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Una nueva oportunidad

Martin Aguirre
Fotocarnet de Martin Aguirre, jefe de redaccion y periodista de Newsletter del diario El Pais, en el estudio de fotografia de El Pais en Montevideo, ND 20200820, foto Darwin Borrelli - Archivo El Pais
Darwin Borrelli/Archivo El Pais

El mejor Prado en años, tuvo un punto opaco. La nula presencia de figuras del Frente Amplio el día de clausura. Algo agravado por una polémica sobre la invitación a Fernando Pereira (al parecersí, fue invitado), y hasta una campañita en redes apoyada por algún legislador opositor llamando a no visitar la Expo. ¿Por qué se dan estas cosas en momentos en que el agro es la locomotora que lidera la recuperación económica post pandemia?

Podríamos apelar a la historia de un país que nació dividido en dos, a la muralla que durante siglos separó a Montevideo del resto del país. Pero es algo trillado. Podríamos hablar del proyecto batllista, que soñó con desarrollar un país industrial metropolitano, aprovechando la “renta diferencial” que supuestamente tenía el campo en aquellos años, para subsidiar sectores que no eran genuinamente competitivos. Pero ese proyecto, que en el fondo condenó al sector más importante de la economía nacional al atraso, y a un porcentaje enorme de uruguayos a la postergación, o a la migración al cinturón miserable de la capital, terminó implotando, con la muerte de la ideaa de la “sustitución de importaciones”.

Podríamos apelar a entender una mentalidad que se forjó a partir de allí, en los sesenta y setenta, y que constituye el mito originario del Frente Amplio, donde las canciones de Zitarrosa y y los discursos de Sendic (padre) alimentaron el mito de que todos los problemas del país se debían a un tema de distribución. Unos, preferiblemente los ogros latifundistas, se quedaban con la porción de león de la riqueza, sin aportar nada, mientras que los que se mataban laburando, “esa sombra carne al sol que le rotura, con sueldo enano, su tierra oscura”, diría don Alfredo, no recibían nada.

Esa mitología generaba una necesidad. Un intermediario entre el trabajador y el “patrón”. Este intermediario era el líder de masas, el sindicalista combativo, un clasismo supuestamente benévolo y constructivo. Escuchando a los Pereira, los Andrade, los ”Fenapes”, es fácil identificar el argumento.

Pero eso, si alguna vez tuvo algo de sentido, caducó a partir del inicio del siglo XXI. Es que primero la apertura al Mercosur, y luego el surgimiento de China, hicieron que el trabajo industrial, desapareciera. Y desapareció de Uruguay, como desapareció de Estados Unidos, y de buena parte de Europa, ante la imposibilidad de competir con una fuerza laboral como la china, que tras siglos de postergación, irrumpió en el mercado famélica por crecimiento y desarrollo. Ahora, para nuestra suerte, también llegó famélica de todo lo que produce nuestro campo.

Esta bendición coincidió además con otra cosa. Nuestro sector agropecuario ya no era aquel esquema rentista, precario, generado por los años de nula inversión y olvido público. El agro uruguayo de hoy es profesional, tecnificado, moderno. Y curtido por los atrasos cambiarios y vaivenes políticos, ha sabido generar sistemas productivos de máxima eficiencia a nivel mundial. Sólo necesita que no le pongan el palo en la rueda, para volcar a la sociedad el empuje y la riqueza que no se ve en ningún otro sector.

El dilema que tenemos como sociedad hoy en Uruguay frente al ciclo que vivimos, ya lo hemos tenido en otros momentos de la historia. Podemos apoyar a ese sector, rodearlo de estímulos y facilidades para que explote, y que la riqueza generada de forma genuina, permita desarrollar nuevas industrias y sectores asociados, competitivos a nivel mundial. Genética, investigación científica, desarrollo sustentable, y muchas áreas se pueden potenciar de un vínculo sano y desprejuiciado con el agro, como muestra el arroz, la forestación, la ganadería...

O podemos volver a cometer el mismo error que hemos cometido ya otras veces. Creer que es la oportunidad para extraer recursos a quien los genera de forma genuina, para subsidiar a sectores que son inviables a largo plazo. Si lo son para países desarrollados, qué podemos esperar nosotros. Alcanza ver el lastimoso caso de algún vecino, para darse cuenta de que eso no funciona.

En vez de querer sacar recursos al INIA o a INAC, parece más inteligente pensar cómo aprovechar esas herramientas para desarrollar capacidades que apoyen al sector cuando el ciclo deje de ser tan positivo. Convertir al país en un polo científico y tecnológico vinculado a lo que se produce en ésta parte del mundo, y no querer competir en cosas en las que no tenemos chance.

Pero para eso, hace falta un cambio de mentalidad en un porcentaje grande de la sociedad. Se necesita que así como hace años se derrumbaron las murallas de piedra que aislaban a la capital, caigan los muros mentales que mantienen dirigentes más preocupados por ganar votos fomentando el resentimiento y el rencor, que por lograr un progreso sostenible para el Uruguay todo.

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