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La “otra campaña” en Uruguay...

La última cosecha agrícola ayudó a sacar la economía de la recesión. El agro sigue siendo central en el desempeño económico del país y está reclamando mejorar la competitividad. Escuchar y responder es clave para evitar una crisis, sea cual sea el próximo gobierno.

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Nicolás Lussich.

Nicolás Lussich | [email protected]

En un escenario general de estancamiento, la economía uruguaya atravesó una leve recesión entre fines del año pasado y principios de este año, para luego mostrar una también leve recuperación en el segundo trimestre (abril-junio) de 2019. Esto se logró -entre otros factores- por la recuperación de la producción agrícola, con una cosecha de soja que volvió a tener muy buen rendimiento y una producción récord de maíz. Como sucede habitualmente con el agro, el aumento en su producción multiplica actividad por todos lados: la cosecha impulsó al PBI a través de una recuperación en los servicios de transporte, por los mayores volúmenes de grano cargados. Y así sucede con otros servicios y actividades; el agro es importante por sí mismo y aún más por su efecto multiplicador. Esto no logra captarse bien por las Cuentas Nacionales sobre las que se calcula el PBI, que muestran al agro cubriendo menos del 10% del total y en baja. En realidad, esta tendencia debería preocupar a toda la economía y la sociedad.

Sin embargo, en esta campaña electoral, la política sectorial agropecuaria no parece ser uno de los asuntos principales. Más allá de algunos puntos importantes y polémicos, como la tributación a la tierra, la política de colonización, la incorporación de biotecnología (transgénicos) y otros, hay consensos en seguir apuntalando la trazabilidad, los planes de uso del suelo para cuidar los recursos, la atención a productores familiares, etc. En el campo causan más preocupación los problemas generales de la economía: la política tarifaria, la laboral, las limitaciones en el acceso a los mercados y -en síntesis- la falta de competitividad. El presidente de la ARU, Gabriel Capurro, transmitió con claridad estas preocupaciones en su discurso del Prado.

En tiempos políticos-partidarios álgidos, hay un problema adicional que pasa por cómo se interpreta -desde la política- lo que ocurrió y ocurre con la economía y el agro. El sector agropecuario lideró el crecimiento del PBI entre el año 2006 y el año 2014. La expansión de la agricultura, acompañada de la forestación y la lechería -junto a un sector ganadero que se mantuvo estable pero firme-, llevaron a un fuerte aumento de la producción y del ingreso por exportaciones para el Uruguay. Hubo otros factores (Brasil y Argentina andaban mejor, se expandió la energía eólica, etc.), pero el agro fue central y Uruguay tuvo en aquel período un escenario externo extraordinario que permitió una mejora en el ingreso como no ocurría hace mucho tiempo.

Eso coincidió con aciertos políticos del primer gobierno del Frente Amplio. La reforma tributaria aplicada en el año 2007 se hizo con profesionalidad, fue coherente con las propuestas del partido que asumía, con la inclusión del IRPF -en democracia es valioso que se haga lo que se promete- y además simplificó la estructura tributaria y facilitó la inversión. También fue clave la gestión financiera (con Astori en el ministerio de Economía), reduciendo vulnerabilidades que aún ostentaba el Uruguay luego de la crisis 1999-2002; se extendieron los plazos de la deuda estatal, se pagó al FMI y se compuso un gasto estatal razonable, que apuntó a resolver los aspectos más urgentes de la situación social. Asimismo, el tipo de cambio flexible amortiguó los peores efectos de la crisis financiera global 2008-2009.

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Con el gobierno de Mujica las cosas cambiaron: el gasto del Estado siguió de largo e incluso aceleró, en un contexto de altísimos precios internacionales en dólares que parecían permitirlo todo. Dicho gasto, además, tuvo poco de inversión y mucho de ineficiencia; asimismo, se plantearon ambiciosos objetivos sociales (salud, jubilaciones, condiciones laborales) sin pensar demasiado en cómo sostendría eso la economía. El problema se expuso a partir de 2014/15 con la caída en los precios externos de la mayoría de los productos, que llevó a una baja en el área agrícola y a dificultades serias en la lechería, entre otros problemas. Las exportaciones cayeron, pero el gasto estatal siguió de largo.

Ante el cambio de escenario el sector agropecuario comenzó a procesar un ajuste inevitable, pero el resto de la sociedad pareció no enterarse: el salario medio siguió aumentando, el tipo de cambio se retrasó fomentando el consumo y los serios problemas de competitividad quedaron en segundo plano. ¿Sería que los problemas del agro eran particulares y la economía seguía robusta con otros sectores dinámicos? No: si bien hay otras actividades que muestran dinámica, no alcanza para un cambio estructural: el agro sigue siendo clave y está complicado, lo mismo que la industria y el turismo.

El creciente déficit fiscal y los fracasados intentos de ajuste ocurridos en esta segunda administración del Dr. Vázquez (con Astori viendo como las vulnerabilidades vuelven) son ejemplo de que en el gobierno el rol que tuvo el agro en los años de gran expansión no se entendió, o no se quiso entender. Y es lamentable porque la política -además de la doble condición de ser transformadora de la sociedad y herramienta de gestión de poder- tiene que tener otra capacidad clave: entender y explicar a toda la sociedad, con ponderación y amplitud, las cosas que nos pasan. En este plano y con el agro, a los gobiernos del FA no les fue bien. No en vano el exministro Tabaré Aguerre -el principal que tuvo el FA en el MGAP, y conocedor del asunto - pasó tanto o más tiempo explicando en la interna del gobierno el rol del agro moderno, que ejecutando efectivamente las políticas.

Los datos de la economía (estancada, con déficit fiscal récord y desempleo creciente) están demostrando que los reclamos del sector no son producto de caprichos de “llorones” permanentemente insatisfechos. La caída de cientos de productores lo atestigua. El surgimiento del movimiento Un Solo Uruguay no es antojadizo.

Por suerte, la demanda china y su impacto en el sector cárnico nos muestran que hay muchas oportunidades por aprovechar y desarrollar desde el campo. Todavía estamos a tiempo de que los reclamos que llegan desde la campaña -la otra, la de tierra adentro-, se expresen claro a toda la sociedad. Para eso se precisan políticos que en el proceso electoral entiendan bien y expliquen lo que sucede. Es lo primero para tomar medidas acertadas.

Desde el gobierno, el FA ha convivido con visiones muy disímiles en su interna sobre este asunto. La izquierda tradicional siempre vio a la ganadería como un lastre, a la biotecnología transgénica como una amenaza y la expansión celulósica como un mal necesario (muy necesario). Pero las críticas no le caben solo al gobierno: en el año 1999 el agro entró en crisis inmediata por la devaluación de Brasil; el sector alertó por la situación, pero el gobierno no le creyó demasiado, no lo entendió bien y no explicó al resto de la sociedad lo que pasaba. Terminamos mal. Y no gobernaba el FA.

Guillermo Crampet

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