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Columna del Ing. Agr. Nicolás Lussich: "Los tambos están en problemas"

Aumentar la productividad no fue suficiente para evitar la salida de muchos productores e industrias que sufren los altos costos.

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Tambo en Florida. Foto: El País.

Ing. Agr. Nicolás Lussich | [email protected].

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Mientras la ganadería atraviesa un momento excepcional por los altos precios, la forestación aguarda el proyecto UPM y la agricultura busca recomponerse después de la buena cosecha, la remisión de leche cae cerca de 10% interanual, luego del récord de 2018. Costos altos, precios estancados y un nivel récord de vacas lecheras a faena, son las causas que explican el retroceso. A esto se suma el clima, que ha jugado en contra con excesos de lluvia y barro.

Aunque sea paradójico, las industrias y los tambos han logrado sobrellevar la mala situación produciendo más, lo que diluye costos fijos y aumenta la productividad de la inversión y de los trabajadores. Pero esta estrategia tiene un límite si la escala no es suficiente y terminan siendo los más chicos los que caen, tanto en la industria como en el campo.

El sector lechero fue de los que más creció en los últimos años, resistiendo el “embate” agrícola y aumentando la producción de manera impactante: el año pasado la remisión superó los 2.060 millones de litros, marcando un nuevo máximo histórico. Al comparar la producción industrial entre lácteas y frigoríficos, mientras éstos recién ahora están recuperando el nivel de actividad que tenían 12 años atrás (y ahora la faena baja), la industria láctea creció 60% en el mismo período, impulsada por el aumento de la producción en los tambos y las inversiones en capacidad de procesamiento. Pero no todas las industrias ni todos los productores pudieron sostener el ritmo y dejaron el rubro.

El sector logró colocar la producción en diversos mercados y es de los rubros más dinámicos en este sentido. La apuesta a Venezuela (condicionada por la decisión política del gobierno uruguayo) tuvo muy buen retorno mientras duró, pero terminó con un pesado costo: una deuda por US$ 30 millones aún sin cobrar. Mientras, el sector lácteo no tiene el beneficio de un mercado como es el chino para la carne, comprando ‘en toda la línea’ y casi sin límites (la demanda ya venía firme y se sumó el efecto de la peste porcina). Para la producción de leche del Uruguay, China es -por ahora- un mercado secundario, siendo Brasil, Argelia y Rusia los principales compradores. En lo que va del año las exportaciones totales de lácteos son similares a las del año pasado; al cierre de 2018 sumaron casi US$ 700 millones (4to. Rubro en monto).

Esto no quiere decir que el escenario permanezca inalterado: el gigante asiático ya ha manifestado más de una vez su intención de ampliar las compras de lácteos uruguayos y un modesto avance para ellos puede implicar un empuje clave para nosotros.

En cualquier caso -y también mostrando diferencias con el sector cárnico- en lácteos la competencia es más agresiva: Nueva Zelanda es marca referente en China, y EE.UU. y la UE son grandes productores y exportadores, con escasas o nulas importaciones desde Uruguay. El posible acuerdo Mercosur-UE luce más auspicioso para la carne que para los lácteos.

La demanda global crece paulatinamente, pero también lo hace la producción. De manera que el aumento de la demanda china no implicaría -necesariamente- precios mayores. Esto puede cambiar si la crisis por la fiebre porcina se extiende y afecta ya no solo a China (que ya eliminó el 20% del rodeo porcino, unas 100 millones de cabezas) sino a otros países asiáticos relevantes. Si la crisis sanitaria se profundiza y el precio de la carne se sigue afirmando (ya subió 40% en el último año), los precios de los lácteos deberían -tarde o temprano- ajustar su relación con los de la carne y subir.

Sin embargo, para muchos tamberos ya es tarde: decenas de productores decidieron liquidar y mandar sus ganados a frigorífico en los últimos meses. Los remitentes ya son menos de 2.500, una caída de más de 500 en 5 años. Es una situación triste, porque las lecheras están para llenar los tanques de frío y las cisternas con su notable producción diaria de leche, producto de persistente mejora genética. Pero los números mandan y -para muchos- hoy es bastante más atractivo realizar el capital en carne que seguir apostando a una producción con escaso o nulo retorno.

Además de la pérdida de producción y establecimientos, se va perdiendo una cultura de trabajo esforzado, planificado, complejo, que tiene un valor social muy grande. Conducir un tambo implica manejar muchos factores al mismo tiempo: costos, clima, mercados, sanidad, manejo de suelos y ganados. Bastante más movido que una industria manufacturera mediana en cualquier ciudad. Con cada tambo que cierra salen del sector personas que conocen la producción en aspectos que no es fácil adquirir en otros ámbitos (académicos, o en otros rubros). A diferencia de otras producciones, a la lechería no se regresa fácilmente.

Aquí es donde los discursos se divorcian de las realidades: si hay una política social con retorno a varios niveles, es la de ayudar a mantener en el campo a la gente que tiene vocación productora. No para resolverle todo, pero sí para darle una mano y aflojarle la cincha con costos y exigencias que se han vuelto insostenibles. Desde el Estado algo se ha hecho, pero los modestos aportes a través de medidas paliativas sectoriales (rebajas en tarifa eléctrica, crédito) han sido superados por los excesivos costos generales que impone un funcionamiento estatal tan ambicioso como poco eficiente.

Lo mismo puede decirse de las pérdidas de empresas industriales, donde PILI ha sido la más notoria pero no la única. Una política laboral desacoplada de la realidad sectorial (con sindicalismo radicalizado), junto con costos de tarifas, regulatorios e impositivos exacerbados, y pocos avances comerciales, son las principales causas del retroceso.

Hay una tensión emergente entre productores e industria (con el liderazgo inequívoco de Conaprole, que marca las referencias para el resto), pues los tamberos plantean que no están recibiendo todo el aumento reciente en el precio internacional. Sin embargo, los datos del INALE muestran que el precio al productor es 57% del precio final industrial, cuando el promedio histórico está en 59%, no muy lejos. Es que los precios salieron del pozo pero -hoy- no se apartan mucho de los modestos promedios históricos (3.000 US$/ton para la leche en polvo). En todo caso, los problemas del sector están más fuera que dentro de la cadena agroindustrial láctea.

Guillermo Crampet

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