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Agro, empleo y mercados

La economía uruguaya cerró el 2021 en alza, con una auspiciosa mejora en la actividad y el empleo. El contexto global de mercados sigue siendo favorable a los agronegocios, aunque la inflación, el clima y el coronavirus aún complican.

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El empleo mejoró sensiblemente en el cierre de 2021, en la medida que comenzaron a levantarse las restricciones a la movilidad impuestas por la pandemia. Esto benefició especialmente a sectores de servicios presenciales (gastronomía, comercio), así como áreas de la salud, la educación y otros.

También coincide la mejora del mercado de trabajo con un fuerte empuje de la actividad y el ingreso en los agronegocios. Si bien las cifras recientes merecen un análisis más detallado, los datos parecen confirmar la capacidad de dinamizar el empleo que tiene el sector agropecuario, tanto por su impacto directo como indirecto.

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Es un asunto ya confirmado en estudios previos de Opypa y la UDELAR. Los amplios encadenamientos de los agronegocios, tanto “hacia atrás” en la cadena (insumos, proveedores, servicios) como “hacia adelante” (logística, agroindustrias, exportaciones) generan un fuerte impacto positivo en la economía cuando el sector crece. El agro tiene un amplio efecto multiplicador y eso se puso en juego en estos meses.

En la gráfica adjunta se observa cómo el empleo en el interior ya alcanzó los niveles pre-pandemia, mientras en Montevideo aún debe avanzar algo más. Obviamente, no sólo el agro mueve el empleo en el interior, pero su impacto directo e indirecto es clave. Y es seguro que parte de la mejora en Montevideo también se debe al crecimiento de la actividad y el ingreso en el campo.

Muchas veces se duda de esa capacidad dinamizadora. Es que parte del empleo vinculado al agro está disperso, en los campos y en las rutas, lejos de las urbes, en los puertos y depósitos, en las pequeñas localidades. Pero también llega a las ciudades mayores, a través del comercio exterior, los servicios, agroindustrias y logística.

Combustible al público vs petróleo.jpg

Todo es relativo.

“En la economía no existen los precios…”, nos decía un profesor de macroeconomía con tono provocador, para alentar reflexiones y discusión. “Lo que existen son los precios relativos”. Y es exacto: los precios no tienen sentido en sí mismos sino en relación unos con otros. En el caso de los precios de exportación, es innegable que el momento es excelente para los agronegocios, pero también se está dando un aumento de costos (entre ellos los energéticos) por el agudo aumento de los insumos importados, que va de la mano con lo anterior.

Es que el sector está en un muy buen momento, pero no escapa a lo que hoy es -seguramente- la principal preocupación económica global: la inflación. Los precios minoristas en las principales potencias económicas han tenido una abrupta suba y las tasas de inflación remontaron a niveles que no se veían hace décadas. Detrás de esto hay dos causas: por un lado, las restricciones de oferta que ha impuesto la pandemia, mientras la demanda se afirma en la recuperación post-covid. Esta brecha entre oferta y demanda, causada básicamente por el virus, hizo subir precios de fletes e insumos en casi todos los rubros. Acentúa el problema la política china de mantener cero casos de contagio, lo que obliga a cerrar y cuarentenar ciudades, puertos o fábricas, cuando aparece un contagio de coronavirus.

Pero también hay otro factor subyacente, y es que por muchos años la economía global venía funcionando con tasas reales de interés extremadamente bajas, primero como forma de salir de la crisis de las hipotecas de 2008, ahora como salida de la crisis sanitaria. En aquella crisis, buena parte de la liquidez agregada quedó en el sistema financiero, fortaleciendo los bancos, que regularon la circulación sin que resultara en un exceso de liquidez. En esta ocasión, sin embargo, la mayor oferta monetaria circuló más ágilmente y los precios comenzaron a subir una vez que llegó la reactivación.

Así, los precios de venta son excepcionales… y los costos también. Esto está preocupando a todos los productores: agrícolas, ganaderos, lecheros, granjeros. Si bien cada rubro tiene sus particularidades, hay una tendencia general a la suba de precios y se impone una carrera para que el ingreso bruto que generan las ventas a altos valores, no se lo coman los gastos por altos costos de insumos.

En este plano, es posible plantear que la ganadería corre con cierta ventaja frente a la agricultura: los costos ganaderos (si bien depende de cada situación) no tienen tanta proporción de insumos importados como la producción de granos, donde los fertilizantes, agroquímicos y -obviamente- el gasoil, han subido fuertemente. Respecto al aumento del gasoil, más allá de las discusiones sobre los costos estructurales de ANCAP, impuestos y fideicomiso del boleto, es bastante obvio que era inevitable aumentar los precios dada la suba del crudo. En la gráfica adjunta se muestra la evolución del petróleo y los combustibles al público en pesos (con base 2011=100) para comparar. La tendencia es elocuente.

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Para calibrar la carrera entre precios de venta y costos, adjuntamos también una gráfica donde se compara la evolución del precio del petróleo y el precio de la soja. Y se ve que -con lógicas variaciones de corto plazo- hay una tendencia similar de subas y bajas a lo largo del tiempo. Los precios son distintos, pero van bastante juntos. La relación barril de petróleo / tonelada de soja se ha movido en el rango de 6 a 8 (salvo en los meses excepcionales del derrumbe del crudo, a mediados de 2020), ubicándose en los últimos meses en torno a 7. Se confirma que hay una tendencia global que mueve los precios internacionales, vinculada a los aspectos monetarios y la evolución del dólar, más allá de que cada producto tiene sus fundamentos propios de mercado: en el caso del petróleo, problemas de oferta por el control de la producción que impone la OPEP y también efectos de las políticas para promover la energía renovable, que ha reducido la inversión en el área de combustibles fósiles.

El asunto no hace otra cosa que reafirmar que hay que hacer muy bien las cuentas, porque no se trata solo de vender al mejor precio sino de obtener el mejor margen.

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Dólar en baja.

Ante el empuje internacional de la inflación, los bancos centrales del mundo se aprestan a aumentar las tasas de interés para controlarla. Al subir la tasa se reduce la circulación de dinero y con eso la inflación, En la región las subas ya comenzaron: en Brasil el Banco Central ya la llevó arriba del 10% y el Banco Central del Uruguay (BCU) también acumula subas (la última de 0,75%) luego de haber mantenido el interés muy bajo para facilitar el crédito durante la pandemia. La Reserva Federal de EEUU comenzará las subas en marzo, según ha anticipado.

La tarea de los bancos centrales no es sencilla porque está el riesgo de que -buscando bajar la inflación- se pueda trancar la economía más de lo deseado. Uruguay no es la excepción y está también el riesgo de retrasar el tipo de cambio; la base monetaria en Uruguay es chica respecto a la economía (distinto el caso de Brasil o EEUU) y un aumento de la tasa se traslada rápidamente al dólar, que ya ha mostrado un descenso notorio en los últimos días. Al cierre de la semana está apenas 2,4% por arriba del promedio de febrero del año pasado, mientras la inflación supera el 8%. Es decir que el dólar ha tenido una caída real de más de 5%.

Este comportamiento del dólar es absolutamente esperable y algo similar sucedió en el ciclo de altos precios entre 2010-2014; no es posible hacer coincidir dólar alto con precios de exportación también altos. Otra razón para afinar bien los números y -obviamente- hacer todas las cuentas en la misma moneda, para evitar sorpresas.

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