienen siete cosechadoras y cuando entró a trabajar seis de ese total eran nuevas. “Agarré una de 300 y pocas horas y se me caía la baba”, contó.

Actualmente está tirando cal arriba del rastrojo de canola para plantar trigo. En ese lugar, por el clima, no se plantan cultivos de verano como en Uruguay.

Hoy por hoy, se revuelve con el inglés, consigue trabajo, entiende y se hace entender. Si bien es consciente de que, con el tiempo que lleva en Australia debería “andar volando” con el idioma, reconoció que siempre está trabajando solo y en el medio del campo: “veo cómo hablan y repito”.

La idea es trabajar un poco más y volver a Uruguay para trabajar como productor rural.

“Ya estoy queriendo pegar la vuelta. El tema es que acá tengo trabajo, siempre me mandan mensajes para ver si estoy disponible. Australia va a estar toda la vida y siempre va a haber trabajo, pero los años pasan y no vine para quedarme”, contó.

Lo mejor de Australia es toda la gente que ha conocido. Como dijo, conoce gente de 24 países, lo tiene anotado. Ahora no es demasiada la limitante del idioma, pero antes, por más que quisiera conversar no podía, “pero vas aprendiendo a comunicarte”.

Sin embargo, “Uruguay es Uruguay y se extraña todo”: la casa, los amigos, las reuniones de los fines de semana, las costumbres y hasta la carne: “la carne de acá es diferente; la carne uruguaya está muy arriba, es muy superior”.

El próximo 23 de octubre se le vence la visa, pero también es cuando empieza “la época más linda”: la cosecha.

“Quizás esta sea la última vez en mi vida que me goce arriba de una cosechadora unas 12 o 14 horas, así que capaz intento sacar otra visa para llegar a diciembre. Teniendo visa siempre está la posibilidad de volver...”, expresó con una risa pícara.

Gracias a los frutos de su trabajo en Australia José Luis se compró una fracción de cinco hectáreas pegada a su casa en Canelones y está ahorrando para volver a invertir.

Es Licenciada en Comunicación, egresada de la Universidad ORT en 2017. Trabaja en Rurales El País, sección a la que ingresó en agosto de 2020. Antes fue periodista agropecuaria en El Observador y productora en el programa radial Valor Agregado, de radio Carve. Escribe artículos para la revista de la Asociación Rural y se desempeña como productora del programada #HablemosdeAgro, que se emite los domingos en Canal 10.

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